El PP tropieza en la meta
«Los golpistas que rodean a Puigdemont saben que la noticia de que el PP ha tenido un contacto con Junts es ‘casus belli’ para el electorado de la derecha»
Pasó en las elecciones del 23-J. Los populares, confiados en la victoria, dejaron a las izquierdas maniobrar a su gusto. Creyeron que el pastel electoral ya estaba horneado y se retiraron. Pensaron que era mejor no hacer nada, que con el impulso tomado hasta el momento llegarían los primeros a meta, y que las cuentas darían la buena noticia. Estaban seguros de que la izquierda estaba muerta, que no iba a moverse de su casa, que el repudio a Sánchez era más fuerte que el miedo a la derecha. Se equivocaron.
Pero llegó lo peor. De los mismos que aconsejaron el «Alberto, no digas nada, no te muevas», llegó el aserto «Es posible contar con el PNV y Junts, como en su día sumamos a CiU». Fueron los mismos que apuntaron que era mejor no acercarse a Vox para no movilizar a la izquierda pero sin ofrecer a cambio un perfil claro, identificable o atractivo. Confiaron en el voto por aburrimiento propagando la idea del mal menor, del bálsamo mágico frente a la fiebre roja del sanchismo. «En el centro está la victoria», dijeron los visionarios sin pensar que ese punto geométrico es un cuento chino.
La pifiaron los que dijeron «Alberto, no te preocupes, sondeamos a Junts porque no dejan de ser votos que se pueden comprar con financiación extra y alguna medida de gracia». Tenían la idea de celebrar un nuevo Pacto del Majestic, incluyendo un indulto si Puigdemont iba a la cárcel como Junqueras. El razonamiento sorprende. No estamos en 1996. La partida es otra. El procés está muy avanzado desde 2014, en 2017 hubo un golpe, y cualquier acercamiento al independentismo es un error estratégico gravísimo para la derecha española. Por eso se quejaba Alejandro Fernández, el cada día más ojiplático líder del PP catalán.
«A un discurso antisanchista le debe corresponder una actuación diametralmente opuesta a la de Sánchez»
Pero hubo un segundo contacto, el ocurrido con la negociación para la elección de la presidencia del Congreso de los Diputados. Ahora sabemos que el PP analizó las exigencias de Junts para votar a Cuca Gamarra y que las rechazó. ¿En serio pensaban que los votantes del PP iban a ver bien, inteligente y oportuno recibir los votos de los golpistas de 2017, a los que luego habría que rendir pleitesía, como hace Sánchez? O peor. ¿Creyeron que esas negociaciones, las del verano de 2023 para la investidura y las posteriores para la Cámara baja iban a quedar en secreto?
El olor a novato debió inundar Waterloo. Los golpistas y delincuentes que rodean a Puigdemont saben que la noticia de que el PP ha tenido un mínimo contacto con Junts es casus belli para el electorado de la derecha española. Conocen, además, que pueden soltar esa noticia a capricho, cuando más daño haga al PP o para molestar al PSOE. Por eso Puigdemont declaró el 8 de febrero, cuando el Parlamento Europeo decidió investigar la injerencia rusa, que podrían haber votado a Feijóo en la investidura y todo sería más fácil.
Los consejeros de Génova se dieron cuenta entonces de que habían entregado a Junts dos bombas de relojería. Pero lo aprendieron tarde. Las artes del politiqueo han cambiado. Todo es más canalla y el electorado está más polarizado que nunca. Un mínimo error en la oposición y todo el castillo de naipes se desploma. No se han dado cuenta de que no es país ni momento para explicaciones cuánticas. A un discurso antisanchista le debe corresponder una actuación diametralmente opuesta a la de Sánchez. No caben medias tintas o vacilaciones porque se pierde la confianza de la gente que hace el esfuerzo de votar.
En esa tesitura se produjeron las declaraciones off the record de Feijóo de hace dos días. El objetivo era desactivar las dos bombas preparadas por Puigdemont. Explicar la detonación antes de que ocurriera. Aclarar antes del embrollo que hablaban de indultos, no de amnistía, y siempre condicionados a que el golpista de 2017 sea otra persona, es decir, que se entregue y sea juzgado y encarcelado. Rocambolesco. Por eso se despelotó Pedro Sánchez en la sesión de investidura cuando Feijóo dijo que no era presidente porque no quería. El muy malandrín sabía que el gallego había generado un par de noticias que, bien administradas, podrían entorpecer que algún día llegara a la meta.