THE OBJECTIVE
Andreu Jaume

Évole ante Ternera

«En España se ha preferido desvirtuar la cultura, convirtiéndola en un espacio estanco de fiesta y ocio, sin relación alguna con la problemática cívica»

Opinión
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Évole ante Ternera

Josu 'Ternera' (izq) y Jordi Évole (drch) | Europa Press (Montaje)

En la reciente polémica sobre la proyección en el festival de San Sebastián de la entrevista de Jordi Évole al terrorista Josu Ternera se han creado dos bandos de opinión. Por una parte, los firmantes de la carta que pedían la retirada de la película por considerarla un ejercicio de exoneración del personaje y, en general, de su ideología. Y por otra, todos aquellos que defienden la libertad del periodista y critican el intento de censurar un producto que aún no se ha visto, incluyendo la protesta en el ámbito de la cancelación. Pero quizá el problema pueda exponerse de otra manera.

Preguntado por ello en la primera sesión del ciclo sobre la historia de la resistencia cívica contra ETA que este año hacemos con el CLAC en la Fundación Ortega-Marañón, Fernando Savater, uno de los firmantes de la carta, terció con su habitual contundencia y autoridad, recordando la tradicional connivencia del festival donostiarra con los terroristas para que durante unos días les dejaran poner su alfombra roja sin cadáveres, aunque cada año mataran a un guardia civil justo antes del certamen, la señal que anunciaba su dominio. Savater también recordó que la actriz Leonor Watling, cuando fue invitada a presentar los premios, tras leer el guion, propuso recordar a uno esos guardias, asesinado la tarde anterior. La dirección del festival se negó, participando de la general obsecuencia que la cultura vasca demostró ante el terrorismo.

El festival de San Sebastián, por tanto, no es un espacio cualquiera, inocente, por así decirlo, en el que de pronto se proyecta una entrevista a Josu Ternera, sino que forma parte de una historia moral que lícitamente puede ser impugnada. Iñaki Arteta, el cineasta que lleva más de 20 años investigando el terrorismo en todas sus dimensiones, no recibió respuesta por parte de los responsables del Zinemaldia cuando les presentó su imprescindible Bajo el silencio (2020), uno de sus mejores documentales. La protesta contra la inclusión de la entrevista no hay que entenderla por tanto como un acto de cancelación sino que debería explicarse como una necesaria denuncia de la urdimbre moral que durante décadas justificó tácitamente la actividad terrorista, sin olvidar la clásica irresponsabilidad, muy propia de este país, de las artes y las letras con respecto a la política. A lo largo de la democracia, en España se ha preferido desvirtuar la cultura, convirtiéndola en un espacio estanco de fiesta y ocio, sin relación alguna con la problemática cívica, algo que ha redundado en su empobrecimiento y en su carácter cada vez más inocuo.

«Las credenciales del autor de la entrevista también tienen relevancia y pueden ser objeto de crítica»

Y eso nos lleva a otra cuestión no menos importante. Las credenciales del autor de la entrevista también tienen relevancia y pueden ser objeto de crítica. De la misma manera que el festival en sí no es un espacio neutro, desligado de la historia de su ciudad, tampoco la trayectoria de Jordi Évole está exenta de significación. Su periodismo de baja intensidad, su actitud falsamente dura en la que toda posibilidad de juicio queda mediatizada por sus efectismos pueriles, la exhibición de su franqueza calculadamente demótica y por ello espuria y estomagante así como esa bastarda elevación  de «acontecimiento» que adquieren todas sus entrevistas, permiten ponerse en guardia ante lo que va a ser su tratamiento del entrevistado. Basta recordar lo que ya hizo con etarras como Iñaki Rekarte o Arnaldo Otegi.

No cabe duda de que Ternera, en esa entrevista, se va a mostrar como lo que es, un ser abyecto que no tiene más interés humano que el puramente jurídico. Una de las mentiras más deletéreas que han contribuido a divulgar tanto la mala literatura como el cine de peor gusto es precisamente la del enigma de las mentes asesinas, cuando en realidad no suele haber nada más en ellas que una estupidez sin fondo. Frente a Ternera, uno podría decir aquello de Hannah Arendt sobre Eichmann: «Incluso si me quedaran cinco minutos de vida ante una muerte segura, me seguiría riendo de ese payaso a carcajadas». No hace ninguna falta que Évole nos cuente quién es el terrorista. Como dijo Savater el otro día con inapelable lucidez: «No he visto la entrevista, pero ya he visto a Ternera». 

Jordi Évole nos presentará al monstruo en una de sus escenificaciones escolares, con sus claroscuros y su música barata, ideal para el lucimiento de su campechano personaje. Su decisión, por ello, lo mismo que la del festival que la ampara, no solo puede sino que debe ser condenada puesto que afecta a la calidad de la representación de lo que fue la barbarie abertzale. En un ensayo titulado La representación prohibida, Jean-Luc Nancy nos dejó una reflexión poderosa en torno a la polémica suscitada por Shoah, el largo y obligatorio documental de Claude Lanzmann sobre el exterminio judío. Además de recordar la diferencia entre la representación en el mundo hebreo, cuya religión se basa en un Dios que se sustrae –y cuyo nombre es impronunciable porque no tiene nada que decir salvo el acto de decirse a sí mismo–, y la del mundo cristiano, basada en la exhibición de un cadáver, Nancy sostiene que el proceso de secularización también implica un problema de representación, puesto que, al habernos escindido de la trascendencia, ya solo nos tenemos a nosotros como símbolo de la humanidad. 

La Shoah constituiría así la definitiva crisis representativa de Occidente. En esa tesitura, el filósofo propone abordar la cuestión a través del concepto de «discernimiento». Todo tratamiento de Auschwitz debería obedecer al mandato ético de no presentar el exterminio como un objeto sino de inscribirlo en la propia representación, «como si se tratara de la nervadura misma, como la verdad sobre la verdad», con el fin de no cerrarla y mantenerla abierta, latente. Del otro lado, el ejercicio –piénsese por ejemplo en La lista de Schindler de Spielberg– termina por ser una regresión en falso a la idolatría, una operación gracias a la cual la conciencia queda libre y encantada frente a la imagen del mal. Sin querer trazar un paralelismo fácil y burdo entre la Shoah y el terrorismo etarra –en el primer caso un Estado totalitario organizó un genocidio, en el segundo nos falta aún la palabra que defina con precisión el proyecto, por parte de una banda que se considera custodia de un genos, de una etnia, de exterminar a todo aquel que quisiera sustraerse al lazo de su sangre y formar parte del vacío moderno libre de contenidos naturales–, el «discernimiento» de Nancy nos ayuda entender que no hay representación de la barbarie que sea inocente, que su tratamiento es siempre vinculante y que sus autores deberían aceptar una responsabilidad que nuestro actual mundo periodístico y espectacular niega y escarnece. En ese sentido, la entrevista de Jordi Évole a Josu Ternera en el festival de San Sebastián conforma un significante cuya impugnación no solo es lícita sino que conforma uno de sus significados más plausibles. 

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