THE OBJECTIVE
Daniel Capó

El caballo de Troya

«La cultura —porque la escuela es un camino hacia la cultura— desaparece allí donde la ideología o el sentimentalismo victimista consiguen la hegemonía»

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El caballo de Troya

Ilustración de Alejandra Svriz.

«Sola, perduta, abbandonata», cantaba la protagonista de la ópera Manon Lescaut, poco antes de morir en el desierto de Luisiana —en efecto— sola, perdida y abandonada. La escuela europea podría lamentarse de algo parecido si hacemos caso a los informes PISA publicados durante estas dos últimas décadas. La cultura —porque la escuela es un camino hacia la cultura— desaparece allí donde la ideología o el sentimentalismo vacuo y victimista consiguen la hegemonía. Según la lengua francesa, educar es elevar y, por tanto, el alumno es aquel se eleva más allá de sí mismo; que florece, por decirlo en términos clásicos, y se hace mejor.

La prosperidad occidental a lo largo de los últimos siglos tiene mucho que ver con esta concepción de cultura: exigente, por un lado; accesible a todos los ciudadanos, por otro. La alfabetización se convirtió en un objetivo de Estado en los países del norte de Europa ya desde la Reforma protestante, del mismo modo que la literatura pasó a ser la columna vertebral de una sociedad que creía en el valor de la palabra escrita. Las redes de bibliotecas públicas, los cafés y los salones, las librerías, las salas de concierto y los teatros, los museos y las galerías, los colegios, los liceos y las universidades nos hablan de un esfuerzo común por elevar a todos y cada uno de los hombres, por educarlos y hacerlos capaces de más.

¿Cuándo se truncó este camino? Las respuestas pueden ser muchas y quizás ninguna definitiva. La tecnología apagó el brillo de la palabra, dando un giro copernicano a nuestra relación con la cultura escrita. Esto, lógicamente, afectó a nuestra capacidad de atención y también al cultivo de la interioridad. Nos hicimos más pobres en historias memorables —por decirlo en palabras de Walter Benjamin—, a pesar de que el hombre por esencia es un ser narrativo. Pero no fue sólo culpa de la tecnología —su evolución, por otro lado, era inevitable—, sino que también se produjo una mutación en las ideas de fondo que sostienen la pedagogía. Se pasó de una escuela orientada hacia un conocimiento fuerte a otra más bien sentimental, con destellos marxistas en su sesgo ideológico.

«La escuela actual se ha convertido en el caballo de Troya que ha incendiado la ciudad del conocimiento»

La catedrática Inger Enkvist ha explicado en repetidas ocasiones que el éxito del modelo finlandés se basaba en lo conservador de su currículum y no en su pretendida modernidad. Las reformas que se llevaron a cabo a principios de este siglo para adaptarlo mejor a los criterios de la nueva pedagogía se han traducido en un fracaso casi inmediato. En apenas 20 años, Finlandia ya no se sitúa en el top 15 mundial del ránking PISA. Japón por el contrario, con sus libros de texto en blanco y negro, sin imágenes apenas, asciende al liderazgo global.

Mirar hacia el futuro importa más que quedarnos anclados en el pasado. Negar que algo no funciona en la escuela española sería una forma de escapismo. En cambio, preguntarnos qué objetivos necesitamos alcanzar y cómo conseguirlos resulta apremiante. Una opción sería el homeschooling si esta opción se hubiera normalizado en España, tal y como sucede en otros países. La realidad es que todos practicamos la educación en casa de uno u otro modo: leyendo con nuestros hijos, llevándolos a museos, pagándoles clases de refuerzo, etc., etc. Sin embargo, nuestros políticos —y también nuestros sindicatos— prefieren hablar de otras cosas. De nada sirve explicar lo evidente. El viejo Laocoonte, sacerdote de Apolo, alertó a los troyanos acerca del regalo envenenado que suponía el caballo de madera de los aqueos. Nadie le creyó. La escuela actual se ha convertido en el caballo de Troya que ha incendiado la ciudad del conocimiento.

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