THE OBJECTIVE
Pablo de Lora

Despropósitos de fin de año

«A la exalcaldesa de Pamplona le cae un Armageddon por decir que antes de ser alcaldesa pactando con quienes jalearon el terrorismo de ETA, fregaría escaleras»

Opinión
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Despropósitos de fin de año

El nuevo alcalde de Pamplona, Joseba Asiron, celebra a su salida del pleno en el que ha tomado posesión del cargo tras la moción de censura. | Zuma Press

En algún momento de los años que median entre la vida adulta y la vejez uno empieza a no albergar más propósito que el de vivir simplemente tranquilo. Como son muchas las ocasiones para el sobresalto –el bulto sorpresivo en la axila, el fallecimiento tras larga enfermedad de aquel con quien compartimos pupitre, o de su hijo, de la edad del nuestro, la rueda de prensa de Pedro Sánchez– el filósofo Kieran Setiya recomienda liberarnos de las angustias existenciales dedicándonos a actividades a-télicas, sin propósito, como es paradigmáticamente el paseo. Así que entre los famosos propósitos de año nuevo resuelvo que más pasear sin mayor afán que el de dar una vuelta.

Estas fechas son propicias para esas determinaciones pro-futuro, pero también para completar algunas tareas inacabadas. A la luz de lo que nos sigue dictando la realidad, está uno tentado de seguir esa recomendación que ha circulado estos días por las redes sociales en un simpático vídeo: terminar de ingerir el vino, la ginebra o el ron de las botellas una vez abiertas y no consumidas que andan por cualquier rincón de la casa, o los restos de somníferos o antidepresivos del botiquín. De momento no he alcanzado ese estadio (todo se andará). En mi caso he aprovechado para abrir por fin cajas de libros y viejos álbumes de fotos y documentos guardados desde que hace años se vació la casa de mis padres. Entonces, y dichoso sea aquél yo de entonces, decidí no tirar por la calle de en medio, es decir, desprenderme de todo aquello, y esperar mejor ocasión para valorar la oportunidad de conservarlo o mandarlo al basurero de la, mi, historia. Así que, sin proponérmelo tampoco, agarré el cúter una tarde tonta de esta semana, rajé las cintas adhesivas y me puse a la tarea. ¡Menudas joyas!

Ha pasado tiempo suficiente para que el recuerdo de esas fotos que antaño colgaron en las paredes o presidieron cómodas y mesillas se haya difuminado lo suficiente como para que sean casi una novedad a mis ojos hodiernos. Pero creo haber descubierto también lo que no había visto nunca, episodios, antepasados, hechos familiares que no me fueron advertidos. ¿Quizá con el deliberado propósito de que mi sorpresa sea hoy mayor y así más grata o emocionante? ¿O quizá porque se sabía que me llegaría el día en el que, de nuevo en palabras de Setiya, lo que empezaba a tener por delante es ya sólo el pasado? Está claro que a mi madre que minuciosamente guardó la correspondencia que mantuvo con las internas de la prisión de Yeserías a las que dio clase de inglés como voluntaria a finales de los años 80 del pasado siglo; que conservó y pegó antiguos recibos de los alojamientos de sus padres en su luna de miel allá por 1940; cédulas de identidad de sus abuelos, incluso una cartilla de racionamiento, y que trató de componer su árbol genealógico- a mi madre, digo, también le llegó ese momento esposa de Lot.

En otro libro, Lo que le debemos al futuro, que ando leyendo estos días –esto sí, con el telos de actualizar una asignatura- William MacAskill nos invita a que proyectemos sobre la historia de la humanidad, es decir, la secuencia temporal de todas las vidas vividas desde la aparición del primer homo sapiens hasta hoy (unos 100.000 millones de seres humanos), el tiempo que hemos dedicado a distintos propósitos. Durante esos 4.000 millones de años que habría vivido ese ser humano que fuera suma de todos los años vividos por todos los seres humanos que existieron hasta hoy, solo muy recientemente se vive con los lujos y el bienestar que ni los más poderosos de entre los más poderosos podrían haber soñado antes del siglo XVIII. Pero, y esto es mucho más perturbador, resulta que la humanidad es una recién nacida, nos dice MacAskill, si tenemos en cuenta la supervivencia de cualquier especie típica de mamífero. Quedan, si nada lo remedia, billones de vidas humanas a la espera de ser actualizadas y se supone que, por un imperativo moral básico, debemos ponernos en su lugar, procurar que puedan llegar a existir dignamente. ¿En serio?

«Esa conciencia moral contemporánea que a fuerza de intemperancia con los excesos verbales ha perdido la brújula moral»

Me abate la idea, así que, por recomendación de Jaime Romero Sampayo, maestro de las letras y barranquillero ilustre, me zampo como un mazapán el último especial de Ricky Gervais, Armageddon, que viene a ser como fumigar con ácido sulfúrico desde un Acorazado Estelar Clase Mega –la nave más grande de la saga de La guerra de las galaxias– esa conciencia moral contemporánea que a fuerza de intemperancia con los excesos verbales, los chistes o las simples meteduras de pata, ha perdido la brújula moral básica. Tomen por ejemplo –y perdonen el mínimo spoilerla referencia de Gervais a la página «¿se muere el perro?», un lugar en el que una comunidad de sensibles espectadores comparten las posibles ofensas o malestares que puede ocasionarnos una película. Las advertencias o trigger warnings están organizadas temáticamente: el «maltrato animal», que da título a la página, el «abandono», «adicciones», «abuso a menores», etc.

Curioseé en lo que se había dicho al respecto de «violencia doméstica» en la película Oppenheimer (Gervais usa otro ejemplo, mucho más elocuente, pero no se lo destripo) y un espectador alerta que: «En un momento dado la esposa tira un vaso contra la pared y da un portazo». Y añade: «No va a más pero creo necesario advertirlo». «No va a más…», dice un tal basilpesto, refiriéndose a una película en la que se recrea el descubrimiento y posterior lanzamiento de la bomba atómica con la que ya nada «puede ir a más» pues la humanidad acaba de inaugurar su auto-suicidio.

Y tal vez sería lo mejor, pienso mientras retomo a MacAskill y miro de reojo los certificados de pompas fúnebres que guardó mi madre en ese vetusto cuaderno de anillas y las noticias sobre la moción de censura en Pamplona. Resulta que a la ya exalcaldesa le cae todo un Armageddon porque ha dicho que antes de ser alcaldesa gracias a un pacto con quienes jalearon y ampararon el terrorismo de ETA, o fueron directamente terroristas, se pondría a fregar escaleras. ¡Acabáramos! Se trata de una muestra de intolerable clasismo que precisamente confirma lo necesario, recomendable y moralmente aconsejable que era desalojarla del ayuntamiento. Una señorona de derechas de toda la vida gobernando un ayuntamiento frente a una coalición de progreso formada por socialistas sin principios entregados al mejor postor y nacionalistas etnicistas reaccionarios condenados por agresión a la policía y que aplauden y homenajean a quienes utilizaron la violencia para eliminar al adversario político. ¡Dónde va a parar! Gervais puede sacar oro molido de este episodio en su próximo especial.

En fin, creo que me toca ir de nuevo a dar una vuelta.

Les deseo un feliz 2024 en el que todos sus propósitos, y también sus sanos (des)propósitos, se cumplan.

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