THE OBJECTIVE
José García Domínguez

La nueva Cataluña silenciada

«La inmersión lingüística es única porque en ningún otro territorio del planeta, en ninguno, existe algún modelo similar de exclusión para los usos docentes»

Opinión
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La nueva Cataluña silenciada

Ilustración de Alejandra Svriz.

La inmersión lingüística vigente en Cataluña, esa misma que una delegación del Parlamento Europeo ha tratado de investigar entre insultos por parte de los independentistas de la calle y desplantes no menos airados de los independentistas de despacho oficial, es única en el mundo. Y lo es por dos motivos. Es única porque en ningún otro territorio del planeta, en ninguno, existe algún modelo similar de exclusión para los usos docentes del idioma materno de la mayoría de la población escolar (el régimen lingüístico de las escuelas en Quebec, tantas veces citado de modo erróneo, concede la existencia de centros educativos que utilicen como idioma propio el inglés para los hijos de padres anglófonos). Pero es única también porque no se conoce ningún otro caso en el que, bajo un marco político democrático, la lengua propia de una parte mayoritaria de la población se viese expulsada de facto del sistema educativo sin que ello provocara una reacción inmediata de protesta y rechazo agudo entre los miembros de la comunidad afectada. Ninguno.

Y es que no se compadecería con la verdad pretender que existió, allá a principios de los años ochenta, cuando se comenzó a implantar la inmersión, reacción significativa alguna de repudio público a la efectiva prohibición del uso del idioma castellano dentro de las aulas catalanas. Tal movimiento de contestación al propósito institucional de eliminar el castellano en tanto que idioma vehicular en los usos educativos, simplemente, no se produjo –salvo entre ciertas minorías muy testimoniales– durante los primeros cuatro lustros de vigencia del actual régimen lingüístico catalán. Después, sí, las cosas comenzaron a cambiar poco a poco, pero hizo falta que pasase una generación completa para poder llegar a verlo. Lo en verdad asombroso es eso, no la radicalidad fanática del empeño de la Generalitat por erradicar el castellano de los pupitres sino la ausencia de cualquier tipo de resistencia significativa por parte de un grupo, el de los perseguidos que verían su lengua materna proscrita, que agrupa al 53% de la población catalana de nacionalidad originaria española.

Desde la óptica de la sociología comparada, resulta muy difícil llegar a comprender que algo así haya podido llegar a ocurrir. Pero el caso es que ocurrió. ¿Por qué no opusieron resistencia durante tanto tiempo los padres afectados a esa mutilación de un derecho tan básico como el de ser educado en la lengua materna? Si no se hubiese producido en Cataluña, al igual que en el resto de España, un proceso de arribada masiva de inmigrantes extracomunitarios a partir del cambio de centuria, esa pregunta nunca habría trascendido el plano de la simple retórica. Pero la llegada de más de 750.000 hispanoamericanos para residir en la demarcación nos permite ahora esbozar una respuesta para ella. Porque, al igual que ocurrió cuando la Transición con la pasiva resignación fatalista de los padres castellanoparlantes ante el acoso lingüístico cotidiano sufrido por sus hijos en las escuelas, la comunidad sudamericana en Cataluña (algo más de 750.000 personas en el momento actual) ha no reaccionado ahora de modo similar. También callan.

Como tantos y tantos españoles por aquel entonces, tampoco ellos elevan hoy la voz para protestar. ¿Callan acaso porque están de acuerdo con semejante estado de cosas? Obviamente, no. Bien al contrario, los padres hispanoamericanos callan por la misma razón que callaron los otros hace cuarenta años. Callan por la nada misteriosa razón de que, dada su condición jurídica de extranjeros, tienen interiorizada la certeza psicológica de poseer un status personal en su territorio de residencia que no se corresponde con el asociado a la ciudadanía plena. Callan porque temen que se les recordaría, en caso contrario, que ellos proceden de fuera. Comprender ese mutismo de los hispanoamericanos, es comprender los más de veinte años de silencio absoluto de los otros catalanes, los mudos ante la inmersión. Les quisieron hacer sentir por todos los medios que eran extranjeros en su propio país. Y lo acabaron consiguiendo. 

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