Macron, el líder que quiso reinar
«Macron, el presidente por accidente, se convirtió con bastante facilidad y rapidez en el principal líder europeo (se dirá, no sin razón, que la competencia flojeaba mucho)»
Las europeas han sido siempre y casi en todas partes unas elecciones propicias para el voto de castigo, protestón o simplemente enojado, y con escasas consecuencias prácticas a nivel nacional: lo que se cuece en el Parlamento Europeo permanece remoto e ininteligible.
Macron, el presidente por accidente, se convirtió con bastante facilidad y rapidez en el principal líder europeo (se dirá, no sin razón, que la competencia flojeaba mucho). Tanto es así que pronto adquirió unas maneras monárquicas que le han acabado pasando factura. Su principal debilidad viene precisamente de que no es un monarca, sino un mero presidente, hoy en su versión pato cojo, que no puede presentarse a su reelección.
En un país polarizado hasta el extremo, en gran parte debido a que el propio Macron se instaló en el medio del tablero al precio de destruir prácticamente el centro izquierda y el centro derecha, inaugurando una transversalidad que recogía, según él, lo mejor de la derecha y lo mejor de la izquierda (con ministros de ambos bandos y primeros ministros también), las encuestas para las elecciones europeas (en Francia aciertan) vaticinan una victoria aplastante de la extrema derecha de Le Pen, con un cabeza de lista Jordan Bardella (28 años, hechuras de yerno ideal y coqueterías de viejo zorro: «No es seguro que de haber vivido en aquella época me hubiera afiliado al partido de Jean-Marie Le Pen»), duplicando casi la intención de voto del movimiento llamado presidencialista.
(Aquí Bardella plantando cara hace unos días con total desparpajo al veterano Manuel Valls)
Cierto es que las europeas han sido siempre y casi en todas partes unas elecciones propicias para el voto de castigo, protestón o simplemente enojado, y con escasas consecuencias prácticas a nivel nacional: lo que se cuece en el Parlamento Europeo permanece remoto e ininteligible, y, de todos modos, socialista, liberales y conservadores, sumando una aplastante mayoría, votan conjuntamente en los principales de los temas de interés. En Estrasburgo los grupos extremistas de izquierda y de derecha crecen, sin duda, pero aún con parsimonia; y los nacionalistas tipo separatistas quedan diluidos por la propia fuerza del número (escaso).
Pero ¿qué está pasando en Francia para que Marine Le Pen se perfile como la candidata a batir en las próximas elecciones presidenciales, a la luz de unos sondeos (en Francia aciertan, repito) que no sólo la colocan holgadamente en la segunda vuelta, sino que la dan en la misma vencedera frente a diferentes posibles candidatos de izquierda, centro o derecha (Macron no puede presentarse a un tercer mandato consecutivo por mandato constitucional, como se ha dicho, y se desconoce aún si su primer ministro Attal será el delfín: varios ministros y hasta un ex primer ministro no ocultan sus aspiraciones…).
Por encima del poder adquisitivo, recurrente asunto franco-francés, el gran tema de la campaña europea en Francia (y también lo será en las presidenciales) es el la inmigración, concretamente la lucha contra la inmigración y su derivada: la mediocre integración de las nuevas generaciones descendientes especialmente de la inmigración musulmana magrebí, todo ello en un clima general de inseguridad ciudadana, vinculada al propio fenómeno. Y de fondo el más o menos silente miedo al islamismo, e incluso al Islam en general, que permea gran parte de la sociedad.
Y es este caldo de cultivo el que favorece el discurso del partido de Le Pen, por mucho guante de seda que enfunde el puño de hierro de Bardella: pérdida de nacionalidad para los delincuentes binacionales, expulsiones de inmigrantes irregulares, endurecimiento de las leyes laicistas, preferencia nacional en múltiples ámbitos: en resumen un identitarismo con ribetes antieuropeísta.
Este repliegue soberanista que va en contra de la lenta, laboriosa pero tan necesaria construcción europea adquiere así unos niveles preocupantes en Francia, uno de los principales pilares y motores de la construcción europea.
Sin Macron, el único capaz de decir a los franceses y a los europeos las verdades adultas y desagradables sobre Ucrania, y , a veces, sobre Israel, y con el liderazgo ensimismado del alemán Olaf Scholz, y la irrelevancia consuetudinaria de España, ¡queda en manos de Meloni… y de un polaco el futuro del continente en uno los peores momentos de su historia reciente!
Coda 1) Dilema y farola de Aznar
Cómo de tambaleante ha de estar el Partido Socialista en el País Vasco para tener que agarrarse a la farola-espantajo de Aznar y suplicar un voto que ya se da, en el fondo, por perdido. El dilema del día después se le hace ya acuciante: si gana Bildu (inmune, conforme avanza la campaña, a todo intento de salpicadura con la herencia de la ETA, mayormente en la persona de Otegi), ¿cómo justificar el darle un apoyo de gobierno a un PNV perdedor, cuando sus socios en Moncloa (Podemos y Sumar) ya anuncian adónde irán a parar sus pocos escaños conseguidos con sus pocos votos? Y, sobre todo, cómo fidelizar y comprar luego los votos de Bildu en el Congreso, que valen tanto como los del PNV, y que además son izquierdosos y, por ende, de progreso? ¿Será defendible, el día después, hablar desde Moncloa de una mayoría de progreso con el PNV perdedor, frente a un Bildu recrecido y triunfante y portavoz del resto de la izquierda vascongada?
Estas elecciones, comparadas con las catalanas y europeas, contrariamente a lo que algunos creen, son aquellas en las que Sánchez tiene más que perder: y es que hay dilemas que matan.
Coda 2) El gendarme
El anuncio urbi et orbi de Estados Unidos de que Irán se dispondría a golpear de forma inminente intereses israelíes, después del ataque judío del pasado 1 de abril en la embajada iraní en Damasco, tiene una doble virtud, más allá de quitarle, naturalmente, el efecto sorpresa: si el ataque no se produjese, es que habrán surtido efecto las perentorias advertencias de Biden de no llevarlo a cabo. Si se produjese, significaría que la inteligencia americana estaba perfectamente informada de lo que se cocía en las altas instancias del poder iraní; y que puede disponer ayer, hoy y mañana de cualesquiera informaciones sensibles y estratégicas del supuestamente coto vedado ayatolesco.
Es ese tradicional y tantas veces burlado papel de gendarme mundial que Trump desea jubilar en cuanto pise la Casa Blanca lo que más debería preocupar en Europa. De ganar Trump, se habrá acabado el largo recreo de la Pax Americana.
Herejía: hay otros, pero estos son cinco imprescindibles herejes de la Historia.