'Islamogauchisme'
«El conflicto provocado por Hamás ha dejado claro ese matrimonio entre la izquierda y los islamistas. Una de cuyas manifestaciones es el antisemitismo»
Desde hace ya más de veinte años en Francia se ha empezado a utilizar el término «islamogauchisme» (islamoizquierdismo) para designar un movimiento político que está llevando a grupos y personas de izquierda a adoptar actitudes de apoyo a los islamistas y a cultivar, junto a ellos, un antisemitismo militante.
La ideología de estos izquierdistas, que están cada vez más unidos a los islamistas más radicales (talibanes, Al Qaeda, Estado Islámico, Boko Haram, Daesh o, ahora, Hamás, entre otros), está muy bien identificada por Michel Houellebecq en su novela Sumisión. Allí Houellebecq crea un personaje que es un profesor de universidad, Robert Rediger, que se convierte al Islam y que acaba metiéndose en política. Pues bien, este personaje, en un momento dado, define el islamogauchisme como «un intento desesperado de marxistas descompuestos, podridos, en estado de muerte clínica, por levantarse del basurero de la historia para juntarse a las fuerzas ascendentes del Islam».
En estos días, en los que estamos contemplando las reacciones de algunos políticos de izquierda de los países occidentales, con los españoles entre ellos, ante el ataque terrorista de Hamas a Israel, me ha parecido que la definición de Houellebecq puede aplicárseles como anillo al dedo.
Pongamos que hablo de Ione Belarra, ministra del Reino de España (aunque ahora en funciones), que, no sólo acusa a Israel de ser un Estado genocida (¡ojo a la acusación!, ¡a Israel!), sino que exige la conducción de su primer ministro, Benjamin Netanyahu, ante la Corte Penal Internacional por ser un genocida, y pide que España rompa las relaciones diplomáticas con Israel.
«Algunos partidos de izquierda están exhibiendo un antisemitismo similar al que se cultivó en la Alemania nazi»
Pero no sólo es Belarra la que ha adoptado una posición antijudía y claramente antisemita. Por toda Europa, y hasta en países tan inmersos en la civilización occidental como Australia, se están dando manifestaciones muy concurridas radicalmente contrarias al país, Israel, que acaba de sufrir un brutal ataque terrorista con más de 1500 muertos y más de 200 civiles (con niños, ancianos y embarazadas, entre ellos) secuestrados. Manifestaciones convocadas por partidos de izquierda que, sin el menor complejo, están exhibiendo un antisemitismo muy similar al que se cultivó en la Alemania nazi.
Incluso los dirigentes de partidos que hasta ahora han llevado la etiqueta de izquierda moderada, cuando hablan del conflicto, tienden a la equidistancia con la coletilla de «condenar la violencia, venga de donde venga». Como si no estuviera claro de dónde ha venido la violencia desatada el pasado 7 de octubre.
Por no hablar de Otegi, socio incondicional de Sánchez, que, al ser preguntado por el ciudadano español secuestrado por Hamás, contestó con un cinismo escalofriante que «no somos partidarios de utilizar rehenes civiles para hacer canjes de un tipo o de otro». Eso lo declara la semana en que hemos conocido su directa participación como dirigente en, al menos, nueve secuestros en nombre de ETA.
Analizar en profundidad, con la descripción de Houellebecq como guía, el antisemitismo radical y, en algunos casos, brutal de los partidos de izquierda y sus causas puede ayudarnos a entender mejor mucho de lo que está pasando en Europa y, desde luego, en España.
«Tras la caída del Muro, esos políticos de izquierda se apresuraron a buscar nuevos sujetos revolucionarios»
¿Por qué son antisemitas y proislámicos los políticos de la izquierda actual? Porque se trata de políticos que vienen de partidos que, como los socialistas o los comunistas, tienen un origen marxista. Cuando la Caída del Muro demostró, sin dejar lugar a la menor duda, el fracaso de los postulados del marxismo, todos esos políticos de izquierda se apresuraron a buscar nuevos sujetos revolucionarios para, en su nombre, continuar, sus políticas más o menos revolucionarias.
Desde entonces, los políticos de izquierda dejaron de hablar en nombre del proletariado explotado por los malvados capitalistas. Entre otras razones porque los proletarios habían descubierto que las oportunidades para prosperar les llegaban siempre desde las políticas liberales y nunca desde las comunistas, y les habían vuelto la espalda en las elecciones.
Esos «marxistas descompuestos, podridos, en estado de muerte clínica», según el protagonista de la novela de Houellebecq, empezaron a hablar en nombre de grupos y colectivos que, en algún momento de la Historia, habían sufrido discriminaciones: mujeres, homosexuales, minorías sexuales, pueblos colonizados, grupos raciales, regiones con aspiraciones de ser Estados, etc. O, incluso, en nombre del propio planeta, del que se arrogan en exclusividad su defensa. Poco les importa que, por poner algún ejemplo, nadie haya perseguido más a los homosexuales que las dictaduras comunistas y, por supuesto, las islámicas, o que nadie haya dañado más el medio ambiente que esas mismas dictaduras.
Con esta actitud de buscar causas que descoloquen los fundamentos de la civilización occidental, hace ya años que descubrieron el Islam, que puede cumplir algunas de las condiciones que buscan en sus nuevos sujetos revolucionarios. Como la de ser la religión de una minoría -por ahora- de ciudadanos europeos. O la de ser la religión de unos pueblos que fueron, en su día, colonizados por potencias europeas. ¡Para qué quieren más!
«El Islam, al que se quieren unir las izquierdas europeas, preconiza la lucha contra el infiel. Y el infiel somos todos»
Pero el Islam, al que se quieren unir las izquierdas europeas, no es el Islam que ha cohabitado durante siglos con países y sociedades cristianas, sino el Islam, que, yendo a la letra más agresiva del Corán, preconiza la lucha contra el infiel. Y el infiel somos todos. Y sobre todo, los judíos.
El islamismo radical, el yihadismo, representado por grupos como los antes citados, que, a pesar de sus salvajes atentados y desmanes (11-S o lo último de Hamás), sigue reclutando terroristas entre las comunidades musulmanas y sigue concitando comprensión, cuando no simpatía, entre los partidos occidentales de izquierda.
Este islamismo en auge es al que, como señala Houellebecq, intentan juntarse esos «marxistas fracasados para salir del basurero de la historia». Y siempre con la duda de si ese auge no estará ayudado por la postura de esa izquierda que no está dispuesta a aceptar su fracaso, que la caída de Muro dejó en evidencia. Porque, curiosamente, los atentados y ataques islamistas han crecido de forma exponencial desde entonces.
Lo que el conflicto provocado por los terroristas de Hamás ha dejado claro es que también en España podemos hablar de la existencia de un «islamogauchisme» español, ese matrimonio entre la izquierda y los islamistas. Una de cuyas manifestaciones es el antisemitismo y su odio a Israel, quizás porque Israel es el representante en esa zona del mundo de la civilización occidental, que, quizás, ahora sea el objetivo a destruir para esa izquierda que tenemos la desgracia de sufrir hasta en el Gobierno de España.