Feijóo desorientado
«El líder del PP comete dos errores de apreciación: creer que existió un catalanismo con sentido de Estado y seguir creyéndolo después del ‘procés’»
Alberto Núñez Feijóo piensa en el catalanismo como un padre decepcionado piensa en sus hijos: con pesar, pero con esperanza. El líder del PP parece convencido de que la deriva insurreccional que alumbró el procés fue un arrebato de locura transitoria. El lugar natural del catalanismo, cree Feijóo, no es la insurrección, sino la institucionalidad. Celebro su optimismo, pero lamento que no exista una sola razón para compartirlo.
Las palabras que pronunció Núñez Feijóo sobre Puigdemont, sumado a sus periódicas alusiones al «catalanismo cordial», «la oficialidad amable» y otras sutiles genuflexiones, delinean una concepción muy distorsionada de la realidad. El catalanismo hace tiempo que carece de cualquier fibra cordial, amable o institucional (algunos pensamos que nunca la tuvo). En mi opinión, Feijóo comete dos errores de apreciación: el primero, creer que existió un catalanismo cordial y con sentido de Estado. El segundo, seguir creyéndolo cuando el catalanismo lideró un alzamiento contra el orden constitucional y hoy se reagrupa, orgulloso, en torno a él. Porque el catalanismo – si es que este término tiene sentido tras el otoño de 2017- no ha hecho acto de contrición por todo aquello. Al contrario, el procés se ha convertido en un hito del nacionalismo. El 1 de octubre ya es la efeméride más laureada del movimiento secesionista.
«Junts no es Convergencia con una dosis de esteroides; Convergencia era Junts con una dosis de anestesia»
Dejemos para otro día el debate de si ese catalanismo con el que sueña Feijóo existió alguna vez, y convengamos que hoy no existe. Esa burguesía con la que Feijóo comparte valores como la libertad de mercado, el europeísmo y la ropa bien planchada no quiere compartir nada con él, ni con ningún español. Junts no es Convergencia con una dosis de esteroides; Convergencia era Junts con una dosis de anestesia. Feijóo debe esforzarse por no confundir el rostro con la máscara. Si existiera el catalanismo cordial, mostraría arrepentimiento y vergüenza por aquella deriva supremacista y delictiva. Pero lo que escuchamos no es remordimiento, sino vanagloria. Quizá porque el procés no fue un desvío, sino la evolución natural de una cultura política reaccionaria y chovinista.
Esto no implica que el PP no pueda tener contactos parlamentarios con Junts. Tampoco que Feijóo deba abstenerse de acudir a los desayunos que organizan asociaciones de empresarios o medios de comunicación en Cataluña. Implica que tanto si habla con Junts, como si comparece en Cataluña, debe hacerlo sin complejo de inferioridad. No le vendría mal, incluso, aparecer con cierto complejo de superioridad; va siendo hora de superar los viejos marcos mentales. En la última década se han desmentido todos los mitos que la generación de la Transición repetía sobre las élites catalanas, y ningún candidato a presidente debe presentarse ante ellas con temor. Si Feijóo ha de cuadrarse ante un conjunto de catalanes, que sea ante quienes día tras día dan la cara por la Constitución y la convivencia.