Votan los vascos
«La victoria de un partido que jamás ha condenado el terrorismo de manera explícita constituye un escándalo moral que mueve a la tristeza»
Este domingo se celebran las elecciones autonómicas en el País Vasco y los comentaristas no se ponen de acuerdo sobre si son potencialmente relevantes o del todo indiferentes para la política nacional; eso que sucede en España o en el «Estado español» según a quien se pregunte. Se asume que nada cambiará dentro de la comunidad donde se vota, pese a que no cabe descartar la posibilidad de que Bildu gane las elecciones por vez primera. Si eso sucediera, mucho cambiaría: hacia dentro y hacia fuera. Porque la victoria de un partido —representante de todo un mundo social— que jamás ha condenado el terrorismo de manera explícita no puede considerarse una simple anécdota relacionada con la desmemoria juvenil, sino que constituye un escándalo moral que mueve a la tristeza antes que a la indignación.
Si se observa la evolución del voto autonómico, en cualquier caso, se constatará que la suma del PNV y de Bildu (antes HB) se ha mantenido estable durante muchos años, incluso mientras ETA asesinaba y secuestraba a diestra y siniestra: 36 escaños en las primeros comicios, 47 cuando Ibarretxe, 41 en las últimas. En cuanto al PSE, regresa a los orígenes: debutó con 9 y ahora tiene 10, muy lejos de aquellos 25 cosechados por Patxi López. A este lo hizo lehendakari un PP que también parece condenado a ser un actor secundario; por mucho que mejore, es improbable que pueda hacer de king-maker en el Parlamento vasco. Todo indica que Bildu y PNV se disputarán el primer puesto, de tal manera que se prevé el apoyo del PSE a la candidatura de Pradales… salvo que Bildu propusiera una coalición nacionalista al PNV y este temiese acelerar su declive en caso de rechazarla.
«Aunque sería tentador colocar al PSE del lado constitucionalista, ejerce más bien como legitimador de la política de la identidad»
De lo que no cabe dudar es de la significación que poseen dos hechos que mantienen entre sí un vínculo causal: el crecimiento de Bildu —venza o no— permitirá a los partidos nacionalistas acumular cerca de tres cuartas partes del voto total. Y aunque sería tentador colocar al PSE del lado constitucionalista, basta oír sus declaraciones acerca del euskera como «lengua propia» de la comunidad para darse cuenta de que ejerce más bien como legitimador de la política de la identidad sobre la que se funda el ideario confederal que encuentra en el País Vasco su espacio natural de realización. Así sucede desde que nuestra benemérita Constitución reconociese —o crease, más bien— el «derecho histórico» a la fiscalidad singular, dando con ello carta de naturaleza a una asimetría que se agrava cada vez que el famoso cupo —esté quien esté en Moncloa— se vuelve a calcular.
Al igual que sucedió en las elecciones generales, cuando Pedro Sánchez recibió de los votantes catalanes y vascos el impulso necesario para mantenerse en el poder, de los vascos que concentran su voto en PNV y Bildu puede decirse que no son tontos. Sencillamente, tratan de mantener un estatus privilegiado frente al resto de los españoles; el mismo al que aspira ese nacionalismo catalán que enarbola el referéndum mientras negocia dinero y competencias. Mientras se potencia una política de la memoria que remite al franquismo y declara superado el terrorismo etarra, recordándonos esa Austria de posguerra denunciada por Thomas Bernhard en novelas y piezas teatrales según la feliz analogía de Iñaki Ellacuría, se elude una realidad demográfica y económica que hace inviable cualquier fantasía secesionista. ¿A dónde puede ir una Euskadi independiente? Obviamente, a ninguna parte; por eso es inconcebible un procés vasco. Y si un día llegase a haberlo, los aplausos llegarían del otro lado de la linde regional.
En consecuencia, se trata de aprovechar la ocasión que supone la residencia en Moncloa de un Pedro Sánchez dispuesto a consolidar de facto una estructura confederal con tal de obtener los votos que precisa para seguir donde está: vengan del PNV o de Bildu, que tanto da. Así que el votante vasco, decíamos, no es tonto. Y si bien tampoco es solidario ni parece capaz de autocrítica, habrá que recordar que nadie es perfecto y que los partidos nacionalistas difunden un argumentario que permite mantener la conciencia tranquila: el cupo es un derecho ejemplarmente gestionado y hubo un conflicto en el que dos bandos cometieron excesos. ¡Arreglado!