THE OBJECTIVE
Félix de Azúa

La herencia

«Es chocante el giro reaccionario del actual gobierno de inquisidores que, en lugar de repetir la proeza de la Constitución de 1812, esperan destruir a su hija, la del 78»

Opinión
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La herencia

La promulgación de la Constitución de 1812, de Salvador Viniegra.

Durante muchos siglos la iglesia de Roma ejerció un poder absoluto sobre España. Tuvo pequeñas lagunas de inteligencia, sobre todo cuando los judíos conversos, como Juan de la Cruz o Teresa de Jesús, se integraron en ella, pero en general ejerció un poder inquisitorial con ignorancia y crueldad suprema. Casi todos los países europeos tuvieron su inquisición, pero la española fue la más negra. En su momento final, durante la dictadura de Franco, el vómito de violenta estupidez que arrojó sobre España fue asfixiante.

Sin embargo, era muy cómodo, especialmente en el ámbito agrario, dejarse llevar por lo que dictaba el cura párroco y obedecer las órdenes papales. Uno no tenía que ocuparse en pensar una moral propia, un criterio personal, una conducta libre. Bastaba con obedecer. Si en algún aspecto la obediencia era superior a las fuerzas del individuo, como en el orden de la sexualidad, se pecaba con tranquilidad de ánimo porque la confesión lo borraba semana a semana. En todo lo demás, y en especial en la obediencia debida a la autoridad, la población española fue de una sumisión ejemplar. Gracias a lo cual Franco murió en la cama.

Cuando el poder eclesiástico comenzó a declinar, hubo que encontrarle un sucedáneo antes de que la gente comenzara a pensar por su cuenta. En la actualidad es para muchos una evidencia que esa nueva iglesia y esos nuevos párrocos iban a ser los partidos políticos. En los primeros años los conservadores apenas se apartaron de la tradición romana. En cambio, los socialistas desde el comienzo pusieron al día los dogmas católicos. En sus comienzos llevaron a cabo una labor digna y noble. Fueron cambiando los dogmas antiguos por los modernos: no a la caridad y la beneficencia, pero sí a la solidaridad y la subvención. La despenalización de la sexualidad puso en marcha un mecanismo compensatorio. Los clérigos abolieron la discriminación por género. El fin de las liturgias eclesiales dio lugar a las liturgias políticas. Y así se formó la grey.

«El porcentaje de piadosos votos socialistas se mantiene, aunque sea a costa de la existencia misma de España»

Lo curioso es que la obediencia a los curas y las monjas fue inmediatamente sustituida por la obediencia al partido y a sus jefes y jefas. De tal modo que, a pesar de la acumulación de espantos que el partido socialista ha hecho caer sobre las conciencias de los españoles, como los crímenes del papado sobre las almas del creyente, no han tenido la menor influencia sobre los votantes. El porcentaje de piadosos votos socialistas se mantiene, aunque sea a costa de la existencia misma de España.

La pereza de los españoles a pensar por sí mismos, repito, más intensa en los lugares de fuerte tradición agraria, han hecho imposible escapar al cainismo. O perteneces a la Iglesia católica o eres un hereje, o sea, un facha. El fracaso del partido de los Ciudadanos no fue exclusivamente debido a la incompetencia de su líder, sino a las dificultades para explicar a los españoles que un partido liberal y centrista era imprescindible para acabar con el cainismo. En un país donde no puede defenderse la tolerancia, su población se escinde siempre por la mitad. A un lado la obediencia a la iglesia socialista, del otro, todo lo demás.

Así fue, más o menos, mi intervención hace unos días cuando un grupo admirable de liberales malagueños, cuyo club se llama Libertad 1812, tuvieron la gentileza de obsequiarme con un premio que ya han recibido gente como Rosa Díez, Fernando Savater, Antonio Escohotado, Elvira Roca Barea, Albert Boadella y tantos otros que militamos en la extrema libertad de conciencia, o sea, en la lucha contra la inquisición.

Es en verdad chocante el giro reaccionario del actual gobierno de inquisidores que, en lugar de repetir la proeza de la Constitución de 1812, esperan destruir a su hija, la Constitución actual.

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