Milei no dolarizará Argentina
«Las dos propuestas estrella del incendiario programa de Milei, el cierre del Banco Central y la renuncia a una moneda soberana, se quedarán en mera charlatanería»
Hay muchas probabilidades a estas horas de que el próximo presidente de Argentina se llame Javier Milei; pero hay muy pocas, en cambio, de que la próxima moneda nacional de ese país se llame dólar norteamericano. Y hay tan pocas no porque exista el menor riesgo de que Milei vaya a traicionar el fundamentalismo doctrinario marca de la casa, ese que asocia por sistemática rutina los principios teóricos del libre mercado a los dogmas bíblicos contenidos en el Antiguo Testamento, sino por otra razón mucho más prosaica, a saber: porque cuesta demasiado imaginar que haya algún prestamista en el mundo, ya sea público o privado, que ande dispuesto ahora mismo a entregar 50.000 millones de dólares a uno de los países más endeudados en divisas con el resto del planeta; por más señas, la propia Argentina (durante el mandato de Macri, el país solicitó y obtuvo el mayor crédito concedido por el FMI en toda la historia de la institución, 45.000 millones de dólares; saldo deudor que, unido a la enorme deuda privada externa, llevará a una escasez crónica de divisas en el país durante lustros).
Y huelga decir que el Estado argentino carece de posibilidad alguna de conseguir esos 50.000 millones de dólares por sus propios medios. De ahí que, y casi con plena seguridad, las dos propuestas estrella del incendiario programa de Milei, el cierre del Banco Central y la renuncia a una moneda soberana, se quedarán al final en mera charlatanería agitativa para exclusivo consumo de las audiencias televisivas durante la campaña electoral. Así las cosas, y por suerte para el hipotético presidente Milei, las ideas monetarias del candidato Milei no se van a materializar en el siempre ingrato terreno de la realidad fáctica y tangible. Por suerte para Milei, sí, toda vez que su proyecto de dolarización únicamente podría haber acabado en un desastre radical, radical y absoluto. Por algo, no existe ningún precedente de que alguna otra nación de tamaño y población comparables a los de Argentina se haya embarcado en una aventura monetaria similar.
«La dolarización dispararía, en consecuencia, los niveles de desempleo hasta cotas incompatibles con la ausencia de estallidos sociales violentos»
Solo se han dolarizado lugares como Panamá, Ecuador o El Salvador, pequeños países de importancia marginal en los flujos comerciales internacionales; entre otras razones, porque ninguno de ellos ha dispuesto nunca de una industria nacional digna de tal nombre que viese amenazada su propia supervivencia tras verse forzada a operar en sus transacciones con la divisa del Estado líder de la economía global. Ecuador no arriesgó su tejido industrial el día que adoptó el dólar por la muy simple razón de que el tejido industrial de Ecuador nunca ha existido; pero el argentino sí existe (al menos, de momento). A tal respecto, el del impacto para las empresas locales del tránsito de una moneda tan débil como el peso a otra tan fuerte como el dólar, estimaciones moderadas calculan que en torno al 30% de las empresas argentinas irían a la quiebra en el corto plazo. Recuérdese lo que pasó con el grueso de la industria autóctona española en los años inmediatamente posteriores al abandono de la peseta y la incorporación al euro. La nueva divisa europea se llevó por delante a la mayor parte de la industria ibérica que había sobrevivido al ingreso en el Mercado Común.
Y el dólar haría exactamente lo mismo con la argentina. Porque dos países solo pueden compartir moneda cuando también comparten similares niveles de productividad en sus respectivas estructuras económicas; única y exclusivamente si se da tal simetría. Si eso no ocurre, por ejemplo en los casos de Alemania y España o de Argentina y Estados Unidos, la eliminación del termostato cambiario conlleva de modo inevitable la bancarrota del competidor menos eficiente. Y Argentina, a diferencia de España, no podría pasar a vivir del turismo de sol y playa. La dolarización dispararía, en consecuencia, los niveles de desempleo hasta cotas incompatibles con la ausencia de estallidos sociales violentos, del tipo de los que arrasaron el país durante los gravísimos disturbios de 2001. Pero, llegados a ese escenario, a Argentina no le resultaría factible apelar a una última carta a la desespera: la de la devaluación. Quien dolariza su país se ata de pies y manos a un timón monetario la dirección de cuyo rumbo no puede controlar. Por cierto, opiniones en contra de dolarización de Argentina muy parecidas a las que se han vertido en este artículo fueron hechas públicas, en 2019, por un conocido economista liberal bonaerense. Su nombre es Javier Milei.