THE OBJECTIVE
Antonio Caño

Nuestro «hombre fuerte»

«Culto a la personalidad y desprecio del Estado de derecho, Sánchez encaja cada vez más entre los líderes que supeditan la democracia a sus intereses»

Opinión
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Nuestro «hombre fuerte»

Ilustración de Alejandra Svriz.

En una reciente escala en Madrid para presentar su libro La era de los líderes autoritarios (The Age of the Strongman), Gideon Rachman, probablemente el columnista más influyente de Europa, advirtió que, confiados en la solidez de las instituciones democráticas, quizá no hemos prestado hasta ahora suficiente atención a la influencia que pueden llegar a tener las personas que las administran, y defendió la tesis principal de su obra: el culto a la personalidad está destruyendo las democracias. Sabíamos que el líder lo domina todo y marca el destino en los regímenes autoritarios, pero no habíamos reparado en que pueda llegar a ocurrir lo mismo en un sistema democrático.

No surgió, desde luego, el nombre de Pedro Sánchez en la conversación de Rachman con José Ignacio Torreblanca. Entre otras razones, porque Sánchez no está incluido en la reducida lista que el libro hace de dirigentes mundiales que ponen en riesgo el orden democrático. Tampoco está Maduro, por ejemplo. Pero el libro sí hace una definición de «hombre fuerte» que se acomoda bastante a la del presidente del Gobierno. «Hay cuatro características comunes al estilo del hombre fuerte: la creación de un culto a la personalidad (acto de presentación de ‘Tierra firme’); el desprecio por el Estado de derecho (ley de amnistía para seguir en el poder); la afirmación de que representa al pueblo real frente a las élites (impuesto a los ricos); y una política impulsada por el miedo (a la extrema derecha) y el nacionalismo (catalán y vasco)». Los paréntesis, por supuesto, son míos.

Una de las quejas más comunes al analizar la actualidad política en España es la de que cambian constantemente los argumentos y las prioridades de quienes nos gobiernan: lo que servía ayer ya no sirve hoy y lo que se decía hace dos meses será desmentido mañana. El proyecto del PSOE cambia permanentemente en función de la coyuntura y de las necesidades cotidianas, sin que lleguemos nunca a entender en qué, al margen de su gratuita definición como «progresista», consiste ese proyecto. Tal vez porque la verdad es que el único proyecto es Pedro Sánchez.

«Situemos a cualquier gran analista internacional ante la combinación de Sánchez, Yolanda Díaz, Otegui, Puigdemont, Rufián, Pablo Iglesias, todos ellos con el salvadoreño Galindo en medio, y veamos qué definiciones se le ocurren de nuestro actual modelo político»

Esa es la tragedia del tiempo político que vivimos. Si los continuos traumas a los que tenemos que adaptarnos -eliminación del delito de sedición, amnistía, concesiones a los independentistas, intermediarios, reunión con Puigdemont, pactos con Bildu, ataque a los jueces, control de las instituciones, desprecio a la oposición…- respondiera a un proyecto de transformación de la sociedad española, expuesto de forma transparente, respaldado por las urnas y defendido públicamente con valentía, podríamos al menos reconocerle su legitimidad y combatirlo con los argumentos y los instrumentos que nos concede una democracia.

Pero, no es así. No existe ningún proyecto. Por eso nadie lo defiende. Por eso los portavoces oficiales y oficiosos del Gobierno se limitan a repetir el argumentario que les han pasado media ahora antes. Habrá días en que la mayor parte de los ministros se levantarán sin saber qué les tocará defender ese día. Lo único de lo que no cabe ninguna duda es de que tendrán que defender aquello que le convenga a Sánchez, que puede llegar a ser lo opuesto a lo que le convenía un día antes.

Los demás socios de esta estrambótica mayoría de Gobierno sí que tienen proyecto. El de los independentistas está claro: debilitar a España e ir soltando amarras lo más rápidamente posible hasta separarse por completo algún día. El de la extrema izquierda también es obvio: la república confederal española. Y como esos son los únicos proyectos identificables de esa coalición, esos son los que se hacen visibles a los ojos de los ciudadanos y los que acaba capitaneando el que no tiene objeción en comprar la mercancía de los demás siempre que él siga al frente.

No es nuevo. Sánchez tampoco tenía un proyecto propio para el Partido Socialista. Fue acomodándose a los intereses de unos y de otras con tal de ocupar el sillón de jefe. Después, ese vacío de ideas y de norte acabó por dejar hueco también a todo el PSOE, que hoy es un partido desnaturalizado, sin rumbo, entregado al culto a la personalidad, exactamente lo mismo que ocurre con el Partido Republicano de Donald Trump.

No sé si Sánchez merece estar en la lista del libro de Rachman. Después de todo, la España actual es un caso tan sui géneris que resulta difícil de catalogar. Situemos a cualquier gran analista internacional ante la combinación de Sánchez, Yolanda Díaz, Otegui, Puigdemont, Rufián, Pablo Iglesias (que tiene aún cosas que decir y votaciones que decidir en esta legislatura), todos ellos con el salvadoreño Galindo en medio, y veamos qué definiciones se le ocurren de nuestro actual modelo político. Tampoco sé si al propio Sánchez le cae grande la categoría de «hombre fuerte». Pero lo que está claro es que cada vez más se comporta como tal y quién sabe si sueña con serlo, un «hombre fuerte» muy de izquierdas, la espada mundial contra el fascismo.

Aunque Rachman no hable de él, es difícil ignorar el recuerdo de Sánchez cuando el columnista del Financial Times describe el estilo de los principales «hombres fuertes» mundiales. Un estilo que, por primera vez, ha sido expuesto recientemente en las instituciones europeas, donde, como decíamos al comienzo, Gideon Rachman, que ha hablado estos días en Madrid con unos y con otros, es muy influyente.

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