THE OBJECTIVE
Ricardo Cayuela Gally

Los bárbaros, entre nosotros

«Esta severidad con el presente fue la puerta de entrada de una revisión objetiva del pasado. Así nace la historia como disciplina»

Opinión
1 comentario
Los bárbaros, entre nosotros

El Partenón en Atenas. | Europa Press

Los marcianos de Tim Burton en Mars Attacks! anuncian que vienen en son de paz mientras disparan sin piedad a los ingenuos terrícolas que los reciben con guirnaldas. Lo mismo sucede con los aprendices de tirano que utilizan los mecanismos de la democracia para acceder al poder y luego la revierten. Nadie se presenta en la esfera pública diciendo que está en contra de la democracia o la libertad. El dilema de nuestro tiempo está en denunciar el espejismo de la «voluntad popular» frente a la legalidad democrática. La democracia no es sólo una forma de acceder al poder, sino de ejercerlo. Las virtudes de la democracia (tolerancia, pluralidad, libertades) son inevitablemente parte de su fragilidad cuando la traición se ejerce desde dentro.

Viktor Orbán, Recep Tayyip Erdogan, Donald Trump, Andrés Manuel López Obrador, Vladímir Putin, Daniel Ortega o Hugo Chávez son ejemplos recientes que se inscriben en una larga tradición de líderes electos que atacan o fulminan la democracia que les permitió llegar al poder. Eso fue el Brexit y el procés, sin ir más lejos. Si al final Pedro Sánchez consigue la investidura pactando impunidad, privilegios y fueros para alcanzar la mayoría parlamentaria, quedará inscrito en esa deshonrosa lista. Y su lugar en la historia será el de un líder que contribuyó con ahínco al derrumbe del orbe liberal.  

La democracia nació en Atenas. Fue criticada por Tucídides, al responsabilizarla de la derrota ante Esparta en Las guerras del Peloponeso; odiada por Jenofonte, por haber condenado a muerte a Sócrates, el mejor de sus ciudadanos, como explica en su Apología; ridiculizada por Aristófanes en sus comedias, con la risa cómplice del público, sirviendo de acicate y de espejo a la vez. La muerte de la polis ateniense por los hoplitas espartanos y los demagogos locales originó tres escuelas filosóficas diferentes (estoica, epicúrea y cínica) convergentes en un punto: su órbita de actuación sería privada. La renuncia a los horrores del mundo para refugiarse en la paz interior. Zenón de Citio, Epicuro de Samos y Diógenes de Sirope encontraron salidas distintas a un mismo problema: el caos del mundo. En nuestros días obedecen al mismo impulso el veganismo, la autoayuda, el ecologismo, el auge de los retiros espirituales, las drogas alucinógenas, el orientalismo filosófico.  

«El dilema de nuestro tiempo está en denunciar el espejismo de la ‘voluntad popular’ frente a la legalidad democrática»

El caos del mundo, la violencia sin freno, es también el origen del pensamiento utópico. La República de Platón, involuntaria escuela de tiranos, como señaló Popper, nace de la disonancia cognitiva entre el espantoso mundo real que observa el filósofo y el perfecto mundo ideal que podría erigirse si todos siguieran sus sabios consejos, incluido el tirano Dionisio, que los ignora en su primer viaje a Siracusa. Bastaría con que gobernaran los filósofos. Bastaría con instaurar la dictadura del proletariado. Bastaría con extirpar a los judíos de la nación alemana. Bastaría con destruir a Israel. La felicidad con puño de hierro. El triunfo de la voluntad. Sólo Alá es grande.

La democracia ateniense fue un pequeño paréntesis de la historia antigua. Un parpadeo entre reyes, emperadores, tiranos y demagogos que no encontró un eco intelectual hasta la Ilustración, cuyos postulados llevaron a la independencia de los Estados Unidos y a la Revolución Francesa. Pero tanto los filósofos ilustrados, Voltaire, Montesquieu o Rousseau, como los padres fundadores, Jefferson, Adams, Franklin, tuvieron mucho cuidado de poner diques al caudal ateniense de la democracia directa. 

Efectivamente, el sistema ateniense de democracia era a mano alzada en asamblea general, salvo algunos cargos clave designados por sorteo (por ejemplo, los 500 «senadores» de la boulé). El siglo de Pericles fue posible por dos reformas previas: las de Solón y Clístenes, que instaura la igualdad ante la ley (isonomía) y la concesión de la ciudadanía no sólo a los propietarios de la tierra. También se dejó de exigir un mínimo monto de sus ingresos. El voto, es cierto, estaba restringido a los varones adultos nacidos en Atenas, dejando fuera a las mujeres, los esclavos y los extranjeros (o metecos) afincados en la ciudad. Más de tres cuartos de los habitantes, pero por primera vez incluía a los plebeyos. Aun así, fue una revolución inmensa. Todas las decisiones importantes se sometían a votación en asamblea, en la colina del Pnyx, y eran de obligado cumplimiento para todos, incluido servir en la armada, la mayoría como remeros de los ágiles trirremes. Solemos ignorar que la clave estaba en los preparativos de la asamblea. Aunque hipotéticamente cualquier ciudadano tenía derecho a solicitar la palabra, en la práctica esta acción estaba controlada por un pequeño grupo de representantes de la boulé, que preparaba las asambleas y asignaba oradores y turnos de palabra. El poder real se ejercía ahí. 

