En defensa de Óscar Puente
«Yo le entiendo, señor Puente. Suena el despertador, las noches no son tan profundas como eran antes»
Amigo Óscar:
No sé si le gusta el boxeo. Los cursis dicen que no es un deporte, que es una metáfora de la vida. En mi opinión, es una danza con nobleza y aguante; lo que debería ser la política. Muhammad Ali retomó los guantes tras haberse negado a ir a Vietnam. Tras la suspensión le esperaba Joe Frazier, un púgil de directo ganador y verbo sencillo. «Él es muy feo para ser campeón del mundo», dijo Ali de su rival antes de la pelea en el Madison Square Garden de Nueva York.
Frazier apalizó a Ali aquella noche. «Nunca pensé que yo fuera un hombre más feo que Ali. Tengo once hijos. Alguien pensó que yo era simpático», dijo. Ni estaba solo, ni dejó que las palabras le arrastraran sobre la lona. Escuchó, asumió y pegó. Donde hay que dar. Sobre el ring, con los nudillos vendados, y no delante de los micrófonos.
Que uno no le puede caer bien a todo el mundo lo aprendí muy pronto. No fue agradable. Antes de Twitter, antes de Facebook, antes de Myspace, antes de Tuenti, existía Fotolog. Y allí, a veces, me insultaban. Era joven. Era vaporoso. Yo ponía fotos del cielo, de los botellines de cerveza que me bebía con mis amigos, de las noches en La Comuna, de los CDs que me compraba, esas cosas que hacía uno con veinte años, y en los comentarios anónimos me decían: «Agredano, eres maricón» o «Si tu novia quiere conocer a un hombre de verdad dile que me llame».
Durante meses salía de marcha con la sensación de que cualquiera de los que me encontraba en los bares estarían detrás de aquellos mensajes. Hablaba con desgana, bebía con recelo y me sentía incómodo en cualquier parte. Yo, que siempre he sido repugnantemente sociable, me volví un hombre arisco, desconfiado. Muy antipático.
Por fortuna, llegó un momento en el que las palabras me dejaron de importar. Pensé: somos un laberinto. Imposible saber qué lleva a decir lo que dicen aquellos a quienes apenas conozco. Me hice agnóstico. El ser humano, como su divino padre, es de naturaleza incognoscible. Las palabras sólo son las hojas de un árbol inmenso. Si no puedo llegar a las raíces, al menos, disfrutaré de su sombra.
«No conozco ningún boxeador que siendo fino con los puños, se muestre tan delicado en el mentón»
Yo le entiendo, señor Puente. Suena el despertador, las noches no son tan profundas como eran antes. Cargamos el peso de los días, los sacrificios personales, no siempre estamos de acuerdo con lo que el jefe quiere, pero asumimos con disciplina y profesionalidad sus ideas. Porque de eso se trata siempre: de ser leales, de ser pausados, de hacer lo que nos pidieron que hiciéramos. Muchos hemos pasado por ahí. Dar la cara. Que nos la partan. No como a Ali. Es algo más profundo. La honestidad, a veces, hay que suturarla. Ojalá alguien, al finalizar la tarde, abanicándonos con una toalla.
Seguro que en uno de esos largos viajes en coche, abre los dosieres, las redes sociales, y ahí estamos. Atizando. Criticando. Indignados con según qué cosas. Ahí estamos siempre. Y entiendo que el sueldo no compensa el odio. Ni el insulto. Pero sí el cuestionamiento, que es el empuje mayoritario. Y aquí es donde voy. A veces, que nos critiquen, como el acople en los amplificadores de la guitarra, es parte del show. La política nunca sonó limpia. La política es distorsión y ritmo y sudor. Yo lo sé. Y usted lo sabe mejor que yo.
A usted le gusta el espectáculo. Y está capacitado para dar. Pero no conozco ningún boxeador que siendo fino con los puños, se muestre tan delicado en el mentón. Y en ocasiones pienso, y pensaba cuando me insultaban, humildemente, en mis cosas, hasta qué punto somos cómplices del ruido. De qué forma, quizá desenfadada, tensamos las cuerdas hasta convertir la guitarra en un instrumento molesto.
No le estoy haciendo culpable. A mí el tono hace mucho tiempo que dejó de interesarme. Me interesa más lo que se hace y menos lo que se dice que se hace. Su Gobierno me preocupa. Me preocupa con madurez y sin exabruptos. Piense en eso. Piense en Frazier. Piense en el retorno a sus labores, a sus preocupaciones reales, al equilibrio que seguro una vez tuvo y que ansía con recuperar. Boxee con inteligencia. Baile. «Somos feos, pero tenemos la música», cantaba Leonard Cohen.
No quiera entender a quien le insulta, pero escuche a quien le critica, también desde este medio al que usted llama The Ojete. Cuando publiqué mi primera columna aquí, hace apenas tres semanas, alguna gente me escribió por redes. Y me dijeron cosas como «Siendo una mierda te pega escribir en The Ojete». ¿Ve cómo todas las carreteras tienen dos sentidos? ¿Ve cómo aquello que, con razón, le enfada, se gira como un yorkshire maleducado y trata de mordernos las manos a los demás?
Frazier contra Ali. Fue una pelea preciosa. Revísela, si da con ella. Tras los insultos, reventados, sangrando, se abrazaron. Ali, tras una nueva pelea con él, dijo: «Fuimos como campeones y regresamos como hombres viejos. Dije cosas que no debí haber dicho. Joe es un buen hombre».
Frazier concluyo así: «Ali siempre dice que yo no soy nadie sin él, pero ¿quién hubiera sido él sin mí?». Nos leemos, señor Puente.
Un abrazo.