THE OBJECTIVE
Rosa Cullell

Los buenos catalanes

«El ‘procés’ ya está instalado en Madrid. Nunca, por más que les consientan, dejarán los independentistas de deslegitimar las instituciones españolas»

Opinión
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Los buenos catalanes

Ilustración de Alejandra Svriz.

Nosotros y ellos. Patriotas y traidores. Progresistas y fachas. Así seguimos. El hartazgo ante tanta frivolidad se mezcla en Cataluña con una omertá que silencia opiniones y condena a la muerte civil al que disiente. Y el procés ya está instalado en Madrid, en el Senado y en el Congreso, exigiendo prebendas imposibles a cambio de votos para la investidura. Nunca, por más que les consientan, dejarán los independentistas de exigir y de deslegitimar las instituciones españolas. En estos tiempos revueltos surgen, no obstante, catalanes extraordinarios, como Elda Mata, que desde Sociedad Civil Catalana (SCC), sin subvenciones ni apoyos oficiales, consiguió reunir en Barcelona a 300.000 personas en contra de la amnistía. 

El pasado martes, en una sala del Colegio de Abogados de la Ciudad Condal, ocupada por constitucionalistas de tendencias políticas diversas, preocupados todos por el río que nos lleva, hablamos de Cataluña en España. Esa señora, que vive en Gerona y ha aguantado pintadas, insultos y boicots sin torcer el gesto ni proferir un insulto, se mantiene firme en su intención de agrupar a personas muy diversas bajo el paraguas constitucional. Su valentía, la de otros como ella —y esto no va de izquierda o derecha—, son hoy más importantes que nunca.

El boicot soterrado continúa hacia quienes osan salir del sendero que marca el independentismo. A Elda hasta le costó encontrar una tarima para la manifestación del 8 de octubre. Más le dolió que la revista Socialistas calificara a la asociación que preside de «sociedad fantasma». Algún socio socialdemócrata debió protestar porque el ofensivo artículo se eliminó de la web. 

«En 1984 tuve el primer presentimiento de que la concordia de la Transición podía estar en peligro. Había quebrado Banca Catalana»

El director del debate de SCC propuso un análisis Vargasiano del pasado, el presente y el futuro de Cataluña que, por más que muchos se empeñen e inventen, nunca ha sido una nación. Lo que sí tuvo nuestra tierra, desde mediados del siglo XIX hasta finales del XX, fue una sociedad civil fuerte, culta y productiva. El espeso tejido industrial, de pequeñas, medianas y grandes empresas favoreció el crecimiento de una sociedad con escasos funcionarios y muchos profesionales privados. Se dependía poco del dinero público. Se prosperaba sin enchufes ni clientelismo.   

¿En qué momento se jodió Perú?, preguntaba Vargas Llosa en sus Conversación en la Catedral. He estado días reflexionando, buscando paralelismos: ¿cuándo se fastidió Catalunya?

En 1984 tuve el primer presentimiento de que la concordia de la Transición podía estar en peligro. Había quebrado Banca Catalana, el banco de la familia Pujol, de Jordi y de su padre Florenci, un hombre que se hizo rico con el estraperlo de divisas durante el franquismo. El banco fue intervenido por el Banco de España y la Fiscalía acusó a Pujol de apropiación indebida. Sin embargo, ante mi profundo asombro, el expresidente ganó sus segundas elecciones por mayoría. CiU pasó de 43 a 72 escaños. 

El día de su investidura como presidente de la Generalitat, salió al balcón de la Plaza Sant Jaume y dejó una frase para la posteridad: «El Gobierno central ha hecho una jugada indigna. Y, a partir de ahora, cuando se hable de ética, de moral y de juego limpio, podremos hablar nosotros, pero no ellos». Mientras lo decía, los Pujol se estaban llevando el dinero a Andorra.

«El segundo momento clave de la paulatina deriva hacia el caos despertó con el fin del reinado pujolista»

Ese día escuché, por primera vez, cómo un político se atrevía a deslegitimar a los tribunales, a los juristas de nuestro Estado de derecho. Ahí, aunque de forma soterrada, empezó el «nosotros y ellos», los buenos y los malos catalanes.

El segundo momento clave de la paulatina deriva hacia el caos despertó con el fin del reinado pujolista. La decisión del exalcalde Pasqual Maragall de presentarse a la presidencia de la Generalitat rompió el status-quo en Catalunya: ayuntamientos para los socialistas, Govern para CiU. 

Al no conseguir la mayoría absoluta, Maragall pactó con ERC e Iniciativa. Nada de sociovergencia: pacto de izquierdas. Supongo que les suena. Viví el segundo tripartito desde la dirección general de la CCMA, de TV3 y Catalunya Ràdio. La vieja Convergència, asediada ya por el 3% y por los millones en Andorra, se sentía acorralada. Había perdido poder y sillones bien pagados. Su solución: ser más independentistas que ERC. 

Todos ustedes conocen el tercer momento, el definitivo, cuando de verdad se «jodió» Cataluña. En octubre de 2017 se votó ilegalmente la independencia. Desde Lisboa, donde vivía, miraba boquiabierta los informativos de TV3, convertidos en el órgano de propaganda de una Cataluña que parecía haber declarado ya la secesión.  

«Las decadencias se cuecen a fuego lento en los fogones de la historia»

La noche de actos, tras la rápida entrada y salida al balcón de Carles Puigdemont, incluso llamé a un amigo en Barcelona. «¿He visto y oído mal o el president no ha declarado nada de nada?», le pregunté. «Todo es mentira, pero hay que seguir con la comedia. O va a la cárcel o sale corriendo, como del balcón», me respondió. 

Vargas Llosa, que perdió la presidencia de su país a manos del corrupto Alberto Fujimori, cree que los países no se van al hoyo en un día, sino a través de los años, de la incompetencia, del sectarismo y de la corrupción. Las decadencias se cuecen a fuego lento en los fogones de la historia. 

Lo que ahora debe preocuparnos no es averiguar cuándo se fastidió Cataluña. El procés ha llegado al Senado y al Congreso de los Diputados. Pere Aragonés dice que defenderá hoy a los catalanes (a los suyos, claro) en el Senado. A muy pocos representa su minoritario Gobierno de la Generalitat; solo tiene 33 de 135 escaños en el Parlament. Y es más incomprensible aún que los 7 diputados de Junts (el 1,6% de los votos en las últimas Generales) tengan la llave del Estado. La preocupación, pues, no es Cataluña, sino el futuro de España. 

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