El poder inútil
«En esta forma de entender la política hay amigos y enemigos, vencedores y vencidos, y lo único que acaba por importar es estar entre los primeros en lugar de entre los últimos»
La palabra poder existe en forma de verbo y también como sustantivo, aunque es muy verosímil que el empleo verbal sea el primitivo porque, desde el punto de vista etimológico, poder significa la capacidad de hacer algo. El sustantivo remite a esa posibilidad de acción cuando reside en alguien y de ahí que, en su uso más político, el término sirva para designar a quienes mandan, una función social que siempre está presente y que, además, tiende a estar por lo común en manos de muy pocos. Por eso cuando decimos que la democracia es el poder en manos del pueblo siempre sabemos que se habla en un sentido, digamos, figurado, porque el pueblo, salvo en situaciones muy excepcionales y poco estables, nunca ejerce el poder directamente sino mediante su otorgamiento a unos pocos.
Las democracias permiten realizar, sin embargo, el ideal de que el poder político sea útil al pueblo que lo elige y lo consagra tratando de convertirlo en un instrumento de concordia y progreso. En su sentido más noble la política debiera consistir en una actividad constructiva, en algo que trate de edificar, de consolidar las mejores posibilidades de cada grupo humano y aprender a hacerlo teniendo en cuenta las tensiones propias de sociedades libres y plurales en las que existen convicciones y objetivos en conflicto. La versión optimista de esta idea supone que cuando el poder político no cumple con esos fines ideales, cuando no sirve a la mejora de la vida de cada cual, los ciudadanos acaban por destituirlo pacíficamente al derrotarlo en unas elecciones.
En la realidad las cosas son un poco menos nítidas. Todo el mundo sabe que hay otra manera de entender la política, aquella que la presenta como una pelea sin cuartel por el poder, como una lucha para alcanzar la hegemonía y someter al resto. En esta forma de entender la política hay amigos y enemigos, vencedores y vencidos, y lo único que acaba por importar es estar entre los primeros en lugar de entre los últimos. En esta pugna el bienestar ciudadano importa lo mismo que los edificios a un artillero enemigo, es algo que se puede olvidar porque se supone que hay cosas más importantes en juego.
La única manera de evitar que los ciudadanos acaben mandando a paseo esta clase de políticas es que los poderes tengan éxito y acaben convenciendo al ciudadano común de que conseguir el triunfo de quienes consideran los suyos sea lo único que en realidad importa. Esto se puede llamar politización de la existencia, una situación que lleva de modo necesario a la polarización en la que se pospone lo que realmente interesa, la mejora económica, la competencia tecnológica, la comprensión cultural, para poner en primer plano la querella ideológica. El objetivo político es convencer a los ciudadanos de que nada importa si cada vez se vive peor y sin expectativas de mejora porque, a cambio, se sugiere que van avanzando una serie de señuelos ideológicos a los que se ha revestido de valores supremos para cualquier existencia digna.
«En esta forma de entender la política hay amigos y enemigos, vencedores y vencidos, y lo único que acaba por importar es estar entre los primeros en lugar de entre los últimos»
En este tipo de atmósfera politizada el promover de manera constante mentiras cada vez más inverosímiles deja de ser un engaño y una inmoralidad si con ello se consigue lo único que importa, la toma y el mantenimiento del poder, el fortalecimiento de la capacidad de imponerse. La mentira pasa a ser por completo irrelevante y quien se empeñe en subrayarlas no hace otra cosa que proclamarse enemigo del progreso y de la virtud.
Un poder inútil es el que solo sirve para sí mismo, el que no transforma las condiciones en las que viven los ciudadanos que lo legitiman o lo soportan, sino que las empeora. Es un poder que no crea, sino que somete y controla porque la preocupación exclusiva por el poder es un potente inhibidor de cualquier imaginación y de la creatividad.
El poder inútil es manirroto porque nunca repara en los gastos, no puede hacerlo puesto que profesa la convicción de que todo gasto que autorice es un gasto social, ya que lo único que en realidad le importa no es el equilibrio de las cuentas públicas o la carga de deuda que se pueda dejar a las futuras generaciones, sino que ese gasto tenga una utilidad social que, por definición, confunde con el crecimiento de sus clientelas políticas y con la compra descarada de voluntades. Quien persigue el poder por el poder, olvidando radicalmente lo que el poder podría y tendría que hacer, solo busca conquistar y consolidar posiciones, extenderse, carecer de alternativa, ser único. Para el obseso con el poder quienes se opongan a sus planes y ambiciones son un infierno y como tal debieran ser tratados.
Los españoles deberíamos preguntarnos si los poderes políticos se comportan como si les importásemos algo o si, por el contrario, van sólo a lo suyo, si resultan ser unos poderes útiles o inútiles. Se trata de una pregunta que habría que hacer partiendo de datos que no son difíciles de arracimar. Hay varias cuestiones que resulta bastante fácil plantear y contestar con datos inequívocos respecto a los últimos veinte años de la vida española.
¿Somos los españoles una nación más próspera y rica que hace veinte años? El crecimiento nominal que ha experimentado la actividad económica muestra que no es así, que las políticas que se han implantado en España no nos han hecho vivir mejor sino lo contrario.
¿Estamos más cerca de la media de bienestar económico existente en el seno de la Unión Europea? No, hemos retrocedido con claridad, hay varios países que nos han adelantado en la lista y hemos descendido al nivel que nos hace ser de nuevo acreedores de ayudas europeas por nuestra renta, dato que el Gobierno trata de ocultar por todos los medios.
¿España está experimentando una mejora en su ambiente político o vivimos una situación que, en buena medida se puede considerar enrarecida por la pugna partidista? Creo que es fácil que cada cual conteste por su propia experiencia, pero si se quiere un dato bastará con recordar que los registros sociológicos del CIS siguen considerando que los partidos políticos constituyen un problema importante para los españoles en lugar de pensar que, como dice la Constitución, sean un medio para facilitar la participación política de todos los ciudadanos y, en consecuencia, el mantenimiento de un alto nivel de conciencia cívica y de tolerancia.
Quienes hayan tenido la amabilidad de llegar hasta este párrafo, supondrán que me estoy refiriendo de manera un tanto elíptica a Pedro Sánchez y a sus variopintos aliados en el Gobierno. Por descontado es así, pero no sólo a él y a los compañeros de investidura que le han prestado con un altísimo coste para todos nosotros sus votos, porque nadie puede triunfar en unas elecciones con un programa tan atrabiliario como el que se ha impuesto a no ser que al otro lado exista una propuesta alternativa que merezca aproximadamente los mismos reproches. No confío ni poco ni mucho en que Sánchez vaya a rectificar porque, al fin y al cabo, parece tener lo que quería, pero mi asombro se convierte en estupefacción cuando compruebo que quienes han perdido una oportunidad histórica no parezcan capaces de preguntarse en serio por lo que ha sucedido y sigan pretendiendo que lloremos sus desgracias como si hubiesen sido tan inevitables como la humedad tras la lluvia.