MyTO

Napoleón y su burro

«Las ideologías no son construcciones mentales despreciables, pero suelen ser poca cosa más que la interfaz ornamental de la voluntad de poder»

Opinión

'Bonaparte cruzando los Alpes', de Paul Delaroche. | Wikimedia Commons

  • Nacido en Barcelona en 1956, escribe artículos para la prensa y ficciones. Su último libro publicado es la novela ‘Pronto seremos felices’.

Hoy se estrena en España la nueva película de Ridley Scott, Napoleón. Será un acontecimiento cinematográfico. ¿Iré a verla? Bueno, me gustaron algunas películas de este director. He visto varias veces y siempre con deleite Los duelistas, aunque prefiero, claro, la noveleta —así llaman los cubanos a la novela corta: noveleta— de Conrad. Me gustaron, a quién no, Alien y Blade Runner, Thelma & Louise y hasta Black Rain, aunque ahí actuase Michael Douglas. Luego en su día fui al cine a ver Gladiator y me dije: «Hasta aquí, Ridley; tonterías, las justas».

No iré a ver Napoleón aunque la excelencia de Ridley Scott como creador de atmósferas es asombrosa. Pero es que ya sé cómo acaba la historia de Napoleón, y además estoy vacunado, inmunizado contra él. ¿Cómo es posible tenerle respeto a semejante sacamantecas, a alguien capaz de entrar en Rusia con 600.000 soldados, volver a escape con 20.000, y en vez de suicidarse, como hubiera hecho cualquier romano, armar otro ejército, provocar unas docenas de miles de muertes más, y todavía, en el exilio, sentirse víctima de la mezquindad británica? Entiendo que en Francia le hayan dedicado no cientos sino miles de libros, porque durante un breve lapso de tiempo convirtió ese país en un imperio (aunque a costa de diezmarlo), lo que halaga su pueril anhelo de grandeur. Para justificar lo injustificable, se alega en su favor que exportó los logros igualitarios de la Revolución… Bueno, estoy seguro de que llegará el día en que se entienda del todo que las ideas y las ideologías no son construcciones mentales despreciables, pero suelen ser poca cosa más que la interfaz ornamental de la voluntad de poder.

«Es la estilización de una realidad horrible, proceso que ya empezó en su tiempo, con los retratos falseados de Jacques-Louis David»

Ahora todavía muchos siguen fascinados con el pequeño corso. En una subasta de París se acaba de vender uno de sus bicornios por dos millones de euros, ya son ganas, sea de ser muy fetichista, o muy tonto. So pretexto de que una película no es una lección de Historia, Ridley Scott lo pone al rastacueros al galope en Waterloo, sable en mano, al ataque, motivo suficiente para no ir a ver la suya, a no ser que uno tenga la mentalidad de un niño de cinco años. Es la estilización de una realidad horrible, proceso que ya empezó en su tiempo, con los retratos falseados de Jacques-Louis David, que bajo el título Napoleón cruzando los Alpes lo presenta montado en brioso corcel alzado sobre sus patas traseras, el brazo extendido y el dedo índice apuntando al brillante porvenir, la viva imagen del héroe romántico. Ahora bien, el mismo Napoleón cuenta aquella ocasión con acentos menos sublimes: «El primer cónsul (o sea, él mismo) montaba, en los pasos más difíciles, el burro de un vecino de Saint-Pierre que el prior del convento había elegido por ser el burro más seguro de todo el país». Así lo retrató, medio siglo después, Paul Delaroche, y los franceses que vieron su cuadro lo repudiaron, por iconoclasta. Es amarga la verdad, se prefiere siempre la ilusión.

Es divertido releer las observaciones más estúpidas de Stendhal en La cartuja de Parma, en esas páginas sobre lo encantados que recibieron los italianos a los soldados franceses de Napoleón, que encarnaban, según el gran novelista, la juventud, la desenvoltura, la aventura. O releer las Causeries du lundi de Sainte-Beuve, que tanto admiraba al pequeño corso, y no sólo le arrobaban sus hazañas bélicas sino también la elocuencia de sus discursos. En una de las varias causeries que le dedica está una cita significativa de la arenga de Napoleón a sus soldados cuando se disponía a invadir Italia, en 1796: «Soldados, estáis desnudos, mal alimentados; el Gobierno está en deuda con vosotros pero no puede daros nada… Yo quiero conduciros a las llanuras más fértiles del mundo… Allí encontraréis honor, gloria y riqueza…» Como diría Cruyff, «no hase falta disir más».

4 comentarios
  1. Tony01

    Acabo de salir de ver la peliculita y es completamente infumable, no solo porque es un tostón monumental sino porque, aparte de que no existe España en la misma (que fue el país que más sangrias le causó con diferencia) es que lo único que hace Napo en toda la película es lloriquear por Josephine, una y otra vez, insufrible, sin que se entienda nada de la historia (todo inconexo sin contexto) ni de los personales, que parecen caricaturescos. Y al final los buenos son los ingleses, tócate los ….

  2. andoniakis

    Conoci a un aleman del que luego fuimos amigos que se apellidaba François.
    Era de Baden Wurtemberg.
    Un dia le pregunte que porque el apellido y me conto la historia.
    Un antepasado suyo (tatarabuelo) se alisto voluntario en las filas napoleonicas. Sus compañeros empezaron a llamarlo François y le quedo el apellido.

    De esa época a parte de los elementos decorativos (estilo imperio) el uso de caobas y motivos egipcios, los ideales revolucionarios , la entrada a saco de un nuevo orden fue un hecho incuestionable.
    El imperio napoleonico era el trending topic de principios del XIX.

    Toda Europa miraba admirada a lo que venia de Francia desde hacia 100 años pero con Napo fue el orgasmo.
    Luego vino la sangre, los muertos y el antiguo régimen que volvio con fuerza.

    En Francia napoleón es un héroe con una rumba de escándalo en el centro de Paris, rodeado de mariscales. En el resto de Europa solo un tipo que guerreo por todo el continente dejándolo todo regado de muertos en una retirada absolutamente criminal.

  3. errefejota

    Acertada crítica, mon ami. Estoy con el autor en que hay que ser muy cateto siendo español, admirar al petit caporal. Nada más en los pequeños detalles del expolio que realizó en el Reino de España bastaría para aborrecer al gabacho. Pongamos el caso de Benidorm. Los franceses antes de abandonar con el rabo entre las piernas, profanaron el cementerio para robar joyas y oro. Los ingleses para echarlos de una vez, tuvieron que bombardear el castillo (el mirador de hoy) para que se largaran de una vez y lo arrasaron. En Granada intentaron volar la Alhambra. Ante profanaron la tumba del Gran Capitán para ganarle in artículo mortis (o algo así). Napo reinstauró la esclavitud en Haití y jodió el país para siempre. Pepe Botella acabó sus días en Elizabeth, Nueva Jersey viviendo a todo trapo con las obras de arte, las joyas y el dinero que se robó a espuertas. Aún está en pie su palacete. Y no, Ridley, no voy a pagar una p. entrada ni harto drogas, quillo.

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