THE OBJECTIVE
Antonio Caño

¿Qué hacer?

«La duda se extiende entre una población preocupada por el deterioro imparable de la democracia y la convivencia»

Opinión
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¿Qué hacer?

Pedro Sánchez, Alberto Núñez Feijóo, Isabel Díaz Ayuso y Javier Ortega Smith. | Alejandra Svriz

Es triste ver desmoronarse un país ante tus ojos sin que nadie encuentre la forma de evitarlo. Es doloroso asistir a este empeño diario en devaluar las leyes que nos protegen, deslegitimar las instituciones que nos amparan y socavar los principios que permiten la convivencia en una sociedad civilizada y pacífica sin que nadie sea capaz de impedirlo.

Doy por sentado que considerarán castatrofista este diagnóstico quienes recurren constantemente a tal descalificación para coartar la libertad de expresión y desacreditar a los disidentes. Sin embargo, las pruebas de la degradación son evidentes para la mayoría de los ciudadanos, incluso para gran parte de quienes cínicamente las niegan por sectarismo o disciplina.

También conocemos al principal culpable de esta situación y a sus cómplices. Por mucho que a veces tratemos de repartir responsabilidades en aras de la apariencia de imparcialidad y no sin algunas razones que lo justifiquen, no todos los actores implicados en el juego del poder han contribuido en la misma proporción a la división, la polarización y el desafecto ciudadano con la política y, tal vez, con la propia democracia.

Pero hemos llegado a un punto en el que eso ya no importa. Dejemos que los intelectuales y académicos reflexionen sobre el origen y las causas de los males actuales de España y concentrémonos los demás en buscar una solución. No será fácil porque el deterioro acumulado en los últimos años ha sido muy grande y el foso creado entre unos y otros, demasiado profundo. Los hombres se sienten amenazados por las mujeres, los viejos por los jóvenes, los habitantes de los pueblos por los de las ciudades, los aragoneses por los catalanes, los navarros por los vascos, los madrileños por todos los demás. Y viceversa. Por no hablar del rencor guerracivilista entre una derecha acuciada por el impulso reaccionario de Vox y una izquierda que se siente ahora más cerca de los herederos de ETA y del nacionalismo xenófobo que del centro liberal. Igual que el PSOE, convertido en el Partido de Sánchez, culpa hoy al PP por el procés, mañana culpará a la Guardia Civil por el terrorismo en el País Vasco. 

Es muy difícil recomponer una situación en la que parte de los que deberían ayudar a hacerlo siguen encontrando ventajas en mantenerla: algunos políticos, votos; algunos medios de comunicación, su sustento. Se aprecia falta de interés sincero en muchos de los que se quejan de nuestros males, y otros que sí exponen con sinceridad su preocupación han decidido replegarse y evitar polémicas que consideran estériles.

«Es muy difícil recomponer una situación en la que parte de los que deberían ayudar a hacerlo siguen encontrando ventajas en mantenerla: algunos políticos, votos; algunos medios de comunicación, su sustento»

Así pues, mientras los rufianes prosiguen con su proyecto destructivo, domina la indiferencia o la fe ciega en que Europa o la providencia se encargarán algún día de poner remedio. Al fin y al cabo, queremos pensar, de peores hemos salido. Por lo demás, bastante ocupado está cada cual en sobrevivir a su modo como para dedicar tiempo a salvar la patria.

Desgraciadamente, sólo la evidencia de un peligro grave e inminente podría hacernos reaccionar. Sin necesidad de tener que demostrarlo a diario, entiendo que los españoles valoran su país y su modo de vida, y no quisieran perderlos. Hoy ambas cosas son inseparables del modelo de democracia del que hemos disfrutado durante el último medio siglo. Son la libertad, la Constitución y el Estado de derecho los que actualmente enmarcan nuestra comunidad y definen nuestro proyecto compartido. Su defensa, cada cual desde su posición, es ineludible para seguir disfrutando de todo lo demás de lo que hoy disponemos, incluyendo la paz y la prosperidad.

No hay más remedio que aparentar optimismo sobre el futuro, pero es innegable que la sociedad española no está hoy mínimamente movilizada en esa dirección. Tampoco sus élites lo están. No es descartable, por tanto, que el deterioro continúe y que, así como ahora se burla a la justicia o se desprecia al Parlamento, algún día acudamos a votar sabiendo de antemano quién va a ser el ganador.

Convendría, por tanto, actuar cuanto antes, reaccionar ante los síntomas que pueden verse con claridad a poco que nos libremos de las anteojeras ideológicas. Cada cual puede hacer mucho a su nivel, observando si el político por el que vota le dice la verdad y pidiéndole explicaciones si no lo hace, incluso considerando la posibilidad de no volver a votarle. El que milita en un partido o un sindicato puede hacer preguntas, además de seguir consignas, mucho más si ocupa un escaño o cualquier posición de servicio público. Cada cual puede algún día, aunque sea por curiosidad, dedicar unos minutos a escuchar la radio que difunde las ideas contrarias, en el entendimiento de que la existencia de esas ideas, y no sólo las propias, es lo que permite que no vivamos aún en un sistema totalitario.

En fin, seguro que todo el mundo conoce de sobra estas recetas tan elementales. Lo que no encuentra, probablemente, es verdadera motivación para ponerlas en práctica. Pero lo cierto es que la hay y, si pudiéramos por un momento abstraernos del odio o la indolencia, las encontraríamos con bastante facilidad.

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