Rebelión en la granja
«El libro de Orwell resulta aplicable a todo proyecto político que anuncia la construcción de un paraíso, y consagra el establecimiento de un poder tiránico»
La fábula de Orwell nació para denunciar el falso mensaje de liberación de la humanidad que en su momento seguía ganando adeptos para el comunismo soviético, pero resulta aplicable a todo proyecto político que anuncia la construcción de un paraíso, y de hecho consagra el establecimiento de un poder tiránico. Podemos comprobarlo al trasladar algunos elementos del relato a un escenario de ficción, alejado de cualquier situación o personaje real, tal y como antes aseguraban los títulos de las películas.
Volvamos la mirada a una granja o hacienda del país de Nunca Jamás, donde los animales estaban hartos de que unos Cerdos siguieran ocupando el poder, con toda la carga de corrupción que habían acumulado. Parecía no existir alternativa. Los demás animales estaban divididos y no tenían por si solos la fuerza suficiente para echarles. Eso sí, había un animal ambicioso, la Serpiente, dispuesta a emplear toda su astucia y toda su energía a fin de alcanzar ese objetivo, por y para su interés personal, pero estaba demasiado próximo el asalto de los Zorros a la granja como para pensar en una conjunción de fuerzas inmediata. Además, tras el ataque fallido, muchos raposos habían quedado apresados en los sótanos de la granja, el más importante había huido y la Serpiente había aprobado ese castigo, e incluso prometió hacérselo cumplir al cabecilla zorruno —nuestros zorros forman manadas— en caso de ser atrapado.
Fue entonces cuando la Víbora, tan ambiciosa como la Serpiente, la sugirió que podía desplazar a los Cerdos del poder, aliándose con los Zorros, aunque el propósito de estos fuera acabar con la granja. Lo importante era dar con una etiqueta que sirviera de denominador común, por vacía que fuese de contenido, para marcar la separación con los Cerdos. «Animalismo» chirriaba, porque todos eran animales. «Progresismo» sonaba mejor, olía a modernidad, aun cuando fuese contradictorio admitir en la alianza a quienes de eso nada tenían, por no hablar de aquellos procedentes de una modernidad tan poco civilizada como el terrorismo. Esto para el caso de ser convocados también, como lo fueron, aquellos Lobos marcados por un pasado de sangre. Pero todos estaban de acuerdo en los enemigos no eran progresistas, sino furibundos reaccionarios, y los conjurados quedaron satisfechos con tan sugestiva identidad de combate.
Existía un conflicto de partida: la mordedura de la Víbora era altamente venenosa y la Serpiente temió que si la admitía a su lado, acabara siendo víctima de su veneno. La experiencia demostró que había una solución: guardar las distancias, y la jerarquía, con la Víbora, y extraerle el veneno para usarlo contra los propios adversarios políticos. La Víbora aceptó ser utilizada para este fin, pero el tamaño y la autoridad de la Serpiente eran mucho mayores, y acabó dándose cuenta de que todo su despliegue de agresividad había sido estéril. En sentido contrario, la Serpiente descubrió la enorme ventaja de utilizar la carga de veneno recibida. Estaba en condiciones de cumplir su sueño de protagonista exclusivo de la vida en la granja, añadiendo el derecho de acabar, previsto por la Víbora, con todo bicho viviente ajeno al «progresismo».
Aun intentó la Víbora mantener su reto a la Serpiente, transfiriendo su puesto de mando en la granja a un ave a quien asignó el papel de Águila, cosa que ella misma llegó a creerse. Solo que una vez atrapada en el abrazo de la Serpiente, fue reducida a la condición de rapaz (o rapaza) domesticado/a. La Víbora se refugió en su guarida, mucho más lujosa que antaño. La Serpiente quedó sola al frente de la granja.
El único inconveniente fue que pronto descubrieron los animales que si antes había corrupción, ahora se trataba de verse enjaulados. La Serpiente había reunido a todos los ofidios de su especie, para que no quedase un rincón de la granja fuera de su presencia dominante y del disfrute de sus privilegios. Los ofidios cumplían la vieja máxima de que todos los animales son iguales, pero hay unos animales más iguales que otros. Para asegurar que las puertas de la jaula no se abrieran, y de que nadie se opusiese a la autoridad establecida por la Serpiente, ésta decidió asignar el encargo de hacer efectivo su poder a otra familia de animales, más dinámica, capaz de contaminar y contagiar, tanto en la comunicación social como en la política, y para ello ninguna más adecuada que los múridos.
El poder absoluto de la Serpiente tendría en lo sucesivo a una Rata mayor a su servicio inmediato y en permanente actividad, a un tiempo como agente principal del control de la vida de los animales y como agresor de todo posible adversario. El experimento ha sido un éxito. Día a día, los habitantes de Nunca Jamás contemplan el alcance de la coacción y de la violencia volcadas sobre su vida pública por este roedor incansable, carente de visión propia, y eficaz ejecutor al pie de la letra de las órdenes de la Serpiente.
«La Serpiente no tiene el menor inconveniente en admitir que a su lado las especies agresivas se propongan desmantelar la granja, y entre tanto esquilmarla»
La Serpiente nunca ataca de forma directa. Se esconde, finge pasividad, muerde en cada ocasión que puede, siempre engaña. Su actividad mira de forma exclusiva a los fines propios. No está en su naturaleza hacer nada que pueda dar prioridad sobre lo suyo a cuanto necesitan los animales de la granja. Su objeto es dominar el propio espacio, mediante el ataque sinuosamente preparado. Y utilizar los medios a su disposición para eliminar a aquellos animales, los Perros guardianes, que por su sentido de la lealtad son aún hoy los últimos defensores de la convivencia.
Para este fin, la Serpiente, no solo ha encontrado colaboración, sino un impulso decisivo, en los Zorros que no hace mucho intentaron trocear la granja y fueron castigados por ello, En un momento de dificultad, necesitó el apoyo de los raposos, y también el de los lobos, para conservar su puesto. Recordemos que la Serpiente no atiende más que a su propia supervivencia y al mencionado control de su territorio. Por ello se lanza contra todo animal rebelde a su mando y en cambio ha aceptado la inversión de los papeles, el dominio de Zorros y Lobos, hasta el extremo de tolerar que los Perros guardianes sean maltratados por cualquier vulpeja. Los que antes fueran con justicia sancionados, pueden ahora vengarse de los guardianes que les encerraron y por añadidura van a ser infinitamente más iguales que los demás animales del lugar.
Mientras se cimbrea, exhibiéndose al son de la música de sus turiferarios, la Serpiente no tiene el menor inconveniente en admitir que a su lado las especies agresivas se propongan desmantelar la granja, y entre tanto esquilmarla. Además, de momento no hay indicios de que se transformen en rebelión las protestas de los animales de la granja, quienes, por efecto de las ventajas otorgadas a los depredadores por la tal Serpiente, pasarán a ser mucho menos iguales que ellos.