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Monarquía, cruz y delicia

«Las monarquías europeas parecen hoy día el condimento esencial de la prensa del corazón, lo que las hace a priori muy populares, incluso hay muchas series en plataformas de cine»

Opinión

Felipe VI. | Alejandra Svriz

  • Nacido en Madrid en octubre de 1951, Luis Antonio de Villena es licenciado en Filología Románica. Su obra creativa —en verso o prosa— ha sido traducida, individualmente o en antologías, a muchas lenguas, entre ellas, alemán, japonés, italiano, francés, inglés, portugués o húngaro. Ha recibido el Premio Nacional de la Crítica (1981) —poesía— el Premio Azorín de novela (1995), el Premio Internacional Ciudad de Melilla de poesía (1997), el Premio Sonrisa Vertical de narrativa erótica (1999) y el Premio Internacional de Poesía Generación del 27 (2004). En octubre de 2007 recibió el II Premio Internacional de Poesía «Viaje del Parnaso». Desde noviembre de 2004 es doctor ‘honoris causa’ por la Universidad de Lille (Francia).

Las monarquías europeas (o sea, esencialmente las parlamentarias) parecen hoy día el condimento esencial de la prensa del corazón, lo que las hace a priori muy populares, incluso hay muchas series en plataformas de cine -Netflix, por ejemplo- donde los protagonistas, jóvenes en general, son príncipes o princesas de casas reales reinantes, que en instituciones educativas más o menos de élite, deben codearse -pros y contra- con otros chicos «del pueblo». Así parece que las monarquías están de moda, aunque como veremos su apertura a la vida fuera del reducto ilustre no deje de generar problemas. En España, sin embargo, aunque la mayoría de la gente es monárquica (pese a traspiés que no han faltado) la izquierda radical sigue presentando la monarquía como un atraso cuando no un vicio. El garibaldino Pablo Iglesias -lo que mejor se le da es armar grescas, sigue siendo el mitinero puro- proclama que la Monarquía es la derecha y la reacción, mientras la República es el progresismo natural. Por cierto, desde su taberna Garibaldi debe recordar que el héroe y rebelde italiano (que también anduvo por la América hispana), murió lejos, en la isla de Caprera -cerca de Cerdeña- porque al gran héroe era mejor tenerlo lejos, (pensaban en Italia de 1882) como a su partido «Extrema izquierda histórica», que seguro llena de ternuras imaginarias a nuestro Pablo. Pero volvamos a la monarquía.

¿Es la monarquía un sistema de gobierno anticuado o clasista? La monarquía arrastra unas lacras históricas que veremos, pero la pregunta se ha repetido y es fácil: ¿Es mejor la monarquía holandesa o danesa o la república cubana de Raúl Castro, sumida en la miseria, o la república dictatorial del tosco Maduro en Venezuela? No hace falta ser un lince en nada para entender que las monarquías europeas son infinitamente mejores que las repúblicas populistas y desastrosas de América. Monarquía/República sólo tienen la diferencia de su ejercicio, de su ser vivo. Por lo demás, el presidente de una república pertenece a un partido concreto, y aunque entendamos que tiene la obligación de gobernar para todos (los suyos y los opuestos) siempre habrá ese matiz.

