España en peligro
«El riesgo para los españoles es, tal y como se plantea, dejar en manos de un prófugo de la justicia con ansias de venganza y codicia nuestro Estado de derecho»
Este domingo, Josu de Miguel publicó una tribuna, Me equivoqué, con cuyo análisis coincido: el esperpento político que estamos viviendo ni es casualidad, ni responde solo al ansia de poder de Sánchez (aunque este es una parte fundamental). Permítanme explicarlo.
Corría julio de 2019. Los complicados resultados de las elecciones ofrecían, aritméticamente hablando, dos alternativas:
a) Un pacto por el centro con constitucionalistas, entonces Cs (como hoy podría darse con el PP); o
b) Un pacto con una amalgama de fuerzas unidas por su rechazo al régimen del 78 y/o su aversión a España, a saber: comunistas -en ese momento, UP-; independentistas -de izquierda (ERC) y de derecha/ultraderecha (PNV y Junts) y filoetarras (Bildu). Como sucede ahora.
En estas circunstancias paralelas (aunque aún no tan graves), se culpó a Cs de empujar al país «a un esperpento de gobierno». Fue el principio del fin del partido, pero esos días, en el Congreso, Rivera hizo una intervención que hoy adquiere un carácter profético: Sánchez había trazado su hoja de ruta y le iban a permitir ejecutarla.
«Viene con un discurso que ni usted se cree, mientras en la habitación de al lado se reparte silla con Podemos y hace concesiones a los golpistas». Lo que quiere es «perpetuarse en el poder controlando la TV pública, las encuestas, criminalizando a los constitucionalistas y lavando la imagen a sus socios (…) Su plan solo es bueno para usted».
Albert acertó en casi todo… menos en lo último. Porque, el plan Sánchez, además de al inquilino de la Moncloa, ha beneficiado a otros muchos. Para empezar, a una inflamada corte de colocados y agraciados -individuos y empresas-, de los distintos socios del «gobierno progresista» (sic) (sufragados a escote por todos los españoles). Revisen chiringuitos, subvenciones, asesores o inversiones de publicidad institucional en medios, por ejemplo. Adicionalmente, y esto es lo verdaderamente peligroso, el plan Sánchez pinta ser ahora un chollazo para delincuentes (ya lo ha sido para violadores, ahora toca malversadores y golpistas) y una amenaza para la igualdad entre los españoles.
«El ‘Gobierno progresista’ ha ido permitiendo una reinterpretación de las instituciones y de la Constitución»
Esto es muy grave.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí sin que apenas se haga nada? Una mezcla de circunstancias: incredulidad, apatía, falta de coordinación y de generosidad, líos internos en los partidos, prejuicios, miedo al qué dirán, pánico a que me tilden de facha… pereza, ineptitud. Y dificultad, ¿por qué no admitirlo?
Y es que la estrategia ha sido sutil y enrevesada. A diferencia de la violentación de normas (como hicieron los de Junqueras y los de Puigdemont), el «Gobierno progresista» ha ido permitiendo sutilmente una reinterpretación ad hoc, ad infinitum y ad nauseam de las normas, de las instituciones y de la Constitución. Como muestra, la mesa del Congreso, el CIS, el CNI o el Tribunal de Cuentas…
Lo describe muy bien de Miguel en su texto: han instalado «una praxis jurídico-política que ha producido mutaciones para condicionar el proceso electoral». Y ahora es tarde y probablemente no hay vuelta atrás.
Nada nuevo bajo el sol: muchos otros antes llegaron al poder justificando «la democracia» con las urnas, para luego manipularla y suprimir y ningunear a la oposición, ocupar las instituciones, controlar a los medios, instrumentalizar la propaganda y la ideología y restringir las libertades civiles y políticas bajo distintas excusas. Y es que ya se sabe que, para tener el control, más eficiente que cambiar las leyes es a veces influir en el cómo se aplican.
La situación de hoy en España es muy grave. Por lo que estamos leyendo (no hay mucha transparencia), no es ya una cuestión de ideología, parece una cuestión de delincuencia. Discrepo del expresidente Zapatero de que la democracia española -y sobre todo los españoles- seamos tan fuertes que lo aguantemos todo. Si algunos tienen un precio, nosotros tenemos un límite.
La batalla también ahora, especialmente para el PSOE (que tiene un papelón), está en el relato de (y para) los apoyos.
«El proceso para cambiar la Constitución por la puerta de atrás y para cargarse la igualdad puede detenerse»
Sánchez ha realizado una consulta interna que utilizará como aval de legitimidad de cara al exterior. Una consulta representativamente ridícula, que a él le sirve. Al tiempo, el PSOE insiste magistralmente en advertir de una ultraderecha maquiavélica (mientras negocia con Junts y con el PNV, que es que da risa) y en etiquetar de «fascista» a todo aquel que muestre su disconformidad (incluidos referentes de su partido a los que está insultando y humillando), como Felipe González, Virgilio Zapatero, Alfonso Guerra… Son valientes. Que no cejen en su defensa del Estado de derecho y de la libertad.
Hoy es muy importante contrarrestar relatos. El proceso para cambiar la Constitución por la puerta de atrás y para cargarse la igualdad puede detenerse, como apunta de Miguel, «si la soberanía nacional, los españoles, nos oponemos de manera rotunda e inequívoca».
Pero no sólo. Los ciudadanos esperamos también una contundente reacción política, a la altura de la gravedad de las circunstancias, para que Europa se entere e intervenga. Hay exdirigentes, presidentes y expresidentes que se deberían conjurar para demostrar una oposición rotunda a la arbitrariedad, a la corrupción y a la injusticia. Están tardando todos en convocar un comité de crisis.
De izquierda, derecha o centro, hay que decir que el riesgo para los españoles es, tal y como se plantea, dejar en manos de un prófugo de la justicia con ansias de venganza y codicia nuestro Estado de Derecho. Estamos jugándonos mucho.
De verdad, no se reúnan más para sesudos análisis. El diagnóstico desde 2019 está hecho: hace falta pasar a la acción.