THE OBJECTIVE
Rebeca Argudo

Más de todo menos ideas

«Que parte de nuestra élite intelectual claudique ante el perverso buenismo progresista y comulgue con su magufería de cuotas identitarias me preocupa»

Opinión
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Más de todo menos ideas

Ilustración de Alejandra Svriz.

Hay cinco preguntas que yo nunca hago y a las que procuro no contestar nunca: de dónde eres, de qué año, a quién votas, a quién rezas y con quién follas. No es por una cuestión de pudor o coquetería, no es por resultar enigmática o hacerme la interesante.  No es que me importe una mierda que haya usted nacido en Bernuy de Porreros hace tanticos años y disfrute de una vida sexual amena y la irreprochable (e indiscutible) elevación moral del que ha votado a la izquierda. Que podría no importarme, tampoco lo niego. Es porque no quiero que ninguna de mis ideas, ni de las suyas, se vea sustentada sobre cuestiones identitarias en lugar de sobre la fuerza de los argumentos. Es una manía, como otra cualquiera, que tengo y que, lo reconozco, no va a ninguna parte ni soluciona nada. Pero yo me lo tomo como mi pequeña e individual contribución, tristemente inocua, a la honestidad intelectual en esto que hemos dado en llamar «el debate público». 

En esta línea, me frustra mucho, lo admito, escuchar a alguien a quien considero inteligente manifestar su sorpresa (o indignación) ante la insuficiente asistencia a un evento, es un poner, de mujeres o de jóvenes. Así, a bulto. Me traigan alguna mujer más y algún chavalillo menor de treinta, parecen querer decir. Si puede ser de un pueblo de la periferia, mejor. Ante esto, que ocurre muchas más veces de las que puedan imaginar, yo siempre pienso, mientras deja de interesarme la conversación y se me activa sin mediar voluntad ninguna la parte del cerebro que gestiona la coña marinera, que también nos faltaría a la mesa algún negro, algún judío, algún homosexual y algún intolerante a la lactosa. No es que yo tenga nada en contra de la asistencia a cualquier acto de intolerantes a la lactosa. Ni, obviamente, contra la presencia de homosexuales, judíos o negros. Ni contra mujeres jóvenes que viven en la periferia siquiera. Yo misma fui en algún momento (hace más tiempo del que me gustaría) una mujer joven que vivía en al periferia. Mujer y en la periferia, de hecho, lo sigo siendo (estoy casi segura). Contra lo que tengo algo es contra que sea ese el rasgo definitivo (y definitorio) que determine la conveniencia y el valor de la asistencia de alguien a un intercambio sano de ideas. Pero, oigan, gente muy lista considera que eso es determinante: más jóvenes y más mujeres. No más ideas, ojo. Ni mejores ideas. Las ideas devaluadas por los propios intelectuales en detrimento de lo identitario como signo de auctoritas.

«Piensa hoy lo contrario que hace tres meses por las exactas mismas razones: por ser de izquierdas. Sin más argumento»

Pensaba en todo esto, cómo son las cabezas, al ver en un vídeo a una mujer joven manifestar, orgullosa y desprejuiciadamente, que ella está a favor de la amnistía porque es de izquierdas y siempre estará donde esté la izquierda. Así, sin mayor reflexión. Diga lo que diga la izquierda. Aún defendiendo hoy lo que no defendía hace tres meses. Es decir, que piensa hoy lo contrario que hace tres meses por las exactas mismas razones: por ser de izquierdas. Sin más argumento. ¿Y si la izquierda se tira por un puente tú también te tiras? A esto, que es lo que le preguntaría mi madre, muy probablemente la mujer joven de izquierdas diría que sí, que de cabeza. Porque ella es de izquierdas, muy de izquierdas y mucho de izquierdas. Y si la izquierda decide que es progre y bueno para la convivencia lanzarse de considerable altura, pues se hace. Y si dice amnistía, pues amnistía. Y si esta izquierda desquiciada se aleja de sus propios ideales y se desliza desacomplejadamente por una pendiente reaccionaria, háganse a la idea, una buena parte de su electorado, sin mayor deliberación, se lanzará gozosamente cuesta abajo y sin frenos para no ser sospechosos de no ser lo suficientemente de izquierdas. Aunque eso implique, en el mejor de los casos, dejar de ser fiel a sus propias ideas (en el peor, continuar sin tenerlas).

A mí, la verdad, que alguien que se autoidentifica muy de izquierdas y cuyo mayor mérito es poseer una belleza divergente, haber estado deprimida mucho rato y declararse pringada, decida que sus ideas pasan por el cedazo zurdo e implacable de una izquierda sin ideal democrático, me puede dar bastante igual. Como me daba el inexistente señor de Bernuy al inicio de esta columna y su satisfactoria vida sexual. Pero que parte de nuestra élite intelectual, como si andásemos sobrados de eso, claudique ante el perverso buenismo progresista y comulgue jubiloso con su magufería de cuotas identitarias y vayapordelantismos autoexonerativos, sí me preocupa un poco más. Porque creo que deberíamos estar ahora ocupados en que los buenos argumentos y las buenas ideas, bien expuestos y explicados, puedan confrontar a las malas y evitar las lamentables consecuencias a las que nos puedan llevar. Pero qué sabré yo que soy mujer, ya no tan joven y tan de la periferia que si me baño en la playa más cercana corro el riesgo de, aL alejarme de la orilla, estar haciéndolo ya casi en otro país.

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