El final del pacto del 155
«No son unos sediciosos lo que amenazan la unidad del país y la Constitución sino el propio gobierno central, que se dispone a negociar con ellos, con árbitros internacionales de por medio…»
Un clamor de nuevo ayer en las calles, esta vez en Cibeles, contra la amnistía y sus colgajos. Una marea de la -nunca mejor llamada- sociedad civil, en la que, entre banderas constitucionales y europeas hablaron alto y claro eximios representantes de ésta: Savater, Ovejero y Trapiello (sólo faltó Espada, pero tiene su lógica: es una isla civil en sí misma).
Unos cientos de miles de indignados reclamaban lo más revolucionario que cabe hoy: el Estado de derecho para los libres e iguales.
Un Help Spain, sin embargo, al que Europa puede hacer oídos sordos, una vez más. Ya en 2017, el cierre de filas de Comisión y Consejo en torno al gobierno de Rajoy fue francamente mejorable, el comportamiento de los tribunales de algunos Estados miembros, lamentable, y la propia justicia europea, meliflua.
Hoy la situación es más grave: no son unos sediciosos lo que amenazan la unidad del país y la Constitución sino el propio Gobierno central, que se dispone a negociar con ellos, con árbitros internacionales de por medio y fuera del país, cual unas negociaciones de armisticio en una guerra entre estados. (Y ojo con soñar que la justicia europea declare ilegal la amnistía: la prejudicial puede ser un bumerán y más gasolina para los partidarios de la teoría del lawfare). Por fin los independentistas, que estaban de capa caída, han internacionalizado el Proceso.
Era el momento de que Europa se pronunciase sin ambages, como ha hecho con Polonia y Hungría, tachándolas de iliberales y amenazando con sanciones y hasta con la expulsión del club de las democracias liberales de verdad.
Pero más grave que todo lo anterior son las consecuencias para la convivencia, el contagio del procés que dividió a los habitantes de Cataluña: ahora es todo el país el que se está dividiendo.
Y es que la tentativa secesionista de 2017 fue cívicamente aplastada por un pacto en torno al artículo 155, un muro que separaba, sencillamente, a los demócratas de los no demócratas, dispuestos a saltarse toda legalidad en pos de un proyecto excluyente. Pero estos últimos son ahora los socios del Gobierno, y la amnistía el precio para seguir en el poder marca la ruptura del pacto del 155, demonizado en la propia ley, y, por consiguiente, el muro no es entre los «progresistas» y los «fachas» como dice Sánchez sino, hoy como ayer, entre los demócratas y los que no lo son. Pues ¿qué otra cosa es mercadear una amnistía, perdonar deuda autonómica a la carta (¡Cataluña nos roba!), cuestionar la separación de poderes y debatir la soberanía nacional a cambio de votos sino corrupción política caracterizada?
Y además los primeros efluvios autoritarios ya se dejan oler: la presidenta del Congreso Francina Armengol, siguiendo la tradición censora, eso sí, de Meritxell Batet (Cayetana Álvarez de Toledo censurada por definir a Iglesias como hijo del terror), hizo lo propio con Abascal por traer a colación una banalidad histórica: que Hitler llegó al poder por las urnas (y una vez en él dinamitó la democracia de Weimar, frágil pero democracia, al cabo).
La previsible investidura (el suspense de la mañana de una abstención punitiva de Junts apenas llegó a la tarde) fue el jueves pasado el acto fundacional de una nueva España a la que, remedando el adagio de Guerra, pronto «no la reconocerá ni la madre que la parió».
Coda 1) No se vota. Mal hicieron los diputados del PP y de Vox en no ausentarse de la votación final, como bien hicieron en el Parlament de Cataluña cuando las leyes de desconexión y del referéndum: la democracia no se vota… o bien deja de serlo. La imagen que Europa habría debido visualizar es la de un Congreso medio vacío aplaudiendo en pie a la coreana (el ritmo de palmeo de la ministra de Hacienda Montero es un prodigio duracell). ¡Un gobierno legal no es automáticamente un gobierno legítimo, Feijóo!
Coda 1) 172 habrían bastado. Los decisivos votos de Junts no lo eran tanto: sin esos 7 votos, y con sólo 172, habría sido elegido Sánchez igualmente, en segunda votación: es impensable que Junts votase contra Sánchez y sus socios, junto al PP y a Vox, en contra de la ley de amnistía estilo ERC: se habría muy probablemente abstenido. Un pequeño riesgo que Sánchez no quiso correr.
Coda 2) Me gusta la fruta. Del debate quedará, sobre todo, el «me gusta la fruta» de Ayuso, desde la tribuna de invitados: reacción epidérmica a las insidias de Sánchez sobre su hermano y los manejos de Casado, pero que, por extensión, sirve en el imaginario de medio país para el conjunto del discurso frentista del candidato. La líder natural de «todas las derechas» se perfila como la real alternativa a Sánchez en cuatro años, con un Feijóo ya en edad de jubilación.
Cuestionario maldito a Sánchez II:
– ¿Le gusta la fruta? -Sólo como carne humana.
– ¿Quiénes serán los verificadores internacionales? – Los que diga el hombre de paz Otegi.
– ¿Habrá ministros de Podemos? – No se puede.
– ¿Qué opina de los manifestantes en contra de usted? – Tomo nota, quiero decir toman nota los policías de todos los DNI.
– ¿Aguantará cuatro años el nuevo Frankenstein? – Cuatro y 40: moriré en la cama, como el otro.
– ¿Quién pondrá al frente de igualdad? – Una socia bien lista.
– ¿Y para Patxi López, qué? – Qué de qué.
– ¿Y esa risa suya en plan Joker? – La historia se repite en plan de risa, ya lo dijo Antonio Machado.
– ¿No fue Carlos Marx? -Como ha caído en Google, jojojo.
-¿Qué libro no recomendaría? –Este de Valls: es un indirecta a Mi Persona.