Tener la razón o tener el poder
«Si para lograr los objetivos se tiene que mentir, se miente. La política siempre ha tenido mucho de cinismo, el problema es que ahora el cinismo es la política»
Podría parecer que la política es un campo de juego aislado de la sociedad, los políticos hablan, van a la suya, mienten (cambian de opinión), utilizan el cinismo como estrategia en una especie de competición sin fin. Sin embargo, como es obvio, si vemos el objetivo principal de su descarnada competencia, esto es, si consideramos al ciudadano, aquél que tiene depositado esa herramienta tan fútil como poderosa, su voto, entonces vemos cómo entender su marco mental y referencial, es el camino para lograr el éxito en su lucha de suma cero. Cada voto, cada ciudadano es contemplado como un simple agregado, pero que parte de esa individualidad, de esa forma de entender la vida y su entorno, es el juego dónde se aplican todas las estrategias políticas: en la mente de la persona.
Podría parecer que este escenario estaría matizado por el esquema moral de cada contrincante político, por la ética democrática, por las formas y por el respeto al depositario de la soberanía nacional. Pero el que crea esto, máxime en nuestra contemporaneidad, debería dedicarse a otra cosa. En un mundo, en un país como el nuestro, dónde la eficacia de la retórica cínica y populista cala en profundidad en grandes capas de la población, esto nos dice que las reglas del juego han cambiado, la mutación es básicamente la anteposición de la lucha por el poder por encima de las formas y normas democráticas. Si para lograr los objetivos se tiene que mentir, se miente; si se tiene que desinformar, se desinforma; si se tiene que traicionar, se traiciona. La política siempre ha tenido mucho de cinismo, el problema es que ahora el cinismo es la política.
Entender y comprender cómo piensan las sociedades, como decía, es la clave para lograr acabar con la deriva populista e iliberal. Esto que parecería algo evidente, no lo es tanto; lo vemos cuando hay quién se sorprende ante la aceptación por una parte de la ciudadanía del giro del presidente Sánchez con la amnistía. Nos rasgamos las vestiduras, clamamos al cielo, le llamamos mentiroso, nos atropellamos mientras corremos hacia Colón, hacemos grandes discursos en forma de café para los muy cafeteros, nos abrazamos los que nos reconocemos y, mientras, Sánchez y sanchismo continúa con su juego de hechos consumados. Confundimos cómo vemos nosotros (los muy cafeteros) la realidad y cómo la realidad es percibida por aquellos que abrazan el relato populista. Desgañitarse gritando en un bucle infinito que tenemos razón solo nos ofrece un efecto balsámico autoconsolador y políticamente onanista.
La pregunta que habría que responder sería entonces ¿cómo es posible que haya gente que acepte las mentiras y el cinismo desplegado por el presidente (en funciones) Pedro Sánchez? Para responderla, pondré el ejemplo de una reciente entrevista al actor Miguel Rellán cuando decía: «Si la alternativa es la amnistía o que gobierne PP y Vox, lo siento, amnistía». Esta frase condensa la realidad, nos guste más o nos guste menos. Cuando el actor continúa recordando el franquismo, dictadores, censura, etc, es cuando se visualizan las varias capas culturales sobre las que se construye el discurso populista del PSOE. Entenderlas y comprenderlas servirá para volver a la realidad, lograr reconectar con la sociedad, crear estrategias inteligentes, lograr mayorías y alcanzar el poder para poder desmontar la maquinaria populista de nuestro país.
«La izquierda ha mutado a populismo y se ha enraizado en los movimientos cínicos y populistas que recorren el globo»
Para lograr comprender nuestra realidad social, el marco mental y referencial, siguiendo a Dumezil, podríamos recurrir al análisis de capas culturales muy profundas, sin embargo, para ser muy pragmáticos y no complejizar el artículo, me limitaré a señalar las características que serían decisivas para lograr los objetivos que busco. La primera es tener claro que, desde la Transición, los creadores de contenidos audiovisuales, con mucho dinero público, han hecho una decidida labor de reinterpretación histórica de la Guerra Civil, incluyendo una idealización de la República. Claro está que estamos hablando de cultura popular, de trazo grueso, esa reinterpretación es binaria, moralmente binaria, buenos/malos. Ello siempre se ha trasladado a la política en nuestra democracia, es el recurso narrativo permanente de la izquierda española. La diferencia es que, en la actualidad, la izquierda ha mutado a populismo y a la lucha del poder por el poder, se ha enraizado en los movimientos cínicos y populistas que recorren el globo.
Por otro lado, vemos la mutación de las formas, de las estrategias, de la obsesión por el control de los mensajes, de los medios, nada puede escaparse, todo lo que ocurra debe ser aprovechado para lograr cimentar el relato del poder. Por ello se juega con la polarización social, porque se necesita la visualización de un peligro a la democracia en forma de un fascismo inexistente. Y, muchas veces, de forma ingenua los que creemos en la democracia como fin y no como medio, caemos en las trampas dialécticas, en los dilemas a los que recurren los estrategas monclovitas para reafirmar esa mentalidad guerracivilista que tanto conviene a Sánchez y los suyos.
La importancia de entender España y a los españoles, la importancia de salir de nuestras propias cajas de resonancia, de nuestros sistemas autorreferenciales y autorreferenciadores, lo vimos en el expresidente Aznar. Los principales impulsores de la esencialidad del «con tener razón es suficiente, porque tengo razón» siempre ensalzan a José María Aznar, se miran en el espejo de su segundo mandato, pero lo que no ven y creo que no entienden es que, sin el primer Aznar, el segundo sería imposible. La estrategia narrativa desplegada en esa primera legislatura sirvió para romper la dualidad moral guerracivilista, Aznar logró que la población viese que la derecha española es una derecha democrática y de corte europeo… Estimados, la cuestión es mucho más sencilla de lo que parece, hay que decidir si nos conformamos con tener la razón o queremos tener el poder, la izquierda populista lo tiene claro, lo hemos visto y lo estamos viendo…en nuestras manos está.