Un rey si es honesto, si no es un títere, está por encima de todos los partidos políticos, se le da todo para que no compita con nadie. El rey honesto es un emblema con una tradición histórica, el presidente republicano, aunque busque lo mismo, tiene una raíz de partido. La monarquía española (tras el franquismo) ha sido y es ejemplar, si dejamos de lado -y lo está pagando- los dislates de Juan Carlos I, no ya por mujeriego (eso se sabía desde muy atrás y era sólo problema con su cónyuge) sino el mucho más grave manejo de capitales en busca de enriquecimiento propio y de algunas de sus queridas, como la tristemente célebre Corina, la del abatido elefante en tiempos de crisis. Juan Carlos dilapidó su buen nombre (no así la muy ejemplar Sofía) pero en nada lo ha seguido Felipe VI, que incluso hace más de lo que puede por apartarse oficialmente de su padre o de su hermana Cristina, tampoco nada ejemplar. Las monarquías no deben enriquecerse ni aunque a menudo les avale la historia. Miremos la supuestamente ejemplar monarquía británica llena de dislates. Isabel II por su longevidad y su profesionalidad, validó unos gestos hoy ya arcaizantes o turísticos. El lujo excesivo, la publicidad de un mundo perdido de carrozas y lacayos y joyas descomunales, atrae mucho a los turistas que van a Londres, pero no son hoy ni mucho menos la esencia de la monarquía, con hijos dudosos y hermanos golfos. La familia real ni puede ni debe coincidir con la familia del rey, y el exceso de fastos, rubicelas y diamantes (que la izquierda juzga propio de la derecha) debía ser reducido y minimizado.

«¿Reyes y duques en la boda de un alcalde que debe ser uno más? No ha acertado Almeida, debió hacer una boda mucho más discreta, aunque todo se explique»

La izquierda española quiere sacar provecho de la mediática boda del alcalde de Madrid que -dicho de paso- cuenta con menos simpatías que Isabel Díaz Ayuso. ¿Reyes y duques en la boda de un alcalde que debe ser uno más? No ha acertado Almeida, debió hacer una boda mucho más discreta, aunque todo se explique. Su mujer Teresa Urquijo (mucho más joven) es por rama materna pariente del rey Juan Carlos, exactamente por su abuela Teresa de Borbón-Dos Sicilias. Eso explica razonablemente la presencia de los reyes eméritos, pero no el espectáculo de lujo y francachela, típico para un gran reportaje para la prensa del corazón. Soy monárquico de Felipe y me parece necio (propio de nuestro frentismo sanchista) la oposición monarquía-república, como si no hubiera mil repúblicas peores que las monarquías, incluido el republicano/monárquico por propia voluntad, Vladimir Putin. La monarquía hoy (incluyendo la británica, tan de postal) tiene, manteniendo su atuendo histórico, que apartarse de rubíes y diamantes pasados, y la república -con no pocos seguidores- tiene que distinguir. Denominarse «república» no le agrega ni un punto, el extremismo de izquierdas la vincula al peor populismo latinoamericano, y debe decir no a Cuba, Venezuela, Colombia o Corea, para merecer la mínima credibilidad esencial. Prefiero la monarquía de Suecia o Dinamarca a las populistas repúblicas de Rusia, Turquía, Brasil o Cuba otra vez, grande pena…

8 comentarios
  1. Pascual

    Lo que hace razonable a la monarquía parlamentaria es que la democracia representativa, a través de partidos políticos, es un mal sistema y solo se salva porque, como dijo Churchill, cualquier otro resultó ser todavía peor.
    La monarquía parlamentaria nos permite, al menos mantener fuera del alcance de los partidos políticos la representación máxima de toda la nación. Para que alguien tenga oportunidad real de llegar a ser presidente de una republica se tiene que ganar el apoyo de uno de los grandes partidos. Y conseguirlo no sale gratis, implica compromisos, hipotecas hacia ese partido que suelen no ser lo que la mayoría de los ciudadanos desearíamos para quien nos haya de representar a todos. Para el poder ejecutivo no nos queda otra que tragar, pero podemos dar el papel de máxima representación a quien no se lo haya tenido que ganar, a codazos y mordiscos, dentro de su partido. A los monarcas se les cria, se les educa y se les mima para esa función, son las Mascotas de la Nación, que no se han tenido que ganar nada, que se han encontrado su vida totalmente resuelta, a costa de perderse casi toda su libertad sin rechistar.

  2. Remedin

    Jope usted no ha entendido nada. Son familiares directos de la novia, no del alcalde de Madrid

  3. Heraclito

    Buen artículo, con la condición siguiente: el rey y debe ser el primer funcionario del país y y cuando se demuestre que no ha estado a la altura, ya sabe cuál es el camino…

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