Cancelar las cancelaciones
«Las cancelaciones punitivas de algunos creadores de belleza e inteligencia sólo funcionan porque la gente acepta los dogmas imbéciles de los inquisidores»
Noticias de actualidad: resulta que en el festival francés de cine fantástico de Gérardmer, dedicado este año a «Vampiros», se ha suprimido la ya programada proyección de El baile de los vampiros, el clásico mas divertido del género y un hito en el cine de humor/terror a entronizar junto a El jovencito Frankenstein y Abbott y Costello contra los fantasmas. El motivo de esta cancelación ofrecido por los lamentables responsables del festival es que el nombre de Roman Polanski causa «espanto» (sic) entre los miembros juveniles del jurado de cortometrajes. De modo que en un festival de cine de género se suprime una película de cuya calidad y adecuación al tema nadie duda porque el nombre de su director produce escalofríos –lo propio del género en cuestión- entre un puñado de churrinabos y sus churrinabas de cerebro mas corto que el mas breve minimetraje. Sobre los directivos del festival no pesaba ninguna amenaza de muerte, ningún juez prometía condenarles a graves multas ni a trabajos forzados si proyectaban la película maldita y por supuesto no tenían ninguna obligación de someterse a los sobresaltados criterios de unos jovencitos entre los que es improbable que se encuentre un Godard o un Louis Malle in nuce. ¿Entonces…? Pues entonces nada: unos cobardes oportunistas, sin un ápice de ánimo de coraje cultural, incapaces de resistirse al nuevo oscurantismo cancelador y tontofeminista. Pensar que fiestas del cine, la literatura, la música o el cómic están en manos de tan vomitiva patulea es como para hacerle a cualquiera abominar de la Cultura con mayúscula, minúscula o comillas… y no digamos de sus ministros.
También hace pocos días el Festival de Málaga ha retirado una película del director estadounidense Julio Hernández Cordón acusado hace entre siete y diez años de violencia machista y relaciones tóxicas por cuatro mujeres, aunque esas denuncias nunca llegaron a los tribunales. Según él mismo declaró, el cineasta admite lo inadecuado de su pasada conducta y se sometió a un curso de siete meses para controlar sus impulsos machistas. ¿Qué tiene todo esto que ver con el interés y calidad de su cine? Absolutamente nada. Pero el Festival de Málaga ha decidido no proyectar la película seleccionada para demostrar «su firme compromiso frente a cualquier tipo de violencia contra la mujer y a favor de una plena igualdad de derechos», hermosos sentimientos que nada tienen que ver con su cometido de seleccionar buenas película y organizar con ellas un certamen artísticamente valioso. Para mejorar la puntuación de su alma en vistas a la salvación eterna ya tendrán otras ocasiones…
¿Se dan ustedes cuenta de que esta ola arrolladora pero miserable de enemigos de la creación libre que pretenden hacerle la prueba de alcoholemia moral a los cineastas, escritores, cantantes de ópera o música popular, pintores, artistas varios… no sería nada, pero nada de nada, si no contara con la sumisión acojonada e imbécil de festivales como el de Gérardmer o el de Málaga, editoriales, productoras, empresarios teatrales y medios de comunicación inquisitoriales al servicio de lo peor de nuestras sociedades? Con lo fácil que sería, si se nos acerca un Torquemada de tres al cuarto para decirnos que Velázquez fue esclavista o Caravaggio un asesino, encogernos de hombros, soltar una carcajada y decirle: «Ande, apártese que no me deja ver el cuadro».
