Malas noticias desde Galicia
«Vamos hacia una concepción plurinacional del país que convierte la política en una convención de particularistas dedicados al desguace del Estado democrático»
Nada más natural que la alegría con la que tantos han saludado el resultado de las elecciones gallegas: el temor a una victoria del bloque plurinacional había dominado los últimos días de campaña, sacudida por los habituales errores del PP cuando se aproxima a la foto finish. Pero solo ha sucedido lo que viene sucediendo de manera casi invariable desde hace décadas y los conservadores han revalidado su mayoría absoluta. Que eso pueda considerarse una noticia sensacional no deja de ser sorprendente; porque las noticias son otras. Y no son buenas, aunque podrían haber sido peores.
Si bien se mira, la verdadera noticia es que una candidata que se jacta de haber abandonado el español cuando cumplió veinte años ha obtenido más de un tercio de los votos, colocando a su partido —el nacionalista BNG— como líder de la oposición. Su progresión en las urnas gallegas se corresponde con la regresión del socialismo gallego, que ha encontrado en la subalternidad al nacionalismo una nueva identidad partidista bajo el liderazgo de Sánchez, así como con la cuasi desaparición de Sumar —menos mal que Yolanda Díaz es gallega— y Podemos.
Por su parte, la fragmentación particularista tiene su guinda en el excéntrico diputado de Democracia Ourensana, que lleva al parlamento gallego la lógica de gobierno desarrollada por el PSOE de Sánchez en Madrid: conviértete en minoría territorial indispensable para la conformación de una mayoría parlamentaria y pide por esa boquita. Dado que Rueda disfrutará de una cómoda mayoría absoluta, el modelo resulta de momento inaplicable. Pero la sola presencia de un diputado provincial en un parlamento autonómico confirma el auge de la representación territorial —por encima de la ideológica o la de intereses— en la democracia española.
Desde ese punto de vista, no puede decirse que las elecciones gallegas hayan «derribado» el muro levantado por la praxis política de Pedro Sánchez. Lo que ha pasado es otra cosa: han ganado los del otro lado. Se trata de una victoria relevante; como ha escrito Cristina Losada, un gobierno liderado por el BNG hubiera puesto todo su empeño en sacar a España de Galicia. Y lo hubiera hecho mediante la aplicación de una política nacionalizadora que nada habría tenido que ver con el galleguismo practicado por los gobiernos populares. Este último es un regionalismo con lengua propia; lo que puede hacer un nacionalismo etnicista con esa herramienta lo tenemos ya más que sabido.
«El debilitamiento del PSOE como partido de gobierno de vocación nacional es una pésima noticia para el futuro de la democracia»
Sucede que el debilitamiento del PSOE como partido de gobierno de vocación nacional es una pésima noticia para el futuro de la democracia española. De ahí que la novedad esté en lo que ha sucedido del lado socialista del muro: aunque los socialistas solo obtuvieron 14 escaños en 2016 y 2020, se han quedado ahora en apenas nueve; mientras tanto, el BNG pasa de los seis diputados de 2016 —año de mareas altas— a los 25 de ahora mismo. Uno puede consolarse diciendo que los votantes del bloque son jóvenes preocupados por los problemas sociales, pero se ve que solo quieren resolverlos en gallego: ya es casualidad.
Cabe suponer que el BNG tendrá una mayor presencia en el parlamento nacional cuando lleguen las próximas elecciones generales, aunque no hay certeza al respecto; el famoso voto dual podría evitarlo. Tampoco sabemos cuánto puede todavía reducirse el número de diputados que el PSOE aporta al bloque plurinacional que Sánchez se ha sacado de la manga para llegar al poder, laminando por el camino la fuerza territorial de su partido. El problema reside en la herencia que se va preparando: una concepción plurinacional del país que va calando entre amplios sectores del electorado —ya es casi una cultura— y convierte la política nacional en una convención de particularistas dedicados al desguace del Estado democrático. Esa tendencia se ha agudizado en Galicia, aunque pueda parecer lo contrario. Y es el principal problema al que se enfrenta la democracia española en el largo plazo: uno que no podrá resolverse mientras el segundo partido nacional siga empeñado en borrar letras de sus siglas.