Más allá de Puigdemont
«Siempre habrá alguien más insaciable, más intransigente, más totalitario. Si no es la CUP será una candidatura fantasma de la ANC o de Òmnium Cultural»
La investidura de Pedro Sánchez no será seguramente esta semana, pero seguramente será. En el momento en que él pronunció en público la palabra «amnistía», nos condenó a todos los demás. A esto. Dibujando un maquiavélico escenario donde, oh paradoja, la misma reacción alimenta la acción. En el momento en que la Audiencia Nacional abrió la veda para procesar por terrorismo a Carles Puigdemont y Marta Rovira, condenó a Junts y ERC a entenderse aunque no quieran, porque la amnistía dejó de ser opcional para ellos, dejó de ser un lujo que se pueden permitir o no, para devenir una primera necesidad. A ver quien se arriesga ahora a que no haya investidura y tener que acabar respondiendo algún día de delitos semejantes.
Que por cierto habría mucho que hablar del pavor independentista a tener que lidiar ese toro con un gobierno PP-Vox en lugar del que se nos viene encima. ¿De verdad habría tanta diferencia para ellos? ¿De verdad? Ciertamente a día de hoy es impensable ser presidente de España con el apoyo simultáneo de Abascal y de Puigdemont. De ahí que el pretendido «casi, casi» de Feijóo, su discurso de que le ha faltado una nariz para ser investido, contenga un mucho de trampantojo. El sudoku de alianzas sanchistas merecerá el juicio ético y político que merezca, pero es técnicamente viable, y lo es a día de hoy. Mientras que a día de hoy Feijóo ni puede soñar en pisar Moncloa aliado con Vox, PNV y Junts, por mucho que se desgañite proclamando su «respeto» por el prófugo de Waterloo.
Otra cosa es de aquí a un tiempo. ¿A alguien del PSOE se le ha ocurrido que en la amnistía puede ir la penitencia? Si algo ha demostrado la última década política, es la tinellización masiva de España. La habilidad socialista en trasladar a toda España el pacto del Tinell en virtud del cual nadie que se preciara podía ser aliado del PP en Cataluña. Bueno, pues ahí andamos: Sánchez puede elegir pareja de baile entre las siglas más variadas y estrambóticas, puede convertir el Congreso en el bar de La guerra de las galaxias, se acuerdan. Mientras el PP languidece encerrado a solas con Vox y, si me apuras, con Coalición Canaria. A veces.
Ah, pero una amnistía puede acabar dándole la vuelta a esto. Igual que un día alguien legalizó a Bildu, y legalizada quedó, y no está lejos el día en que un Otegi cualquiera pueda ser por ejemplo lehendakari con el apoyo de partidos constitucionalistas, un Puigdemont amnistiado y blanqueado puede ser, a medio plazo, un compañero de viaje aceptable para el PP, y viceversa. Atención socialistas: la investidura de Sánchez puede ser el plato de lentejas que os haga perder la primogenitura, que haga viables a medio plazo pactos y alianzas que ahora mismo harían estremecer. Desde luego si de Feijóo depende, por él no va a quedar. ¿Alguien duda de que en el fondo envidia apasionadamente a Sánchez y haría lo mismo a poco que pudiera? ¿Alguien cree que el futuro de los constitucionalistas catalanes le iba a quitar ni cinco minutos de sueño? Que le pregunten a Alejandro Fernández. Que nos pregunten a los de Ciutadans.
«Cosas que parecían intocables como la Constitución ahora hay que defenderlas como si Franco aún estuviera vivo»
Claro que todos estos cinismos del bipartidismo se basan, en el fondo, en creer que no hay para tanto. Que esto de la amnistía se ve muy gordo un día pero al día después el suflé baja, la gente se acostumbra y ya. Que si se pudo pasar del «Pujol, enano, habla castellano» a hacerle español del año y darle créditos ICO cuando ya estaba públicamente hasta las cejas de corrupción, ¿no se van a entender, unos y otros, con todos los Puigdemont y Junqueras que se les pongan por delante?
Lo malo es que los que nunca nos metimos en esto del constitucionalismo para ganar la Moncloa, sino nuestra libertad y la de todos nuestros vecinos y compatriotas, hemos aprendido, y de qué dura manera, que hay tsunamis que o los paras de verdad o no se acaban nunca. Que del mismo modo que los pactos del 78 no garantizaban una concordia inalterada e infinita, que cosas que parecían intocables como la Constitución ahora hay que defenderlas, pelearlas y casi volverlas a ganar como si Franco aún estuviera vivo, o en trance de resucitar (yo creo que resucita un poco cada día), del mismo modo que el catalanismo degeneró en nacionalismo, luego en independentismo y finalmente en puigdemontismo, que se pueda sacrificar todo un país para salvar a un solo hombre, en fin, ¿por qué la degeneración va a detenerse ahí?
El gesto incendiario de la CUP proponiendo reactivar la maquinaria que en 2017 puso todo un Parlamento catalán a trabajar para el golpe de Estado demuestra que siempre habrá un más allá de Puigdemont. Alguien más hiperventilado, más insaciable, más intransigente, más totalitario. Si no es la CUP, en franco retroceso en los últimos ciclos electorales, será una candidatura fantasma de la ANC o de Òmnium Cultural. Aconsejo no perder tampoco de vista a la Georgia Meloni de Ripoll, a Silvia Orriols, cuyo programa se reduce a dos ideas tan simples como tremendas: todo en catalán y moros fuera. ¿No querían ultraderecha racista y populista, y por eso estaban dispuestos a tragar con el separatismo catalán? Pues toma ración doble de ambas cosas: un separatismo catalán más de ultraderecha, más racista y más populista que nada y que nadie. ¿Quién da más?
De verdad que no hay atajos. Esto es, ha sido siempre, una carrera de fondo. Sólo una fe inextinguible en la dignidad humana, en que esa dignidad es un valor en sí mismo, nos sostendrá hasta el final. Si es que final hay.