THE OBJECTIVE
Daniel Capó

Melancolía de una educación superior

«El objetivo de la escuela debe ser convertirnos en la mejor versión posible de nosotros mismos, no en copias ramplonas de un determinado credo ideológico»

Opinión
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Melancolía de una educación superior

Ilustración de Alejandra Svriz.

Hace unos años escribí estas líneas refiriéndome a la escuela y al estado actual de la educación. Decían: «El reverso de la melancolía es el sentimentalismo vacuo de la enseñanza actual. Si hay que mirar hacia el futuro, este debe empezar a construirse en el presente. Y ello exige recuperar la intensidad, considerar a cada niño capaz de alcanzar algo importante. Ignacio de Loyola tenía una palabra para ello, que resumió durante siglos la pedagogía jesuítica: magis (siempre más). Es decir, no detenerse nunca, llegar más lejos, ir más allá, pretender dar buenos frutos, ser mejores en definitiva». Hoy no pienso muy distinto. Al contrario, quizás la melancolía no ha hecho sino incrementarse a medida que uno comprueba los efectos del despliegue de la LOMLOE.

En aquel viejo artículo, me preguntaba por qué no era posible enseñar como se entrena para el deporte de competición a edades tempranas. ¿Por qué aquello que es bueno en la cantera de un club no lo es en la escuela? Un chico que aspira a competir al máximo nivel entrena incesantemente, repite los ejercicios miles de veces, cuida su alimentación, trabaja al máximo su coordinación y su fuerza física, etc. Sueña con el magis de lo imposible; anhela parecerse a sus ídolos, se llamen Messi, Cristiano Ronaldo, LeBron James o Rafael Nadal. Se dirá que los alumnos carecen del grado de motivación suficiente como para activar su voluntad a la altura de los mejores y es cierto, pero todo el mundo puede ser mejor de lo que es. Y sin los principios básicos del esfuerzo, de la repetición sistemática de unas habilidades en construcción, sin un horizonte idealizado de la grandeza, no se construye nada realmente valioso.

«Si los clubes deportivos se rigieran por los principios de la LOMLOE no saldría ni un jugador competente»

Dicho de otro modo, si los clubes deportivos o las academias de alto rendimientos se rigieran por los principios de la LOMLOE (o de la pedagogía universitaria), no saldría ni un jugador competente. La sustitución del «conocimiento duro» —aprovechando esa expresión que suele usar al maestro Gregorio Luripor las ideologías identitarias tiene consecuencias no sólo medibles en PISA sino, lo que es peor, fácilmente cuantificables en capital humano y, por tanto, en el futuro de nuestro país. Si en francés, educar (élever) equivale a elevar, resulta sencillo entender cuál debería ser el verdadero objetivo de la escuela: convertirnos en la mejor versión posible de nosotros mismos, no en réplicas de los intereses puntuales del poder ni en copias ramplonas de un determinado credo ideológico.

Así como en el deporte, la formación se encamina hacia el dominio de unas habilidades cada vez más amplias, la escuela debería también ayudar a incorporarnos en la gran tradición de la cultura occidental: la que hizo posible el arte y la literatura, nuestros derechos y libertades, la ciencia y la tecnología de las que ahora disponemos. Aprender a leer bien y con sentido es básico. Sin comprensión lectora, no hay enseñanza de calidad. Sin el descubrimiento continuado del matiz, tampoco.

Y los matices nada tienen que ver con la ideología —cuyo único objetivo es la rendición del pensamiento— ni con la empatía barata de un buenismo emocional que no respeta ni el potencial ni las capacidades de los alumnos. Nos confundimos si creemos que el magis es una aspiración exclusiva de los deportistas; todos estamos llamados a superarnos. Y, por recurrir a un argumento emocional, nuestros hijos se merecen una escuela que despierte ese anhelo y esa vocación.

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