THE OBJECTIVE
Jorge Freire

La era del perro

«El 11-M acabó con el aznarismo, el déficit con el zapaterismo y el 1-O con el marianismo. ¿Por qué ni la pandemia ni la inflación han acabado con él?»

Opinión
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La era del perro

Pedro Sánchez. | Alejandra Svriz

¿No dice el meme que más sabe el perrosanxe por perro que por sanxe? Hasta ahora, la agilidad canina de Sánchez le ha permitido bailar sobre el alambre, entablando acuerdos imposibles y calafateando coaliciones que parecían hacer aguas. Por eso cuando regatea, dribla y caracolea no queda sino pedir el VAR. ¿Hace falta decir que también sacará adelante la ley de amnistía sin que ello le quite un solo voto?

Me gustaría ser el perro de un perro / que fuera él quien me sacara a pasear… La presente década echó a andar al ritmo de Perra, el éxito de Rigoberta Bandini usado por Sánchez para abrir los mítines. Leemos en Tierra firme (Península) que se toma a chacota los insultos (p. 39) y que fue idea suya fotografiarse con los canes el Día Internacional del Perro, que coincidía con la última jornada de campaña (p. 51). 

¿Se trata, como prescriben las artes marciales, de aprovechar el impulso del enemigo? La resistencia por sí misma no es suficiente. Resistir fue lo que intentaron hacer, con resultados desiguales pero igualmente catastróficos, Zapatero y González en sus últimas legislaturas, que lo fueron de agonía. Cualquiera puede salir al ring con los puñitos en alto, protegiéndose la cara. Lo complicado es bajar la guardia, luciendo cintura y juego de piernas, como Muhammad Ali. Para flotar en el cuadrilátero no hay que salir a la defensiva, sino bailar con el adversario. 

Hay perros que deben atarse en corto y perros que andan sueltos. El perrosanxe no lleva correa ni traílla, sino cordón. Contraviniendo el dictum mariano de que las elecciones no se ganan, sino que las pierde quien gobierna, Sánchez encuentra su arma secreta en un cordón, como Wonder Woman en su lazo mágico: mientras pueda servirse del miedo a la ultraderecha, el PP nunca saldrá del aislamiento parlamentario. 

Si Sánchez parecía un cachorro por su capacidad de aprendizaje, hoy aparenta ser un sabueso por su capacidad olfativa. En política, sobrevive quien huele lo que se cuece al cabo de la calle. Hoy que están de moda los «procesos de escucha» es fácil llamarse a engaño y sobreestimar el oído, pero el órgano político es el olfato. De ahí que muchos tomen por estrategia de spin doctor lo que no es sino pericia vomeronasal.

Todos los presidentes anteriores son figuras trágicas, casi shakesperianas; Sánchez, en cambio, se disfraza de figura cómica. Suárez tiene mucho de ese Enrique V mitificado cuyas inspiradoras palabras en Agincourt (o en la tele) son recordadas en los momentos esenciales. González es, en su primera época, el líder total que representa el Octavio de Antonio y Cleopatraastuto, polifacético y valiente- y en la última, asediado por la corrupción y el descrédito, Coriolano: no entiende por qué los tribunos le niegan el reconocimiento que merece y, encastillado, se niega a reconocer la derrota. 

«Todos los presidentes anteriores son figuras trágicas, casi shakesperianas; Sánchez, en cambio, se disfraza de figura cómica»

Suma y sigue. La obstinación de Aznar durante los idus de marzo solo es comparable a la de Julio César. El inmovilismo de Rajoy no desmerece al de Hamlet: soberano no es quien actúa, como dicen los schmittianos, sino el lingotazo que se atiza uno a los postres. Y el buenismo de Zapatero es el de Antonio, el comerciante bienintencionado de El mercader de Venecia: ¿de qué sirven esos bonísimos sentimientos cuando llega el desastre financiero y los hombres de negro se plantan en Madrid?

Podríamos decir que la capacidad de adaptación de Sánchez recuerda a la de Próspero, que ha de hallar «tierra firme» en una isla desierta. Pero La tempestad no es una tragedia. Alguien como Macron habría dedicado un libro entero a contar cómo se levantó de una cumbre europea en que se negociaba el precio del gas; Sánchez lo despacha en una frase. Hay algo en esa voluntad de quitar hierro a las cosas que acaso sea clave. Al fin y al cabo, el 11-M acabó con el aznarismo, el déficit con el zapaterismo y el 1-O con el marianismo. ¿Por qué ni la pandemia ni la inflación han acabado con él? 

La cintura, esto es, la agilidad perruna de Sánchez, constituye su principal diferencia. Como Rajoy, disfruta haciéndose el mochales y encarnando el papel de un Mr. Chance que no sabe muy bien cómo ha llegado a la Moncloa, pero sin el tancredismo que impide esquivar el toro un primero de octubre; como Aznar, muestra una notable fortaleza, pero a diferencia de él, que necesitó engallarse en la segunda legislatura para resarcirse del Majestic, no parece entender los pactos como una humillación.

Si el avatar de la izquierda es el perro, el de la derecha es el oso. Cada veinte años cae en un estado de letargo que lo aleja del principio de realidad. De ahí que no aceptase el resultado de 2004 hasta el Congreso de Valencia de 2008. Igualmente, el resultado del pasado julio lo cogió a pie cambiado y ahí sigue, recién salido de su sueño hibernal, tambaleante y con legañas en los ojos. ¿Dónde está su proyecto colectivo? ¿O solo tiene una enmienda a la totalidad sanchista?

Cinantropía… Que nos tilden de canes no es malo siempre y cuando no nos sirvan la comida en una gamella o nos pongan un bozal. Peor que ser perro es ser okupa, felón, autócrata y caudillo. Virtuosos de no escarmentar, por decirlo con la expresión de Bárbara Mingo, son aquellos que proyectan sus obsesiones en Sánchez como si de un test de rorschach se tratase. Como sugiere Mingo en su último libro, la vida es un videojuego en que hay que pasar una pantalla tras otra, sino una fábula budista en que aquello que no aceptamos siempre vuelve. 

Para la comunidad china, el año muere llevándose consigo un avatar del zodíaco. Si es llevadero el año del cerdo o el de la rata es porque, a su término, morirá la bestia. ¿Cómo explicar a sus odiadores que el año del perro durará más de lo estimado y que les ha tocado vivir, por así decirlo, tiempos perros? Viven muy cómodos quienes afirman que al sanchismo le quedan cuatro días. Pregúntenles cuál es su propuesta: no podrán más que encogerse de hombros y aducir que el perro se ha comido sus deberes.

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