THE OBJECTIVE
Javier Santacruz

La realidad frente a la ficción de la COP28

«Ocuparse de los elementos críticos de la transición como redes, sumideros de carbono y tecnología ayuda mucho más a avanzar que discursos grandilocuentes»

Opinión
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La realidad frente a la ficción de la COP28

Cártel de la COP28 celebrada en Dubai. | Europa Press

Atender cada año la Cumbre del Clima no es otra cosa que navegar en un océano de contradicciones permanentes en la búsqueda de un acuerdo global que nunca llega. El texto de consenso que se firma al finalizar cada COP no es más que una sucesión de frases de compromiso, de manera que cada firmante las interpreta viendo el vaso medio lleno. En el caso de los países que quieren ir a la vanguardia de la lucha contra el cambio climático (por ejemplo, los europeos) ven avances políticos cada año en los textos. En el caso de los países que ya han dejado claro en las COP pasadas que no van a dejar de seguir emitiendo gases de efecto invernadero (GEI) y que, a lo sumo, harán políticas de reforestación y absorción de carbono para compensar, cada año que pasa obtienen una mejor y más elaborada excusa para seguir por su camino.

Y es que la realidad, los fríos números, se encargan de advertir dónde estamos y cuál ha sido la evolución reciente. Si seguimos partiendo de la base de que es necesario reducir el impacto que la actividad humana tiene sobre el planeta en forma de sobre emisión GEI hasta unos niveles científica y tecnológicamente aceptables (¿cuál es el «exceso de emisiones» causado por el ser humano con respecto a la evolución natural de los ciclos de la Tierra?), lo esperable sería un ritmo de descenso de las emisiones GEI. Pero no. En términos absolutos a nivel mundial en 2023 se estima que alcanzarán los 41.400 millones de toneladas de CO2 equivalente, lo que supone un aumento del 28,8% con respecto a los niveles de 1990.

En 2020, las emisiones disminuyeron un 6,4%, debido a la pandemia de COVID-19. En 2021, las emisiones aumentaron un 6,2%, recuperando parte de la caída de 2020. En 2022, las emisiones aumentaron un 5,6% impulsadas por el aumento de los precios de la energía y la recuperación económica. Y en 2023, las emisiones se estima que aumentarán un 3,4%, lo que supondría un nuevo aumento en la tendencia alcista.

En términos geográficos, los países que más emisiones GEI generan a nivel mundial son China, Estados Unidos, India, Rusia y Japón. Estos cinco países representan el 60% del total de las emisiones mundiales. Por tanto, el foco debería ponerse aquí, no en el 40% restante y menos en lo que supone ahora menos de un 10% como es la Unión Europea, contribuyente como la que más a la curva de aprendizaje de la transición energética. En términos absolutos, las emisiones de gases de efecto invernadero de la UE en 2023 se estima que alcanzarán los 3.350 millones de toneladas de CO2 equivalente, lo que supone una reducción del 21,5% con respecto a los niveles de 1990. Todos ellos números y estimaciones publicadas por la Agencia Internacional de la Energía y la Agencia Europa del Medio Ambiente.

«Atender cada año la Cumbre del Clima es navegar en un océano de contradicciones en la búsqueda de un acuerdo global que nunca llega»

Entre los sectores energético, industrial y agrícola de la UE se ha hecho un esfuerzo enorme en los últimos años bajo una de las normativas más estrictas del mundo. Sin embargo, esto es un juego donde ahora la estrategia dominante es desviarse por parte de los principales países y, a la cabeza de este movimiento, está Alemania. El incremento exponencial de los costes energéticos ha llevado a una mayor utilización de combustible fósil de alta polución como el carbón, sólo amortiguado por la caída de la demanda de energía, especialmente industrial. 

Reencauzar esta situación no será fácil, ya que requiere conciliar la seguridad del suministro energético y la política industrial con la política de reducción de emisiones. Para ello se necesita fundamentalmente un conjunto de cuatro elementos. En primer lugar, desplegar renovables gestionables, lo que supone centrarse en desplegar almacenamiento que haga administrables las renovables existentes y ese «triple» de incremento firmado en la COP28. En segundo lugar, desarrollar aceleradamente redes e infraestructuras básicas para conectar industrias y consumidores domésticos no sólo nacionales sino también entre países (interconexiones). A este respecto, el nuevo plan publicado por la Comisión Europea apunta en la dirección correcta. 

En tercer lugar, dar el papel que se merece a las actividades que son sumidero de carbono como el sector LULUCF con un mercado de derechos de emisión donde se integren el resto de los sectores (transporte, edificación…), pero donde haya posibilidad de emitir títulos en función de la capacidad de absorción, con reglas claras y uniformes (acabando, por ejemplo, con el escándalo que supone hoy emitir en Europa y pretender ser «neutro» en carbono plantando en el Amazonas). En cuarto y último lugar, apostar fuertemente por nuevas tecnologías para hacer más eficiente el consumo de energía y ahorrar costes a la industria (desde una mayor presencia de gases renovables hasta la electrificación). 

Y todo ello sin olvidar que en el próximo Colegio de Comisarios europeos deberá imperar la prudencia y el realismo ante las metas impuestas en los últimos años. La UE se ha comprometido a reducir sus emisiones en un 55% para 2030 y en un 55% para 2050. Viendo el comportamiento del resto de jugadores globales y la propia realidad interna, convendrá detenerse y ser inteligentes antes de proseguir el camino.

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