THE OBJECTIVE
Juan Francisco Martín Seco

La productividad, estúpidos, la productividad

«La posición relativa en renta per cápita de España dentro de la UE se ha reducido hasta el punto de tener derecho de nuevo a solicitar los fondos de cohesión»

Opinión
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La productividad, estúpidos, la productividad

Ilustración de Alejandra Svriz.

La ofensiva contra el sistema público de pensiones viene de muy lejos; al principio patrocinada y financiada por las entidades financieras, deseosas de introducir y potenciar los fondos privados de pensiones. Recuerdo, por ejemplo, que la Fundación del BBVA contrató a finales de 1993 a 34 llamados sabios para que estudiasen la viabilidad, más bien la inviabilidad del sistema.

Tras 20 meses, llegaron a doctas conclusiones que comenté (para ser preciso, critiqué) el 7 de octubre de 1995 en un artículo en el diario El Mundo. Desde entonces han sido innumerables las veces que en estos casi treinta años me he asomado a la prensa para denunciar las falacias que se escondían tras los ataques a las pensiones públicas.

El Pacto de Toledo con su célebre separación de fuentes ha dado lugar al equívoco de entender que la Seguridad Social es un sistema cerrado y autosuficiente separado del Estado. ¿Por qué la sanidad, la educación, el seguro de desempleo o las carreteras tienen que financiarse con impuestos mientras que las pensiones deben hacerlo exclusivamente con las cotizaciones sociales? Es el Estado con todos sus ingresos el que debe asegurar que todos los trabajadores en su vejez cobren una prestación digna.

En materia de pensiones se ha llegado a una extraña unanimidad (fruto de la propaganda mediática y de la palabrería de los expertos). Se da como hecho incontestable que de cara al futuro las variables demográficas hacen insostenible el sistema tal como ahora lo conocemos. Y para fundamentarlo se facilitan ratios estimados entre activos y pasivos en los próximos años. Estas previsiones que se vienen haciendo desde principio de los ochenta han fallado siempre.

Pero es que además (y esto es lo sustancial) este planteamiento tan simple obvia un dato fundamental: la productividad. Y es a esta variable y a su correlato, la renta per cápita, la que se debe considerar no solo para saber si el sistema público de pensiones es o no viable, sino también si lo es toda la economía del bienestar.

«La cuestión no estriba en cuántos son los que producen sino en cuánto es lo que se produce»

La cuestión no estriba en cuántos son los que producen sino en cuánto es lo que se produce. Cien trabajadores pueden producir lo mismo que mil si su productividad es diez veces superior. Quizá lo ocurrido con la agricultura pueda servir de ejemplo. Hace 70 años, el 30% de la población activa española trabajaba en agricultura. Hoy, tan solo el 3%, pero ese 3% produce más que el 30% anterior.

Podemos afirmar sin temor a equivocarnos que en el origen del desarrollo social y económico de las sociedades se encuentran los enormes incrementos de productividad acaecidos a lo largo de los años. Pero ha sido necesario algo más: un pensamiento y una ideología que propugnara que todos los ciudadanos se beneficiasen de esos incrementos de modo que no fuesen destinados únicamente a aumentar el excedente empresarial.

Esas mejoras deberían servir para acrecentar las rentas del capital, sí, pero también para subir los salarios, e incluso para mantener económicamente a aquellos que coyunturalmente no puedan trabajar, y todo ello mediante el incremento de los ingresos del Estado, que redundaría en beneficio de todos los ciudadanos a través de las prestaciones sociales.

El PIB por habitante apenas creció hasta 1700, con lo que tampoco se modificó sustancialmente el nivel económico y el género de vida de las sociedades. La realidad económica comienza a modificarse de forma notable a partir de la Revolución Industrial. En la Europa occidental la renta per cápita pasó de 100 euros mensuales en 1700 a más de 2.500 euros en 2012, con un crecimiento anual promedio del 1% real.

«El poder adquisitivo promedio en Europa se multiplicó por dos entre 1820 y 1913, y por seis entre 1913 y 2010»

Por supuesto, la evolución no ha sido homogénea a lo largo de todo este tiempo. En el siglo XVIII el crecimiento fue tan solo del 0,2% anual, elevándose al 1,1% en el siglo XIX y al 1,9% en el XX. El poder adquisitivo promedio en Europa se incrementó escasamente entre 1700 y 1820; sin embargo, se multiplicó por dos entre 1820 y 1913, y por seis entre 1913 y 2010.

Las cifras señaladas en el párrafo anterior son inferiores en realidad a los aumentos en todos estos años de la productividad (producción por hora trabajada), ya que los trabajadores, a la vez que conseguían retribuciones mayores, se mostraban dispuestos a sacrificar una parte de ellas a condición de trabajar menos horas (jornadas más cortas, más festivos, fines de semana más largos y vacaciones más largas). Es decir, compraban ocio, cambiaban dinero por poder disponer de más tiempo libre.

