THE OBJECTIVE
Ignacio Vidal-Folch

El simulacro de Sigourney Weaver

«Fue impuesto en 1941 mediante una ley de espíritu nacionalista inspirada en el fascismo italiano. ¿No ha llegado ya la hora democrática de ilegalizar el doblaje?»

Opinión
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El simulacro de Sigourney Weaver

Ilustración de Alejandra Svriz.

Por ver si a un amigo le caía un Goya, estuve siguiendo en el ordenador la larga ceremonia de la que tanto se habla cada año. Y escuché a la actriz norteamericana Sigourney Weaver pronunciar su supuestamente emocionado discurso al recoger el premio Internacional.

Digo supuestamente porque asisto con escepticismo a estas gratitudes bondadosas y voces temblorosas, a ese estar al borde de las lágrimas y al mismo tiempo sonriendo. E imagino a la señora Weaver después de la ceremonia, de vuelta a su habitación de hotel, tirando los zapatos y abalanzándose sobre la neverita a por el botellín de whisky, mientras maldice la interminable paliza, los discursos, las canciones y demás parafernalia de la gran fiesta del cine español.

Pero la verdad es que ella supo darle a su comparecencia sobre el escenario mucha verosimilitud, lo hizo muy bien, no se podía reprochar nada de su actuación… ¡Un momento! Sí que se podría. Sí que hubo algo en lo que exageró un poco: exageró en su buenrollismo y generosidad cuando dijo que parte de su premio lo merecía en realidad María Luisa Solá, la actriz española que en los cines y teles españolas suplanta su voz, y que debería estar en aquel momento a su lado, compartiendo el galardón.

«Mi amigo Bill Murray siempre me dice», dijo la señora Weaver, «que mi interpretación es mucho mejor doblada al español». ¡Hombre! Vaya amigos tiene la teniente Ripley. Bill Murray es un tipo chistoso, y a juzgar por lo que cuenta Weaver, también malicioso en grado sumo. Porque la voz es parte sustancial de la actuación y casi el atributo más personal y más hechicero de las personas atractivas. Que una actriz celebre y agradezca que le quiten la suya para poner otra en su lugar es como agradecer que te amputen un miembro. Aunque quizá Bill Murray te diría que, con una pierna menos, también eres más ligera y etérea, ya que pesas menos.

Que no, que no me creo la gratitud de Sigourney Weaver. Un «estudiado simulacro», como diría La Lupe. «Perdona que no te crea, pero parece teatro».

«¡Medio Hollywood tiene, en nuestras salas de cine, la misma voz, que ni siquiera es suya, sino de la señora Solá!»

No dudo de que la señora Solá tiene una voz bonita y bien entonada y sabe coordinar muy bien su fraseo con el movimiento de los labios de la actriz a la que dobla, o mejor dicho de las actrices, pues en España la voz de Sigourney Weaver es la misma de Susan Sarandon, Helen Mirren, Glenn Close, Judi Dench, Diane Keaton, Jamie Lee Curtis, Faye Dunaway, Carrie Fisher y Jane Fonda.

¡Medio Hollywood tiene, en nuestras salas de cine, la misma voz, que ni siquiera es suya, sino de la señora Solá! Seguro que hace su trabajo competentemente, y sin duda el vicario, oscuro oficio de doblar las películas extranjeras que se proyectan en España ayuda a llegar a fin de mes a muchos actores y actrices que no han logrado ser una presencia en los escenarios. Pero ese trabajo, ese oficio, es una profanación, una traición al arte —o quizá el reconocimiento de que el de actor no es un arte de verdad ni nada que merezca un respeto escrupuloso—, y seguramente cualquier actor lo sabe, incluida la señora Solá.

Es desconcertante, y fastidioso, que el jorobado de Notre- Dame, Harry el Sucio, James Bond y El rey León tengan todos la misma voz, que es la del (difunto) radiofonista Constantino Romero. Personalmente, no suelo ir al cine, entre otros motivos porque son muy pocas las salas donde se proyectan las películas con sonido original y subtítulos, que es la manera civilizada y respetuosa de verlas; recurro al ordenador, donde siempre tiene uno la opción V.O.S.E., sin la amputación y prótesis del doblaje, sin la mediación por mí no solicitada de Maria Luisa Solá, Constantino Romero e tutti quanti. Claro que también es cierto que la pantalla pequeña priva al cine de su dimensión mitológica. ¡Ya ves cuánto daño hace la funesta manía del doblaje aunque trates de eludirlo!

Fue impuesto desde 1941, mediante una ley de espíritu nacionalista inspirada en la misma legislación del fascismo italiano, a todas las películas extranjeras que quisieran proyectarse en nuestro país. Para el Régimen, presentaba además la ventaja colateral de facilitar la aplicación de la censura a los diálogos. Salazar no lo impuso en Portugal y gracias a eso hoy todos los portugueses hablan un estupendo inglés y muchos también francés y español.

Teniendo en cuenta esos orígenes ilegítimos, dictatoriales, franquistas, ¿no ha llegado ya la hora democrática de ilegalizar el doblaje?

Por cierto, a mi amigo no le dieron el Goya. Porco governo!

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