THE OBJECTIVE
Francisco Sierra

De la luz de la Transición a la vergüenza de la amnistía

«Seremos ejemplo de la destrucción del poder judicial por un autócrata que busca con alarde y soberbia los votos de tres delincuentes»

Opinión
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De la luz de la Transición a la vergüenza de la amnistía

Ilustración de Alejandra Svriz.

Durante muchos años los españoles hemos recibido la admiración y el aplauso de muchas zonas del mundo por haber protagonizado uno de los procesos democratizadores más pacíficos, valientes y comprometidos en un abrazo de perdón y olvido entre dos bandos que sufrieron una guerra civil y una dictadura de cuarenta años. Un proceso que nos llevó de la dictadura franquista a un Estado social, democrático y de derecho con la Constitución del 78 como la máxima y sagrada expresión de la soberanía nacional. 

La Transición española se estudia desde hace décadas en muchísimas facultades de Ciencias Políticas en todo el mundo. Nadie duda de que tras la caída del Muro de Berlín y le implosión de la Unión Soviética, varios países del antiguo Telón de Acero siguieron la estela marcada por la Transición española hacia una democracia. Un viaje que, como a España, también les llevó a la Unión Europea

La UE como oasis de encuentro, de solidaridad, de compromiso con la libertad, la democracia y el Estado de derecho para todos estos países que habían salido de dictaduras de todo tipo. Y la UE como espacio también con graves problemas. Desde políticas económicas marcadas por Berlín que debilitaron a las economías más pobres a políticas poco solidarias con los países que recibían los mayores flujos de inmigración. 

Algunos de esos países de la Europa oriental empezaron a deslizarse hace años por sendas peligrosas. Polonia, Rumanía y especialmente la Hungría de Orban se han convertido en tristes ejemplos de cómo un líder ambicioso y sin escrúpulos, apoyado por grupos políticos de ideologías seudodemocráticas, puede provocar un retroceso en las libertades, en la separación de poderes y en la limitación de la independencia de los jueces en sus países. Afortunadamente Polonia ha sabido reaccionar y volver a la cordura, pero las urnas también provocan efectos no deseados. 

El primer ministro húngaro, Viktor Orban, nunca se ha tomado las leyes, ni a las amenazas de la UE, muy en serio. Sus continuos enfrentamientos con Bruselas han venido provocados sobre todo por sus intentos de control del poder judicial y la limitación de libertad de prensa y de reunión. Más allá de sus ideas de extrema derecha destrozando el estado de bienestar o negándose a cumplir los compromisos sobre acogida de inmigrantes, Orban lo que ama es reescribir la historia de Hungría y hacerlo también en los libros escolares, como todo buen independentista catalán sabe y hace.

Es por encima de todo un autócrata. Un hombre que se cree que las urnas le dan el derecho de gobernar sobre todos, sin ataduras legales ni morales, sin estar sometido a ningún control político o judicial. Un autócrata que ha conseguido mayoría absoluta en las elecciones y por eso piensa que sus seguidores, sus militantes y sus votantes tienen que atender a sus deseos con un ciego fanatismo. Y por ende el resto del país. Hablo de Orban. No de Sánchez que nunca ha conseguido mayorías absolutas. Las últimas ni siquiera las ganó en las urnas. Pero el resto podría servir para los dos.

Por eso para algunos, Orban ya no está solo. Por ejemplo, para la prensa alemana para la que Pedro Sánchez es un caso similar. Publicaba hace unos días el prestigioso Die Welt que «Pedro Sánchez es un político al que en Baviera llamaríamos hundling: un hombre que no se toma la ley demasiado en serio. Pero mientras casos similares como el Viktor Orban en Hungría están siendo atacados, los europeos de izquierda en particular están tratando a Sánchez con una visible indulgencia». 

«En Europa empiezan a saber que el líder alto, joven, sonriente, progresista es en realidad un autócrata»

España no es Hungría. Hay más prudencia o indulgencia también porque es el cuarto país de la UE, pero desde la mayoría de las capitales europeas se ve con preocupación la deriva que puede suponer la ley de amnistía. Aunque mantengan de forma pública la tesis preventiva y oficial de que, de momento y sin aprobar, se trata de un asunto interno, lo cierto es que crece el ruido y la incredulidad sobre esta ley de amnistía cuyo único fin es el de que Pedro Sánchez haya conseguido los votos para seguir gobernando.

En Bruselas y Estrasburgo esta ley de amnistía ha convertido a España en un país cuyo crédito y respetabilidad están en caída libre. Han escuchado tan solo hace dos tres meses decir a los europarlamentarios socialistas que Puigdemont era un delincuente en fuga. Ahora escuchan como le llaman president en el exilio.

Todos saben que Sánchez lo ha hecho por seguir en el poder. Y los españoles sabemos que en Europa empiezan a saber que el líder alto, joven, sonriente, progresista es en realidad un autócrata capaz de aliarse por su votos con un prófugo reaccionario como Puigdemont, de un condenado por sedición y malversación como Junqueras y de un condenado por secuestro y pertenencia a banda terrorista como Otegi.

Fuimos el ejemplo para muchos con la transición a la democracia y ahora lo vamos a ser de la destrucción del poder judicial por un autócrata que busca con alarde y soberbia los votos de tres delincuentes para levantar un muro de separación y odio a la otra media España. Para Sánchez toda la derecha es Vox. Ese partido amigo de Orban. Ese político al que, según la prensa alemana, tanto se parece ya Sánchez. Ese presidente que nos ha llevado de la luz de la Transición a la vergüenza de su ley de amnistía. 

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