THE OBJECTIVE
Jano García

En defensa de la evasión fiscal

«A diferencia del ‘caso Koldo’, no se acusa de robar dinero del contribuyente sino de que el novio de Ayuso no ha pagado los impuestos que exigía Hacienda»

Opinión
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En defensa de la evasión fiscal

Ilustración de Alejandra Svriz

Bien conocido por todos resulta el caso Koldo. Del mismo modo, bien conocida es la campaña orquestada desde hace un par de días sobre el novio de Ayuso. Podríamos ahondar en cómo la maquinaria del fango actúa en cuanto siente amenazado su poder o en el terrible hecho de que la ministra de Hacienda acusara al novio de Ayuso de cobrar comisiones ilegales cuatro horas antes de que lo publicaran los medios de comunicación, en este caso El País y eldiario.es.

O bien María Jesús Montero y su ministerio se están dedicando a filtrar información confidencial de un ciudadano particular o, por el contrario, es adivina y es capaz de conocer con antelación lo que posteriormente se va a publicar. No parece que tenga ese don María Jesús Montero, si es que alberga don alguno una señora que debería estar en un mercadillo ambulante y no dirigiendo las cuentas de la nación, por lo que su comportamiento propio de una mafia podría llevarnos a escribir al respecto.

No obstante, el fondo del asunto es todavía más grave. Y es que en esta ocasión, a diferencia del caso Koldo, no se acusa de robar dinero del contribuyente sino de que el novio de Ayuso no ha pagado los impuestos que exigía Hacienda. Incluso Pilar Alegría, ministra de Educación y portavoz del Gobierno, llegó a tachar la supuesta evasión fiscal de algo muy grave. ¡Como si evadir impuestos fuera algo malo!

«Existe en el imaginario colectivo la terrorífica idea de que sin el ‘dios Estado’ no podemos educar, sanar o construir»

Algunos arguyen que es ilegal, como si eso supusiera que lo justo y razonable es someterse a las leyes liberticidas que atentan contra la dignidad humana. Bajo ningún concepto lo legal debe ir acompañado de un concepto de justicia. Ni siquiera cuando el pueblo ha sido el que con su voto ha alentado la barbarie. Ahí, si cabe, la barbarie es todavía peor por contar con la legitimidad democrática. Imagino que los legalistas contemporáneos estarían encantados en la URSS delatando a los agricultores que ocultaban parte de la cosecha para que no fuera requisada por los soviets. ¡Ahí va un defraudador!, exclamarían golpeándose el pecho por ser tan buenos ciudadanos y seguir sometidos a la mayor de las miserias.

«¿Cómo pagamos las carreteras, los hospitales o los colegios?», puede replicar el ciudadano medio. Como si en los países con bajos tipos impositivos el personal se movilizara en burro por carreteras que no están asfaltadas, los niños son analfabetos y los ancianos fallecen en las esquinas. Existe en el imaginario colectivo la terrorífica idea de que sin el dios Estado no podemos educar, sanar o construir. Una idea tan absurda y ridícula como plantear que si no nos proporciona la comida el Estado falleceríamos de inanición o si no nos provee ropa iríamos desnudos por la calle.

Lo cierto es que en un país en el que el ciudadano medio tiene que trabajar más de la mitad del año para pagar impuestos -en una especie de esclavitud moderna- y el dinero requisado se destina -entre otras cosas- a manipular a la población, enfrentar a hombres y mujeres con ministerios dotados de cientos de millones de euros y, lo peor de todo, se dedica el dinero a financiar a los que quieren destruir la nación, en esta realidad innegable en la que vivimos la evasión fiscal es un acto de legítima defensa frente a la confiscación pues evitar dentro de nuestras posibilidades que el fisco nos asalte no sólo es defendible, sino que se ha convertido en una obligación moral.

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