THE OBJECTIVE
Francisco Sierra

Me avergüenzan

«La Historia con mayúscula recordará este día de la Infamia y recordará a esos 121 diputados socialistas que con nombre y apellido traicionaron todos sus ideales»

Opinión
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Me avergüenzan

Ilustración de Alejandra Svriz.

La sesión del Congreso de los Diputados de este 12 de diciembre pasará a la historia como el día de la infamia. El día en que un político cobarde hizo que los diputados de su partido demostraran también su cobardía y su traición a todo lo que habían venido haciendo, manifestando e incluso jurando hasta el 23 de julio. 

Este día de la infamia ha sido el día en el que empezaba la demolición de la Constitución, del estado de derecho, de la separación de poderes, de la igualdad de los españoles ante la ley. El día en que se profanaba y prostituía la soberanía nacional por siete malditos votos para que un autócrata de sonrisa cínica pueda seguir gobernando por encima de leyes, éticas o simplemente de la dignidad de un país.

Decía el líder del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, que era el día más triste en el Congreso desde el 23-F. Pero más que tristeza ha sido infamia. Infamia no solo de empezar el trámite de una amnistía a unos independentistas que no solo no están arrepentidos, sino que alardean de que lo volverán a hacer porque tienen a Sánchez cogido por sus partes más débiles: sus adicciones al poder. Saben que un adicto es capaz de todo. No reconoce leyes, ni familia, ni dignidad, ni por supuesto la verdad. Y esta infamia con la que empiezan la demolición del estado de derecho viene de manos de unos socialistas que están poseídos, que son ya conversos. Ahora son más independentistas, populistas o republicanos que nadie.

«No creo que todos los diputados socialistas hayan sido contaminados por ese virus podemita-independentista con el que ahora pretenden ser más rojos que Pablo Iglesias»

Había una película La invasión de los ladrones de cuerpos, que luego tuvo una nueva versión que se llamó La invasión de los ultracuerpos, en la que un microorganismo procedente del espacio se introducía en los seres o y generaba otros cuerpos iguales, pero sin sentimientos. Surgían de unas vainas y sustituían a los humanos originales. Los familiares y amigos se daban cuenta de que no eran los mismos, y los consideraban impostores. Pero poco a poco cada vez eran más los contagiados. Hasta el punto de que al final para sobrevivir los pocos humanos que aún quedaban sin haber sufrido la metamorfosis, y que tan bien interpretó el papel de uno de ellos el mítico Donald Sutherland, sobrevivían disimulando y eliminando todo sentimiento para no ser denunciado y contagiado.

Eso es lo que deben de estar viviendo algunos cargos socialistas. No creo que todos los diputados socialistas hayan sido contaminados por ese virus podemita-independentista con el que ahora pretenden ser más rojos que Pablo Iglesias y más independentista que Carles Puigdemont. Intentan sobrevivir en sus cargos disimulando cualquier demostración de sentimiento constitucionalista y ético. Su aspiración a un país en el que vivan ciudadanos iguales y solidarios se ha transformado en cobardía para no quedarse sin sueldo ni sillón.

«Vergüenza y no risas es lo que sentimos los españoles constitucionalistas»

La Historia con mayúscula recordará este día de la Infamia y recordará a esos 121 diputados socialistas que con nombre y apellido traicionaron todos sus ideales y sus compromisos con el estado de derecho. Esos 121 diputados socialistas que se han convertido en ultracuerpos que externamente solo muestran obediencia al ser superior. Tan superior que ni ha dado la cara en el Congreso. Él se reserva solo para hacer gracias ante catorce ministros y decenas de cargos socialistas en la presentación de un libro que no ha escrito y que mucho me temo que ni siquiera se ha leído. Un espectáculo con ese traje azulón y esas risas cínicas sobre algo tan grave como un verificador salvadoreño. Parecía el dictador Maduro, con su llamativo chándal, haciendo risas con todos sus ministros mientras hunden al país en la miseria y la autarquía más absoluta.

Vergüenza y no risas es lo que sentimos los españoles constitucionalistas. Vergüenza de un debate en el Congreso en el que la portavoz de Sumar, uno de los partidos que integran el gobierno, se dedicaba a insultar al Rey y decir que su discurso y en general su papel fue «lamentable» tras el mal llamado referéndum del 1-O.

Vergüenza de comprobar cómo esa amnistía que para el PSOE es concordia, convivencia y empezar de cero, para los independentistas es el inicio hacia una Cataluña independiente. Y nada de concordia 

Vergüenza de ver al PSOE aprobar las tres comisiones de lawfare, esa criminalización del poder judicial. Unas comisiones cuyas conclusiones deberán ser incluidas en la ley de amnistía según el Pacto de la vergüenza entre PSOE y Junts. 

Vergüenza es que la presidenta del Congreso, la indignante Francina Armengol, haya permitido que la fundamentalista portavoz de Junts, Miriam Nogueras, haya señalado a los jueces Manuel Marchena, Pablo Llarena, Carlos Lesmes o Espejel. O al coronel de la Guardia Civil Diego Pérez de los Cobos. Como una nazi de libro, Nogueras ha pedido que sean juzgados y cesados. No se ha quedado ahí. Periodistas, políticos, y todo aquel que ellos consideren que no fue un entusiasta del procès. Su sed de sangre y venganza crece cuanto más comprueba que los socialistas están en sus manos. 

Vergüenza de saber que, a pesar de estas aberraciones, los 121 diputados socialistas sin ningún rubor, ética o dignidad votaban con Nogueras. Aunque ya deben de tener callo tras años votando con Bildu o ERC. La diferencia con Junts, es que Puigdemont efectivamente está intentando que Sánchez mee sangre. Pero se equivoca si cree que el presidente sufre por esta sumisión ya masoquista. Cada vez la disfruta más. La entiende, la asimila, la defiende. 

Por eso, me avergüenzan.

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