THE OBJECTIVE
Pilar Marcos

Un año nuevo sin «Txapotes» ni muros del amoral

«Los demasiados que tienen poco clara la delgada línea roja entre el ejercicio del poder y el abuso del poder por el poder, envidian el éxito de nuestro líder amoral»

Opinión
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Un año nuevo sin «Txapotes» ni muros del amoral

Una pancarta con el lema 'Que que vote Txapote'. | Europa Press

Empieza un nuevo año y hay que desear lo mejor. Desear no es prever, porque no es fácil pronosticar grandes mejoras en la situación política de España solo por el cambio de calendario. El pronóstico deviene sombrío cuando se apoya en la experiencia previa. Nada; estamos a 1 de enero y, como el clásico, habrá que «hacer de la necesidad virtud». Además, es muy fácil encontrar dos o tres reparaciones mínimas que lograrían una impresionante mejora del clima político para este 2024. 

Son rectificaciones minúsculas que lograrían un cambio extraordinario. La más obvia sería dejar de respaldar, aplaudir, lograr el aplauso o incluso votar a terroristas; de los que lo son o de los que lo han sido. Desde fuera, que dejen de elogiarnos los terroristas de Hamás o sus colegas, los hutíes de Yemen. Que no aplaudan tanto a nuestro presidente, por caridad. Y si –por lo que sea- han de brindar por él, que lo hagan en la intimidad… por ahorrarnos la vergüenza. 

Ya en casa, el máximo deseo para el nuevo año sería que dejemos de tener el Gobierno preferido por todos los Txapotes caseros, se llamen como se llamen, y eso incluye a los que reciben homenajes en forma de ongietorri y los que jugaron a tsunamis en su penúltima vida. Porque fue un error de cálculo aquella cantinela de «que te vote Txapote». El plan era exactamente el inverso: se trataba de ir sumando votos insumables hasta garantizar que el Gobierno, y cada acción gubernamental, contase con la anuencia txapotil. Por eso, la mejora monumental, inconmensurable, que querríamos desear para este 2024 que estrenamos consiste, simplemente, en que ni nuestro Gobierno ni sus decisiones sean las preferidas por quienes usaron el terror como forma de presión política para lograr unos fines, ilegítimos e ilegales, que ahora acarician sin miedo ninguno. Parece sencillo, aunque visto desde Pamplona este fin de año, quizá sea pedir demasiado.

«La mejora monumental que querríamos desear para este 2024 consiste, simplemente, en que ni nuestro Gobierno ni sus decisiones sean las preferidas por quienes usaron el terror como forma de presión política»

Como no hay que abusar, el tercer deseo para el nuevo año es que el único muro que pueda levantarse en la convivencia sea el que deja fuera la amoralidad. No lo inmoral; sólo lo amoral. Contra lo inmoral hay que vivir y luchar. Lo amoral no debería tener hueco. Porque el inmoral conoce los límites de la decencia y se los salta, pero el amoral ni tiene ni conoce límites. Y sí, de acuerdo, puede haber distintas formas de entender lo que es o no ético o moral. Incluso visiones antitéticas de lo moralmente deseable. Con todo eso se puede (y se debe) convivir. No así con la amoralidad, con la carencia absoluta de ningún patrón ético, ni siquiera el más básico, que dure en el tiempo algo más que el último nanosegundo antes de que el interés momentáneo anime a otro cambio de criterio.

Posiblemente este tercer deseo sea el más inalcanzable para este 2024 que estrenamos, porque quien nos ha anunciado que dedicará su mandato a construir un muro contra la convivencia de todos es el epítome del líder amoral. Bien lo saben los suyos y mucho lo temen sus socios. Algún socio, ya caído, lo experimentó en carne propia. Un problema adicional es que la amoralidad triunfante tiene la terrible peculiaridad de ser muy contagiosa: más de uno, de los demasiados que tienen poco clara la delgada línea roja entre el ejercicio del poder y el abuso del poder por el poder, envidian el éxito de nuestro líder amoral. Se les nota y serán ridiculizados por el gran amoral. Algunos, hoy olvidados, ya lo fueron. El párvulo reino del líder amoral no admite competencia. En el fondo, ésa es casi la única buena noticia que tenemos garantizada si no se cumple ni uno solo de estos tres mínimos deseos para el nuevo año. 

Pues, lo dicho, feliz (e incluso próspero) año nuevo. 

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