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Jose María Calvo-Sotelo

Tecnología dura para tipos audaces

«Nos quedan 26 años para el 2050 y necesitamos muchos personajes vigorosos y audaces como Donald Sadoway»

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Tecnología dura para tipos audaces

Donald Sadoway | Ilustración de Alejandra Svriz

Vestido con chaleco y llevando un reloj en la mano, el conejo blanco de Lewis Carroll, conocido personaje de su Alicia en el país de las maravillas, aparecía siempre con prisa y lamentándose por llegar tarde a una reunión muy importante. En palabras del propio autor, el carácter temeroso y siempre alterado del conejo servía como contraste frente al vigoroso y audaz personaje de Alicia. En el cada vez más inabarcable mundo de la transición energética nos encontramos con muchos conejos blancos. Hoy traemos a esta columna un personaje vigoroso y audaz, como Alicia, que visitó Madrid hace ya casi año, gracias al encomiable empeño de la Fundación Areces por traer a España primeras espadas mundiales a la vanguardia de sus ámbitos científicos.

Nuestro personaje es Donald Sadoway (Toronto, 1950), catedrático emérito de química del famoso MIT, reconocido internacionalmente por sus descubrimientos en lo que él denomina, muy a su flamígera manera,«electroquímica extrema». Su proyección empresarial es además un ejemplo de la capacidad sin igual del capitalismo norteamericano para invertir sus dineros en aventuras tecnológicas nacidas en oscuros laboratorios universitarios. En el caso de nuestro ilustre profesor, fue Bill Gates el que se interesó, hace ya quince años, por su incursión en el desarrollo de baterías de larga duración; y unos años más tarde por su prototipo para producir acero «verde» a partir de la electrolisis del óxido de hierro. Pongamos ambas aventuras en contexto para aprehender la magnitud de sus ambiciones: las baterías de larga duración son pieza indispensable para el despliegue masivo de las energías renovables, porque resuelven su principal talón de Aquiles, a saber, su naturaleza (nunca mejor dicho) intermitente; y un año de las emisiones de CO2 de la industria mundial del acero equivalen a seis meses de las emisiones de toda la economía de los Estados Unidos.

De estas dos incursiones científico-técnicas nacieron sendas empresas: AMBRI en 2010, para la fabricación de baterías de larga duración, y Boston Metal en 2013, para la producción de acero verde. Ambas dos tienen pues más de una década de historia, y seguramente otra década más de investigación aplicada en laboratorios universitarios. Ambas dos han sido también muy exitosas en la captación de capital privado (cientos de millones de dólares) para desarrollar sus prototipos. Pero ambas dos, aún a día de hoy, están lejos de ofrecer un producto competitivo y se siguen enfrentando a problemas de viabilidad. AMBRI ya fabrica y vende sus baterías, pero publica que sus costes son del orden de 10 veces superiores ($200 por MWh) a los que espera obtener en 2030, que es cuando cree que podrá competir abiertamente, y recientemente tuvo que despedir a cien de sus empleados. Boston Metal espera poder comercializar sus cubas electrolíticas para producir acero «verde» en 2026 como pronto, y ha decidido diversificar su negocio con otras tecnologías más maduras para reducir sus necesidades de financiación. Así las cosas, no sorprenderá a nadie que los tiempos de maduración de estas tecnologías vanguardistas sumen veinte años desde el alumbramiento del concepto hasta su comercialización. Que veinte años no es nada …

«No es lo mismo escribir código fuente que diseñar una batería o una cuba electrolítica en las que te enfrentas a iones metálicos corrosivos o a temperaturas superiores a 1500º»

Donald Sadoway explica muy bien por qué en el mundo de la tecnología «dura» – el llamado tough tech de la industria pesada – los periodos de maduración son de veinte años, por contraposición a las aventuras del soft tech que se caracterizan por ciclos mucho más cortos. No es lo mismo escribir código fuente que diseñar una batería o una cuba electrolítica en las que te enfrentas a iones metálicos corrosivos o a temperaturas superiores a 1500º. Los obstáculos por el camino son mucho mayores y generalmente se enfrentan en solitario, porque no hay una red extensa de especialistas en la materia a los que pedir ayuda. Además, las inversiones necesarias son muy superiores, y los capitales privados (incluso el norteamericano) son temerosos como el conejo blanco, y temen casi siempre que llegarán tarde a su cita. Hay otros conejos blancos que siempre andan con prisa, que no ven más allá de las proyecciones de sus hojas Excel, y que no se dan cuenta de que esto es una carrera de fondo.

Nuestro químico extremo mantiene a día de hoy su vinculación con estos dos proyectos, pero además ha puesto otros nuevos en marcha. Como le gustaba decir a los cientos de alumnos que pasaban por el aula de su asignatura de Química del Estado Sólido 3.091, «si tenéis una buena idea, empezad hoy a trabajar en ella, que igual os ocupa los próximos veinte años». Nos quedan 26 años para el 2050 y necesitamos muchos personajes vigorosos y audaces como Donald Sadoway, y un país y una Unión Europea que los apoye sin fisuras a lo largo, cuando menos, de las próximas dos décadas.

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