THE OBJECTIVE
José María Rotellar

La superioridad de la economía de mercado

«La política de gasto limitado, impuestos bajos y apertura exterior en un mundo global es la política económica que la experiencia muestra como más eficiente»

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La superioridad de la economía de mercado

Ilustración de Alejandra Svriz.

Como ya he repetido en distintas ocasiones, la política económica de un país es sumamente importante. A través de ella, perfilada en los presupuestos generales, se diseña qué orientación se le quiere dar a la actuación política en economía y, con ello, qué marco económico se quiere trazar para que las relaciones económicas se materialicen. 

Por eso, es muy importante la política económica que se elija. Puede ser bueno para ello recordar qué se sufrió entre 2009 y 2014 derivado del escenario provocado entre 2005 y 2011, a partir de mucho gasto y elevada deuda. Con todo esto, debemos preguntarnos qué política económica necesita España. ¿Una política de gasto e impuestos altos? ¿Una política de eficiencia en el gasto e impuestos bajos? ¿Una política de proteccionismo u otra de eliminación de trabas e incentivo al comercio internacional? Ahí es donde se mueve la decisión. 

España siempre ha prosperado cuando se han realizado reformas profundas, cuando el gasto se ha contenido y se ha centrado en lo esencial, y cuando se han bajado impuestos para dejar más recursos a los ciudadanos y empresas, que son los que generan la actividad económica y el empleo. Del mismo modo, las mejores épocas de prosperidad de la economía española han tenido lugar cuando España se ha abierto más al exterior, y las peores, cuanto más se ha cerrado. Basta con recordar el perjuicio de los aranceles sobre el carbón inglés en el S. XIX o el «arancel Cambó» en los inicios del S. XX y ver sus efectos económicos para observar cuánto limitaron el crecimiento y las posibilidades de la economía española.

Y, en sentido contrario, la entrada en la entonces Comunidad Económica Europea y el ingreso como fundadores en el euro han sido momentos de gran despegue de la economía española sobre la base de una gran apertura económica. Es más, si analizamos la etapa del franquismo, también los dos períodos en los que se subdivide son claros: el primero, basado en la autarquía, fue pobre, con las finanzas españolas en una situación muy maltrecha. El segundo, con los tecnócratas al frente, fue el del turismo y el inicio importante de las transacciones exteriores y recepción de inversión extranjera directa, con unos crecimientos de doble dígito durante varios años que forjaron una importante prosperidad de la economía. 

Es decir, que no hay una única política económica, sino que existe una, que defiende un gasto creciente, impuestos altos y proteccionismo, más cercana a las ideas de la izquierda; y otra, mas próxima a las ideas liberal-conservadoras, que apuesta por gasto eficiente, pero limitado, impuestos bajos y apertura al exterior. Las políticas son distintas y los resultados, también.

«El intervencionismo limita el crecimiento de la economía y merma las posibilidades de redistribuir»

La política basada en el liberalismo clásico es la economía de mercado, que cuando se aplica, como digo, demuestra que funciona de manera más eficiente. Así sucedió en los mandatos de Reagan, Thatcher y, en España, en el de Aznar, por ejemplo, y es, de una u otra manera, la política económica que sigue aplicándose, desde el mandato de Esperanza Aguirre, en la Comunidad de Madrid. Esta política de gasto limitado y esencial, impuestos bajos y apertura exterior en un mundo global, es la política económica que la experiencia muestra como más eficiente. Es obvio que lleva unida una redistribución de la renta y la riqueza, pero para poder redistribuirlas hay que crearlas, y para crearlas la mejor política económica es la basada en la economía de mercado.

Sin embargo, el intervencionismo confunde redistribución con intervención en la economía, limitando, con sus medidas, el crecimiento de la misma, que la empobrece y, por tanto, merma las posibilidades de redistribuir. Ese intervencionismo lo disfrazan los amigos del mismo con el nombre de economía social de mercado, que no es más que un señuelo, porque, con esas medidas, la economía de mercado queda atenazada y limitada. No se debe caer, por tanto, en dicha trampa, por muy bien que suene, y hay que huir de la aplicación de la llamada economía social de mercado o capitalismo del Rin, que sólo logra empobrecer a los agentes económicos. Cuando una cosa funciona bien, es preferible no cambiarla y seguir apostando por ella, por supuesto, con mejoras, pero sin caer en las trampas del intervencionismo, que envuelve siempre sus propuestas en celofán pero que encierra elementos negativos para la sociedad.

El término «social» entre medias no es inocuo ni muestra que vela por la mejora de todos; encierra un claro intervencionismo pernicioso de manera camuflada. Quienes aplican políticas liberal clásicas no deben dejarse engañar por ello y deben desterrar dicha expresión de su vocabulario, porque la carga de profundidad que contiene es letal para lo que el liberalismo clásico defiende. Prosperidad o empobrecimiento, es la diferencia que hay entre la economía de mercado y la economía social de mercado, respectivamente. Conviene recordarlo siempre y tenerlo muy claro. Es algo que el centro-derecha liberal-conservador debe tener siempre muy presente.

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