THE OBJECTIVE
Carlos Granés

Hamás, el cliché y la infamia

«Creyendo que se está siendo justo y virtuoso; peor aún, inteligente y crítico, se acaba defendiendo de forma lastimosa la barbarie y la abyección humana»

Opinión
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Hamás, el cliché y la infamia

Manifestación solidaria con el pueblo palestino. | Europa Press

El mismo día en que Hamás burlaba la inteligencia israelí y entraba al país vecino para matar o secuestrar a cuanto civil desarmado se cruzara en su camino, treinta y cinco grupos estudiantiles de la Universidad de Harvard firmaron una carta en la que culpaban al régimen israelí por los actos de violencia. Los cuerpos inertes apilados en las camionetas, las jóvenes secuestradas o los cientos de cadáveres que se fueron encontrando en las carreteras y kibutz por donde pasó Hamás no parecían hablar por sí solos. Los estudiantes de Harvard hacían malabares sociológicos para llegar a la formidable conclusión de que el culpable no era quien blandía el cuchillo, sino quien perdía la cabeza con su filo. Si había un culpable en la tragedia, sin duda era Israel.

 A varios miles de kilómetros de Boston, pero aún en Estados Unidos y en su sistema universitario, una horda de estudiantes de la Universidad de California en Los Ángeles marchó al poco tiempo gritando «¡Intifada, Intifada!», mientras en Manhattan otro grupo de manifestantes coreaba a un líder que ironizaba sobre la fiesta rave donde perecieron cientos de jóvenes. La Embajada israelí de Londres soportó los fuegos artificiales que unos cinco mil manifestantes lanzaron contra su fachada, y de Sídney llegaron imágenes de otra muchedumbre que gritaba «¡gas the jews!». Para completar el cuadro europeo, la agrupación Más Madrid se negó a participar en un minuto de silencio por las víctimas israelíes en el Ayuntamiento de la ciudad, y luego impuso otro minuto de silencio que incluía a las víctimas de ambos bandos. 

Aunque el caso más patético se dio en Colombia, donde el presidente Gustavo Petro ordenó retirar el comunicado condenando el terrorismo y el ataque contra los civiles que, con observancia a la decencia moral y a la labor diplomática, había lanzado la Cancillería, para entregarse luego al delirio tuitero y regalarle a la humanidad una centena de mensajes aleccionadores que sólo dejaban en claro una cosa: como a Trump, a él también le sobran las instituciones que manejan la política exterior de su país, pues con su teléfono le basta. En un acto de soberbia e ignorancia o de soberbia ignorancia, comparó a Gaza con Auschwitz y dio a entender que los israelíes actuaban ahora como nazis. Con ello logró exponer maneras y prejuicios de conspicuo antisemitismo, y hundir su sueño de pacificar las galaxias y convertirse en un líder mundial. 

«En un acto de soberbia e ignorancia o de soberbia ignorancia, Gustavo Petro comparó a Gaza con Auschwitz y dio a entender que los israelíes actuaban ahora como nazis»

La brújula moral de muchos anda descompuesta. Independientemente de lo que se piense de la política del Estado israelí hacia los palestinos, que ha estado plagada de injusticias, arbitrariedades y violencia, o de la deriva populista y autoritaria de Benjamín Netanyahu, que ha querido anular la división de poderes en un país que había sido un ejemplo democrático en el Medio Oriente, no se puede confundir el día con la noche. Tras una matanza de civiles desarmados no hay matización o contextualización sociológica que valga. Hay actos que no son interpretables: un bebé decapitado es un bebé decapitado. 

Quienes justifican o se niegan a condenar estos actos terroristas padecen la ceguera que impone el cliché, esa chatarra intelectual que viene escondida en los  paquetes ideológicos. Como los parásitos que invaden los cerebros de las hormigas, o como los hongos que en The Last of Us -el videojuego y la serie- tomaban control de los humanos, el cliché induce al gesto torpe y estereotipado. En este caso, predispone a justificar todo lo que venga del lado palestino, sin sospechar que con Hamás en el paquete eso supone abrazar el integrismo religioso, la misoginia, el autoritarismo, el odio, la xenofobia y la violencia. El cliché impide pensar y además produce tics. Y, si se tiene un teléfono a mano, esos tics se traducen en una vomitona de tuits descabellados. Creyendo que se está siendo justo y virtuoso; peor aún, inteligente y crítico, se acaba defendiendo de forma lastimosa la barbarie y la abyección humana. Siendo esto grave, preocupa más que sean estudiantes de prestigiosas universidades y líderes políticos con elevados cargos de responsabilidad quienes acaben exponiendo, ensoberbecidos y delirantes, presuntuosos y fatuos, su ceguera y sus prejuicios. La solemnidad impostada, el gesto rebelde y solidario, no consiguen camuflar el ridículo y la vergüenza ajena que generan.    

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