Son los incrementos continuos de productividad los que originan la elevación de la renta per cápita, y esta elevación puede asegurar la subida de los salarios, la reducción de la jornada laboral, el mantenimiento de las pensiones y, en general, el sostenimiento del Estado del bienestar. Es cierto que la renta per cápita es una media, por lo que, al mismo tiempo, se precisará una distribución adecuada de la producción entre los trabajadores, los empresarios y el Estado, ya que este último, en gran medida, lo devuelve a las familias en forma de prestaciones. No obstante, y conviene incidir en ello, el incremento de la productividad es una cuestión previa.

Centrándonos en la segunda mitad del siglo XX, hay dos etapas bien definidas en Europa y, por ende, en España. De 1950 a 1980, y de 1980 al final, siendo el crecimiento de la renta y de la productividad mucho más alto en la primera que en la segunda. Y aun dentro de esta última el proceso va siendo descendente según nos acercamos al momento actual. Habrá que preguntarse si la razón de tal desaceleración, que contradice la tendencia histórica, no radica en la aceptación con carácter general de la globalización en la economía.

«En el periodo 2007-2022 la productividad por hora trabajada de la media de la UE se ha elevado tan solo un 18,45%»

El euro ha distorsionado aún más la situación en Europa. Siguiendo el estudio elaborado por Fedea, con datos de Eurostat, en todo el periodo 2007-2022 la productividad por hora trabajada de la media de la Unión Europea se ha elevado tan solo un 18,45 %. Pero ese crecimiento se ha distribuido de manera muy dispar. Ha sido en los países del Este y principalmente en aquellos que están fuera de la Eurozona: Rumanía (74,3%) Polonia (60,3%), Bulgaria (45%), etc., en los que la productividad ha crecido sustancialmente. Dinamarca y Suecia, que tampoco pertenecen a la Eurozona, están por encima de la media (25,6% y 22,1%, respectivamente). Los más perjudicados son los países del Sur; por supuesto Grecia con un descenso del 5,2%, pero también Italia y Francia que se encuentran prácticamente a la cola con crecimientos del 5,3% y 10,5%, respectivamente.

La evolución en España ha sido temporalmente muy desigual. En el periodo 2007-2019 el crecimiento fue del 14,9%, cercano a la media de la Europa de los 27 (15,4%). Sin embargo, de 2019 a 2022 nuestro país se sitúa en el último lugar con un decremento del 1,9%. Más grave aún es que este descenso del 1,9 % se convierte en 3,8% cuando lo que se considera no es la productividad de la hora trabajada sino la productividad por trabajador. Señal inequívoca de que ha aumentado el empleo parcial, y de la mentira que ha rodeado todo el discurso de Yolanda Díaz y de Escrivá.

Desde luego, estos datos no son precisamente para que el presidente del Gobierno continúe afirmando que nuestra economía va como una moto. Últimamente la posición relativa en renta per cápita de nuestro país dentro de la Unión Europea se ha reducido de manera sustancial, hasta el punto de tener derecho de nuevo a solicitar los fondos de cohesión, y no está claro que el Gobierno esté dispuesto a pedirlos -o al menos a anunciarlo- para no reconocer así que nuestro país se está empobreciendo, al menos relativamente.

Lo peor, con todo, son las perspectivas para el futuro. En las próximas décadas, según la OCDE, y atendiendo al PIB per cápita en paridad de poder adquisitivo, España puede verse adelantada por Portugal, Polonia, Lituania, República Checa, Eslovaquia, Hungría, Turquía, Estonia, Grecia o Letonia, incluso por Rumanía. Aun con toda la relatividad que caracteriza estas proyecciones a tantos años vista, se presenta una imagen muy alarmante de la situación actual de la economía española y de su futuro.

«Uno no puede por menos que sorprenderse al escuchar a dos vicepresidentas afirmar que la subida del SMI incrementa la productividad»

Es esta evolución de la productividad y de la renta per cápita la que reta a las jubilaciones, pero también a la sanidad, a la educación, al seguro de desempleo y en general a todas las prestaciones y servicios públicos; y, cómo no, a los salarios y a la jornada laboral. Es por eso por lo que resulta bastante preocupante descubrir observar la frivolidad con la que el Gobierno aborda todos estos temas.

Uno no puede por menos que sorprenderse al escuchar a dos vicepresidentas del Ejecutivo y con responsabilidades en esta materia afirmar que la subida del Salario Mínimo Interprofesional incrementa la productividad. ¿No será al revés?, ¿que el incremento de productividad es el que tiene que permitir la subida de los salarios y la reducción de la jornada laboral?

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