«El caos del mundo, la violencia sin freno, es también el origen del pensamiento utópico»

Atenas era la cabeza de un imperio marino con muchas ciudades-estados, la mayoría islas del mar Egeo, agrupadas bajo su liderazgo. La colosal Palas Atenea al interior del Partenón resguardaba en metálico el pago de los aliados por el sistema de defensa común. El Partenón era el banco central de la Liga de Delos y la diosa de la sabiduría su bóveda acorazada. 

Atenas era una ciudad próspera, cabeza de un imperio mercantil y militar, pero con una población relativamente homogénea y pequeña. La asamblea difícilmente reunía más de siete mil ciudadanos. La riqueza y el número pequeño de ciudadanos le permitía tener un elevado grado de tolerancia a las ideas contrapuestas: se debatía en la asamblea (aunque muchas veces con las cartas marcadas), se debatía de la mano de los filósofos, muchos de ellos fundadores de escuelas de pensamiento enfrentadas, y se debatía en los teatros, cuya asistencia estaba subsidiada por el dinero público. Los poetas trágicos, con la excusa de volver a los mitos antiguos, ponían en el escenario temas de actualidad. También se podía ridiculizar a los gobernantes a través del bálsamo corrosivo del humor. Esta severidad con el presente fue la puerta de entrada de una revisión objetiva del pasado. Así nace la historia como disciplina. El pasado ya no es solamente el territorio de los mitos tribales auto-justificativos. La seguridad en esos ideales abre la puerta por conocer a otras culturas. Poner rostro humano a los bárbaros. Tucídides desde el interior, con su implacable (y autocrítica) historia de la derrota contra Esparta, y Heródoto, desde el exterior, con sus viajes más allá de los confines del mundo griego. 

Estas bondades cívicas se potenciaron en un círculo virtuoso que atrajo al interior de sus murallas a los mayores sabios de la Hélade. Nada de esto hubiera sido posible, no obstante, sin la figura del líder carismático de Pericles, que, si bien gobernó conforme a las reglas de la democracia, fue la figura tutelar que le dio sentido y rumbo a la ciudad, asumiendo el costo de las decisiones impopulares y evitando la inmovilidad que sucede muchas veces ante la discrepancia entre pares.

«El legado de Atenas que nos urge desentrañar no es el prodigio áurico del Partenón, sino sus dos milenios de ruina»

Atenas no era una arcadia. Nada humano puede serlo. Estaba travesada por disputas de todo tipo, con bandos políticos irreconciliables, por legítimos y contrapuestos intereses personales y por toda clase de diferencias. También fue azotada por la peste. En ese clima de encono es que se llevo el juicio a Sócrates acusado de «pervertir a la juventud» y «despreciar a los dioses de la polis». Ambas acusaciones, ciertas, en tanto que Sócrates incitaba a los jóvenes a pensar por sí mismos, haciéndose las preguntas pertinentes y descreyendo de toda autoridad no sometida a examen: maestros, generales, padres y sacerdotes. Desde luego, a su interrogación del mundo no escapaban los mitos y los dioses, pero la verdadera causa era una disputa entre facciones.

Su condena a muerte fue producto de la intriga y pequeñas miserias de sus adversarios, pero también de su actitud en el juicio ante el jurado popular. No sólo no cedió ni pidió perdón, sino que se reafirmó en su talante transgresor y exigió ser tratado con los privilegios reservados a los héroes de los juegos olímpicos. Sus últimas palabras, tras sentir los irremediables efectos de la cicuta sobre su cuerpo («¡Oh, Critón, debemos un gallo a Asclepio, no te descuides!») han sido interpretadas de mil maneras, incluida la salida irónica. Invocar a Asclepio, numen tutelar de la salud, a punto de morir envenenado, sería el último aguijonazo del tábano de Atenas. Yo me quedo con la lectura literal: morir sin deudas y aceptando las leyes de la ciudad, aunque lo perjudiquen fatalmente, fue su última lección democrática. Sócrates como la figura contraria a la Antígona de Sófocles. Su actitud ante la muerte abrió una herida que aún no tiene cicatriz, siempre llaga viva.

La muerte de Sócrates es la retracción forzada de Galileo, es la renuncia al mundo del espíritu de sor Juana Inés de la Cruz, es la pira de madera verde de Giordano Bruno, son los lentes rotos de Isaak Babel, es el parche pirata de Salman Rushdie. Atenas era una ciudad pequeña, próspera, tolerante y gobernada sabiamente. En el lapso de tres generaciones, marcadas por los trágicos Esquilo, Sófocles y Eurípides, será arrasada por sus enemigos, asolada por la peste, traicionada internamente por sus demagogos, sojuzgada por tiranos propios y ajenos. Nunca más volverá a ser el centro de la historia.

El legado de Atenas que nos urge desentrañar no es el prodigio áurico del Partenón, sino sus dos milenios de ruina. Nos ayudaría a entender que la democracia moderna está en peligro y los bárbaros, entre nosotros.

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D