Cuando el presidente es el primer incendiario
«La aberrante carrera reaccionaria del presidente ‘progresista’ pretende culminar en una amnistía a los golpistas catalanes que dinamitaría el Estado de derecho»
Me imagino a Sánchez encantado con el panorama. Es, al fin y al cabo, su obra: esta España embrutecida, polarizada, barata, chapoteando (¡txapoteando!) a su nivel. Desmiente, desde luego, su relato de la concordia. «La España del amor», decían en la propaganda electoral! Un amor contra media España: un amor con el que acribillar a media España. El relato era obviamente falso. Un relato instrumental, cuyo propósito es embrutecer, polarizar, abaratar, txapotear. ¡De ahí el éxtasis de Sánchez que conjeturo!
La ultraderecha le es necesaria: es la guinda de su pastel. En cuanto asoma un poquito, la absorbe y expande como maná caído del cielo. Digo bien la expande: no trata de aminorarla sino de agrandarla, alimentarla. Todo va en esa dirección. Los dos tuits que ha puesto Sánchez (o su equipo en su nombre) a propósito de las concentraciones ante las sedes del PSOE son significativos.
Dice el primero: «Todo mi cariño y mi apoyo a la militancia socialista que está sufriendo el acoso de los reaccionarios a las casas del pueblo. Atacar las sedes del PSOE es atacar a la democracia y a todos los que creen en ella. Pero más de 140 años de historia nos recuerdan que nunca nadie será capaz de amedrentar al PSOE. Seguiremos adelante».
Y dice el segundo (el último cuando escribo): «No esperamos nada de quienes por acción u omisión apoyan el asedio a las casas del pueblo socialistas. Su silencio les retrata. El avance social y la convivencia merecen la pena. No quebrarán al PSOE».
«Sánchez es el presidente de media España contra la otra media. Siempre lo ha sido»
A Sánchez le interesa que quienes se oponen a él no sean ciudadanos, sino «reaccionarios». No concibe que concentrarse ante las sedes del PSOE sea otra cosa que «atacar»; no puede existir manifestación de descontento hacia él y los suyos, sino solo «acoso», «asedio». Su partido, por su parte, encarna la «democracia», el «avance social», la «convivencia». La respuesta de Sánchez, naturalmente (¡este es su único mensaje!), es fomentar la confrontación, permanecer en ella: «Seguiremos adelante», «No quebrarán al PSOE». Es el presidente de media España contra la otra media. Siempre lo ha sido.
Sánchez se autodenomina progresista (y a su Gobierno lo llama Gobierno progresista) cuando no ha habido gobernante más reaccionario en España desde el franquista Arias Navarro. Bueno, exceptuando a los líderes del independentismo catalán: precisamente sus socios del Gobierno progresista. Y lo llamo reaccionario en sentido estricto: como no hay nada más progresista que el Estado de derecho (garante de la igualdad de los ciudadanos y del imperio de la ley frente al abuso de los poderosos), quien lo debilita o elude es antiprogresista. Así Sánchez.
La aberrante carrera reaccionaria de nuestro presidente progresista pretende culminar en una amnistía a los golpistas catalanes que dinamitaría el Estado de derecho y acabaría, por tanto, con la igualdad de los ciudadanos y con el imperio de la ley en España. Que cuente con el apoyo de su partido entero, con escasísimas disidencias, hace más deprimente la aberración. Que el fin último (el exclusivo fin) sea la permanencia en el poder la ennegrece de manera irremediable.
Solo le queda un relato: que todo es contra la ultraderecha. Una ultraderecha real pero minoritaria en las protestas. Una ultraderecha que, por favorecer el relato de Sánchez, parece diseñada por él: su ultraderecha soñada. Lo más divertido (trágicamente divertido) es que no me imagino ni siquiera a una ultraderecha en el poder cometiendo las aberraciones reaccionarias que están cometiendo el progresista Sánchez, su Gobierno progresista y su progresista PSOE. A los que solo les cabe ya el incendio. Y la ilusión de que las llamaradas no les alcancen.