Iglesias venció a Sánchez
«El líder de Podemos ha conseguido que el presidente esté destrozando, sin ningún remordimiento, el espíritu de la Transición»
Pudiera parecer para un observador de la vida política española que la actual situación de Podemos les coloca cerca de la extinción. Pudiera parecer que la decisión de la formación morada de romper con Sumar en el Congreso de los Diputados y de que sus únicos, y puede que últimos, cinco diputados pasen al grupo mixto es un acto de fuerza. Y también podría parecer que el anuncio de que van a presentarse en solitario a las próximas elecciones europeas, y con Irene Montero de cabeza de lista, supusiera una declaración de guerra del partido que lidera desde sus afueras Pablo Iglesias.
Y pudiera ser esa la intención, pero la realidad para Podemos es más triste y tiene un tono de tragedia griega. La hija política de Pablo Iglesias, a la que dio y regaló todo el poder de la ultraizquierda, sin primarias ni votos que pudieran alterar su decisión divina, le salió rana. Yolanda Díaz no esperó ni un minuto para matar cualquier afán de control por parte de Iglesias. Porque el vicepresidente que huyó del Gobierno para dirigir el partido desde un programa de televisión siempre tuvo la intención franquista de «dejarlo todo atado y bien atado». Iglesias nunca pensó en renunciar a la tutela de Yolanda Díaz, pero lo cierto es que no la pudo ejercer nunca.
Yolanda Díaz dejó fuera desde el inicio, y luego en las listas electorales, a las que por entonces eran sus intimas y queridas compañeras de Gobierno y de ideales. Aisladas y reducidas Ione Belarre e Irene Montero, se dedicó a fagocitar Podemos para hacer crecer Sumar. Eso le permitió crearse la imagen de mujer fuerte e imprescindible para unir la extrema izquierda y sobre todo para agrupar a todos los que tenían ganas de vendetta con Iglesias.
Así lo pensó también un Pedro Sánchez que debe mucho de lo que es a Iglesias y a Podemos por su apoyo en la moción de censura a Mariano Rajoy y en la formación del primer gobierno de coalición. Pero Sánchez no hace prisioneros. Creyó el líder de la Moncloa que con la sonriente vicepresidenta gallega asegurándole los votos a la izquierda del PSOE, estaría más cómodo y concentrado para negociar a solas y a escondidas con independentistas, sin tener en medio incordiando a Pablo Iglesias.
Esa es la cronología de los últimos tiempos. O podría ser, pero para muchos Pablo Iglesias puede alardear de una gran victoria sobre Sánchez que nadie parecía esperar. Y no me refiero a ese grupo mixto que va a hacer muchos amagos pero que es difícil que complique mucho la vida de las votaciones de Sánchez.
La gran victoria de Pablo Iglesias es el haber generado el Sánchez que ha abandonado todo complejo de culpabilidad y haberle ayudado a liberarse y mostrar su verdadero perfil: un político mentiroso, sin principios, capaz de hacer las más mezquinas maniobras con tal de seguir en el poder. Y con misión divina: ahora se cree también el mesías encargado de salvar a España y también ahora a Europa de la ultraderecha y del nazismo.
Pareciera que Sánchez con esa sonrisa mecánica, marcando mandíbula, ha perdido por completo cualquier noción de responsabilidad pública. Se siente liberado para que no le moleste la conciencia por su espíritu revanchista, vengador. Un político ahora convencido de poder gobernar para siempre y solo para los suyos. Ese Iglesias que siempre despreció a la mayoría de los ciudadanos que no le votaban, tiene continuación en este Sánchez que ha radicalizado tanto su discurso que ya no busca encontrar lo mejor para todos los españoles, sino que pareciera que su misión principal es la derrota de la mitad de los españoles.
«Si juntamos los conceptos de amnistía y pactos secretos con Bildu, no será extraño ver pronto cómo nos empiezan a vender la necesidad de liberar a los presos de ETA»
Y lo peor es que lo sabe. Y lo disfruta. Sánchez ha descubierto que ya no le da vergüenza romper las más esenciales reglas del consenso, del sentido de Estado, de los mecanismos de un Estado democrático y de derecho. Juega como un kamikaze con las reglas más sagradas. No le da apuro tampoco hacer que España caiga en la vergüenza internacional si eso le aumenta esa imagen de supuesto líder progresista que intenta ser y crear, aunque en realidad se quede en un amago simplista de Che Guevara con traje azulón de SEPU. Un presidente capaz de hacer peligrar por su capricho mental las relaciones internacionales de España con medio mundo. Marruecos, Argelia, Israel, Italia, Argentina o Alemania ya conocen sus tics bananeros.
La rigidez y dureza ideológica de Pablo Iglesias, que siempre fue expresada desde el enfado, ahora con Sánchez encuentran una sonrisa de hierro. Su insensibilidad moral tampoco tiene límites. Desde minusvalorar a las víctimas israelíes en el ataque terrorista de Hamás, al silencio durante meses con las víctimas de la ley del solo sí es sí que rebajó las penas a más de mil delincuentes sexuales y liberó a más de un centenar de violadores. De ellas no es que ya no hable, es que ni las recuerda. Y no es extraño porque es incapaz incluso de acordarse de las víctimas del terrorismo. Ni siquiera de las socialistas.
Por el poder lo que haga falta. Nos engañó con los pactos de PSN y Bildu para Navarra y nos ha vuelto a mentir al entregar a los herederos de ETA la ciudad de Pamplona. Esa Bildu que se negó a condenar en el Ayuntamiento de Álava la profanación de los abertzales con mierda y tinta roja de la tumba de Fernando Buesa, el político socialista asesinado por ETA.
Y lo que viene asusta. Si juntamos los conceptos de amnistía y pactos secretos con Bildu, no será extraño ver pronto con vergüenza, tristeza y rabia cómo nos empiezan a vender la necesidad de amnistiar, indultar, perdonar o liberar a los presos asesinos de ETA. Ya saben, los amigos de Bildu, esos «progresistas demócratas que cumplen», según palabras del mamporrero Óscar Puente.
Sánchez ha sido abducido por el espíritu rompedor con la Constitución de Pablo Iglesias. Y si hace falta un salvadoreño para conseguir los siete votos, pues se pone y además se hacen unas risas. Esa es la gran victoria del líder de Podemos. Él no lo pudo hacer cuando estaba en el Gobierno, pero el efecto Iglesias y la ambición sin ética de Sánchez han conseguido que el presidente esté destrozando, sin ningún remordimiento, el espíritu de la Transición.