THE OBJECTIVE
Jorge Freire

Por el amor de Rob

«Como sostienen sus críticos, Liefeld se cree el rey del mambo, pero no son pocos los que siguen bailando a su ritmo»

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Por el amor de Rob

Cómics de Marvel

Hemos convenido en que el tebeo americano se volvió bastante estúpido cuando los dibujantes se impusieron sobre los guionistas. Era la época de los hot artists, y bastaban unas cuantas páginas espectaculares y alguna que otra portada alternativa para que los ejemplares se vendieran como churros. Hoy, que los guionistas estrella se arrogan la casi completa autoría del cómic y los dibujantes son prácticamente intercambiables, las historias son ramplonas, predecibles y, en algunos casos, ilegibles.

Ha caído en mis manos el décimo tomo de la colección OmniGold con que Panini reedita los clásicos de la Patrulla-X. Lleva por título «¡Ha nacido una leyenda!» y contiene uno de los momentos climáticos de la franquicia mutante, que a finales de los ochenta, después del crossover Inferno, estaba en plena transformación. Hablamos de, entre otras cosas, la primera aparición de personajes como Júbilo y Gámbito y la llegada de dibujantes como Jim Lee o Rob Liefeld. ¡Ahí es nada!

¿Tan malos eran estos tebeos? Son, por lo pronto, historias que se dejan leer y que, cuando vienen dibujadas por Lee, hasta se leen con gusto. En el caso de Liefeld no cabe duda de que se trataba de un dibujante hiperbólico, pleno de carencias, al que nos encantaba odiar. Así y todo, hay algo en su energía juvenil, en esa insolencia que lo hacía despreciar las reglas más elementales de la anatomía, que se echa de menos en estos tiempos de fotografías calcadas en tablets y dibujantes clónicos.

Para apreciar las bondades de esta época basta compararla con la reciente etapa de Hickman: personajes que, al servicio de aburridas tramas a largo plazo, se vuelven planos y desechables, al tiempo que el clásico culebrón, seña de identidad de los mutantes, es sustituido por una historia abigarrada, llena de diagramas y símbolos, que exige un par de doctorados para entenderse. Sic transit

¿Qué ha cambiado? Digamos que Claremont escribía historietas, en cuyo pedernal chisporroteaba la vida en forma de aventuras, mientras que Hickman solo escribe historias. Desconozco quién recuerda con particular fervor las tramas de La saga del oso místico o Inferno. Pero nadie olvidará la amenazante silueta de los Centinelas recortándose frente al cielo o las panorámicas imposibles de la Tierra Salvaje.

Durante años, odiar a Rob Liefeld nos resultó muy divertido. En el fandom español se puso de moda la frase ¡por el amor de Rob! Curiosamente, quienes se lo tomaban a chacota no lo hacían por sus errores de perspectiva ni por sus problemas con el cuerpo humano, sino por su egolatría. Liefeld estaba encantado de conocerse. Claro que ¿quién no se habría ensoberbecido después de vender varios millones de tebeos con poco más de veinte años?

Justo estos días ha salido a subasta el infamante dibujo que Rob Liefeld dedicase al Capitán América. Hay consenso en que se trata de una de las peores portadas de la historia; para algunos, la peor. Sea como fuere, la punzada de la nostalgia es más aguda que el desprecio y la puja ya roza los diez mil dólares. No cabe duda de que seguirá subiendo. Como sostienen sus críticos, Liefeld se cree el rey del mambo, pero no son pocos los que siguen bailando a su ritmo. Y hacen bien. Es mejor entretenerse con un tebeo malo a los diez años que aburrirse con una historia plúmbea con cuarenta.

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