El supremacismo de los nacionalismos que nadie quiere ver
«Si estos partidos tienen un importante resultado en las elecciones, será porque la sociedad española no denuncia como debiera su carácter racista y xenófobo»
El próximo día 21 de abril habrá elecciones autonómicas en el País Vasco y el 12 de mayo en Cataluña. Como ha ocurrido casi siempre desde que, en 1978, la Constitución de la reconciliación y la concordia de todos los españoles institucionalizó el Estado Autonómico, tanto en el País Vasco como en Cataluña los partidos nacionalistas, que ahora son ya sin ambages independentistas, es probable que obtengan buenos resultados.
El espíritu de reconciliación y concordia que reinó durante los años de la Transición se manifestó en la inmediata legalización de todos los partidos que habían estado prohibidos durante el franquismo. Eso fue una buena decisión, sin duda. Al mismo tiempo, en la opinión pública fue tomando cuerpo una actitud positiva hacia todos esos partidos. Y de eso se aprovecharon en primer lugar y de forma muy destacada los partidos nacionalistas, cuyos orígenes e ideología distan mucho de ser presentables. A los nacionalistas catalanes y vascos no les gusta nada que se conozcan esos orígenes. Pero es imprescindible recordarlos.
Ya digo que no les gusta que se les recuerden esos orígenes, pero hay que saber que uno de los más importantes teóricos del nacionalismo, el Doctor Robert, cuando le nombraron alcalde de Barcelona en 1899, pronunció, por cierto en castellano, una conferencia sobre ‘La raza catalana’, en la que desarrollaba sus teorías acerca de la capacidad craneal de los catalanes, en comparación con la del resto de los españoles. Si eso no es basar sus pretensiones nacionalistas en argumentos del racismo más repugnante, ¡que venga Dios y lo vea!
Por cierto, entonces Don Santiago Ramón y Cajal, que después sería Premio Nobel, fue uno de los intelectuales españoles que inmediatamente reaccionó ante ese siniestro argumento nacionalista para descalificar ese racismo supremacista, acusándolo de pseudocientífico.
Muchos años después, ya en el principio de la Transición, en 1976, el líder indiscutible del nacionalismo contemporáneo catalán y presunto beneficiario del famoso 3% , Jordi Pujol, publicó un libro, que tampoco quieren sus seguidores que se relea, «La inmigración, problema y esperanza de Cataluña», en el que se pueden leer frases como éstas: «Si por la fuerza del número llegase a dominar, sin haber superado su propia perplejidad, el andaluz destruiría Cataluña», o «el hombre andaluz no es un hombre coherente, es un hombre anárquico, es un hombre destruido, es generalmente un hombre poco hecho, un hombre que vive en un estado de ignorancia y de miseria cultural, mental y espiritual». ¡Toma ya!
«El PSOE sanchista ha dado un paso más, porque, con la ley de amnistía, no rechaza las concepciones supremacistas de los nacionalistas y hace suyos sus intereses»
De ahí vienen esos nacionalistas catalanes, a los que nadie o casi nadie ha echado en cara sus orígenes racistas y xenófobos. Estos orígenes descalificarían a cualquier partido en un país democrático, sobre todo en Alemania. Pero, aquí en España, ni el PP ni el PSOE le han hecho ascos a gobernar con su apoyo. Y ahora el PSOE sanchista ha dado un paso más, porque, con la ley de amnistía, no rechaza las concepciones supremacistas de los nacionalistas y hace suyos sus intereses.
Y si esto encontramos en el nacionalismo catalán, en el vasco, fundado por Sabino Arana, la cosa es igual de impresentable.
Sabino Arana se hizo nacionalista de la mano de su hermano mayor, Luis, que había vivido en Barcelona y había conocido el nacimiento del nacionalismo catalán. Un prestigioso historiador bilbaíno, el catedrático Armando Besga Marroquín, acaba de publicar un libro, El pensamiento de Sabino Arana a través de sus textos, en el que lleva a cabo un exhaustivo estudio de los mismos para concluir, sin tapujos, que el padre del nacionalismo vasco era «un machista, un misántropo, un fundamentalista, un liberticida, un totalitario, un antisemita, un clasista y un racista».
De ahí, sin complejos, viene el PNV, que está orgulloso de su fundador, hasta el punto de que su sede la denominan Sabino Etxea y de que sus premios más importantes llevan su nombre.
Y de ahí viene también su hijo díscolo, EH-Bildu, que, al racismo originario del nacionalismo, le añade su credo marxista, para completar su carácter totalitario.
Si estos partidos xenófobos y supremacistas tuvieran un importante resultado en las próximas elecciones, se deberá, en gran parte, a que la sociedad española, empezando por la clase política y la periodística, no denuncia como debiera el carácter profundamente racista, xenófobo y supremacista que está en la base del pensamiento y la ideología nacionalistas.