THE OBJECTIVE
Rebeca Argudo

Regalar libros, dedicar libros

«Qué difícil es ser brillante en línea y media, cómo envidio a esa gente que en la feria del libro y ante la fila de sus admiradores tienen siempre la palabra precisa»

Opinión
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Regalar libros, dedicar libros

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Me gusta regalar libros. Cuando quiero a alguien, o al menos me cae bien, no puedo evitar pensar en los libros que les gustarán. O, mejor dicho, es al revés: ante determinados libros pienso, de entre todas las personas a las que quiero, a cuál de ellas le gustará. Así, yo ando por las librerías asociando el nombre de una persona estimada a cada título ante el que me paro. Y cuando cumplen años o solo porque sí, les regalo un libro. No uno que yo he elegido para ellos o aquel que me han dicho que tienen ganas de leer, sino el libro que, por su título o su portada, por la sinopsis o por vaya usted a saber qué, le ha elegido a él en concreto y no a otro. No siempre los regalo envueltos en papeles de colores o con pegatinas de ojos. A veces los mando sin más, sin nota siquiera, por correo. O los dejo encima de la mesa de su casa antes de irme. O se lo doy, como les devolvería las llaves de su coche o el móvil que han olvidado en mi casa. Lo que no hago nunca es dedicarlos.

Porque no tiene sentido dedicar un libro que no has escrito tú, por mucho que quieras a alguien. «Para Fulanito, con cariño, este libro que ha escrito otro que no conoces». Así que, por culpa de esa manía, ahora que he escrito un libro, uno de verdad, y no me queda excusa para no dedicarlo, me acabo de dar cuenta de lo difícil que es. Yo, que escribo columnas y reportajes, y entrevistas, y crónicas, y que hasta un libro he escrito, como les digo, con sus doscientas y pico páginas llenas de palabras, una detrás de la otra, puestas en minucioso orden y con sentido por mí para que digan exactamente lo que quiero decir, no soy capaz de escribir una pequeña frase. Es un horror, lo paso fatal.

«Yo quiero poner algo ingenioso pero no rebuscado, cercano, pero no en exceso»

Necesito una fórmula. Yo quiero poner algo ingenioso pero no rebuscado, sofisticado ma non troppo, algo que no sea lo habitual, ni un lugar común, ni una vulgaridad. Algo fresco, que parezca espontáneo. Pero no superficial. Cercano, pero no en exceso. Que denote confianza, pero sin ser impertinente. Un destello chispeante, lúcido y agudo. Pero qué va. No salgo del «para Zutanito con afecto» y un garabato que es firma pero bien podría ser burratacho. O «espero que te guste», como si fuera la caja de los Ferrero Rocher de compromiso al primo hermano de tu tío el del pueblo que siempre te nombra.

Qué difícil es ser brillante en línea y media, cómo envidio a esa gente que se sienta en El Corte Inglés o en la feria del libro y, ante la fila interminable de sus admiradores, tienen siempre la sonrisa perfecta y la palabra precisa y cuál es tu nombre y gracias por venir y ojalá lo disfrutes. Yo, que solo se lo dedico a los amigos queridos, sin embargo, ya me he quedado sin ideas. Estoy vacía. Ando rebuscando entre los (pocos) libros que tengo firmados por sus autores a ver si doy con la dedicatoria perfecta, ese milagro que diga de mí, en línea y media, que soy la rehostia. Y cuando lo encuentre, cuando dé con él, que no os quepa la más mínima duda de que ya no pondré otra cosa en esa segunda página del libro, justo bajo el título. Para que, si es una mierda, no puedan arrancar la hoja, hacerla una bola, tirarla y quedarse con el resto. Ni idea tenía yo que, de lanzarme a la ficción, lo realmente difícil serían las dedicatorias. Con sincero afecto.

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