«Con lo fácil que sería, si se nos acerca un Torquemada de tres al cuarto para decirnos que Velázquez fue esclavista o Caravaggio un asesino, encogernos de hombros, soltar una carcajada y decirle: ‘Ande, apártese que no me deja ver el cuadro'»
En el cine, además de querer privarnos del gran Polanski y del no menos grande Woody Allen, cosa que no consiguen mas que en la medida que encuentran espectadores pusilánimes que se dejan asustar por sus ukasés, hay campañas de prensa interesadas en destruir a directores menores pero interesantes como Carlos Vermut. Contra éste señor ha montado un patíbulo El País, pues por lo visto los cientos de miles de bebés robados y otros tantos (y otros tontos) traumatizados por la lujuria episcopal ya no bastan para distraer la atención de los escándalos gubernamentales, que es de lo que se trata. De modo que ha llegado la hora del Vermut, acusado de vicios nefandos por señoras o señoritas anónimas que pese al maltrato erótico que sufrieron solían volver una y otra vez a sus brazos con pertinacia que ya quisiéramos conseguir los que somos menos empotradores. «¡Ay, me dolió mucho!», le decían compungidas al comprensivo inspector de alcantarillas de El País (todo a doble página, la importancia del asunto no es para menos). Por supuesto, no dudo ni por un momento de que todas esas desconocidas (a las que sólo conoce el mencionado inspector de alcantarillas, lo que agrava su anonimato) sufrieron cuanto cuentan y a lo mejor algo más que han olvidado. Sólo digo que a mí no me importa, que no es cosa mía, que me trae al pairo, vamos, perdonen la grosería, que me la sopla. Del señor Vermut sólo me importa Mantícora y sus demás películas: sus gustos eróticos son cosa suya, que yo no tengo por qué procesar ni condenar ni absolver. Y si en lo venidero fuese denunciado en toda regla y sin encubrimientos anónimos ante un juzgado, y le condenaran (aunque fuese en un juicio tan inverosímil, dudoso y en el que todo sonara a fake estilo el de Dani Alves, ese gran avance contra la violencia de género según el idiotarialista de EP), tampoco me importaría lo mas mínimo, porque yo pretendo ser un espectador con criterio de sus películas, no de su vida. En cuanto a moral, bastante tengo con preocuparme de la mía.
Agravaré mi caso. Me gustan mucho las novelas de género negro de José Giovanni, el gran escritor de origen corso que también fue guionista, director de cine e incluso actor: siempre de lo mejorcito. Pero en su currículum no sólo hay libros y películas sino también episodios de pertenencia a bandas de gángsters partidarias de Vichy en la guerra mundial. Después del conflicto fue detenido y condenado a muerte, aunque finalmente su condena fue conmutada por una pena de veinte años de trabajos forzados, de los que sólo cumplió ocho. Esos episodios biográficos nada edificantes, que afortunadamente no le impidieron en Francia desarrollar su talento, tampoco me han impedido a mí disfrutar de él. Ahora, si a ustedes lo que les gusta es leer novelas policiacas escritas por paladines –y paladinas- de la vida respetable, seguro que encuentran abundante morralla en todas las colecciones del género con ambientes localistas. Cuidado, en su búsqueda no se equivoquen con Ann Perry, que alcanzó gran popularidad con misterios victorianos de lo mas intrigante y convencional pero en su primera juventud asesinó a la madre de su mejor amiga en complicidad con ésta. Claro que cualquiera tiene un mal día…
Escribo esta página muerto de ganas de acabar cuanto antes mi tarea para seguir releyendo Boulevard Saint-Germain, la deliciosa crónica de nuestro barrio preferido de Paris –suyo y mío- contada con ligereza y estilo por Grabriel Matzneff, el gran réprobo. No, ya ven, no le considero un monstruo (ni un ejemplo de buenas costumbres, claro), aunque pienso peor de sus acusadoras. Mientras concluyo ahora escucho un aria del insuperable Plácido Domingo: el placer que me produce aumenta cuando pienso en los majaderos que se privarán de oírle por prejuicios de una moral de sonajero. Y no quiero despedirme sin recordarles que todas estas cancelaciones punitivas de algunos creadores de belleza e inteligencia sólo funcionan porque la gente se las cree y acepta los dogmas imbéciles de los y sobre todo las inquisidores/as. Repitan conmigo: «¡Ay, que malos son, pero me da igual!».