La memoria histórica de ETA
«EH Bildu, mientras no condene a ETA, es un partido manchado por la sangre, el crimen y la violencia, un partido de cobardes, cómplices del miedo terrorista»
La llamada memoria histórica tiene poco que ver con la historia y mucho con la propaganda política. Veamos el caso de ETA.
Quien hoy recuerda a ETA, lo que fue y lo que supuso, es considerado como alguien que se opone a la convivencia y a la «normalización» (otra palabreja endemoniada), alguien que quiere volver a las andadas, alguien que piensa que «contra ETA vivíamos mejor», como decía Vázquez Montalbán del franquismo. En definitiva, es un facha. A ETA no hay ni que mentarla: se disolvió y no debe haber memoria, ni histórica ni democrática, que la recuerde.
Pues bien, ante las elecciones vascas del próximo domingo, lamentablemente hay que recordar a ETA precisamente porque algunos no quieren recordarla. Sortu, el grupo político que es heredero de Herri Batasuna, en tiempos brazo político de ETA, forma parte de EH Bildu, una coalición de tres partidos que probablemente es la candidatura que obtendrá más votos, y quizás más escaños, el próximo domingo. No parece que pueda formar gobierno –aunque nunca se sabe– pero es muy posible que alcance el mejor resultado de su historia.
Pues bien, dentro de esta coalición nacionalista, Sortu no condena ni ha condenado nunca a ETA, como sí lo han hecho sus otros dos componentes, Eusko-Alkartasuna y Alternatiba. Pero Sortu es el partido preponderante: a él pertenece el candidato a Lehendakari, Pello Otxandiano y su secretario general Arnaldo Otegi, factótum de todo el grupo.
Por tanto, si bien algunos en EH Bildu han condenado a ETA, los pesos fuertes, que pertenecen a Sortu, siempre se han negado a hacerlo. Tan solo hace un par de días, Otxandiano perdió una ocasión de efectuar tal condena en los micrófonos de la SER e incluso negó que ETA fuera una banda terrorista: se limitó a decir que era una banda armada.
«De los crímenes de ETA no se puede decir ni palabra a menos que seas declarado un facha»
Resulta curioso: la memoria histórica oficial condena a los militares que se sublevaron el 18 de julio de 1936, hace casi 90 años; condena las autoridades franquistas que cometieron crímenes en la guerra y la postguerra, otros tantos; declara fascistas a todos aquellos que colaboraron con el régimen de Franco, hace casi 50. Pero de la memoria inmediata, de los crímenes de ETA que excepto los jóvenes todos los demás hemos vivido, no se puede decir ni palabra a menos que seas declarado un facha.
Y a los políticos que no condenan a ETA se les considera impolutos progresistas y las fuerzas políticas llamadas de izquierdas no tienen empacho alguno en pactar con ellos y buscar su apoyo para ser investido presidente del Gobierno. La memoria histórica es así una arma política selectiva: se recuerda a quien interesa y cuando interesa. La historia, en cambio, recuerda los hechos tal como sucedieron y hay que recordar siempre a ETA por respeto a la verdad y a la democracia.
En efecto, fue una banda criminal que produjo múltiples víctimas durante muchos años. Debemos acordarnos de las víctimas y reparar en lo posible los daños sufridos. Hay que seguir investigando lo que no se ha averiguado todavía porque son delitos contra la humanidad que nunca prescriben.
Pero, además, debemos recordar que era una banda no sólo penalmente criminal sino políticamente antidemocrática: pretendían unos fines en sí mismos legítimos mediante unos medios, unos instrumentos, ilegítimos.
«El nacionalismo vasco, y todavía más el catalán, es un nacionalismo lingüístico»
El fin principal era la independencia de Euskalerría. El EH que precede todavía a Bildu significa precisamente Euskalerría, un territorio que va más allá de las tres provincias vascas e incluye también Navarra y las provincias del sur de Francia en las que se habla, o se habló en otros tiempos, la lengua vasca con sus infinitas variantes. El nacionalismo vasco, y todavía más el catalán, es un nacionalismo lingüístico.
El fin era alcanzar la independencia, cosa legítima siempre que se sigan los cauces democráticos y constitucionales, los cauces que establece el Estado de derecho. Pero los medios, los instrumentos, no eran ni democráticos ni constitucionales, es más, eran criminales y totalitarios: extorsión (impuesto revolucionario), asesinato, robo, violencia (kale borroka) y sobre todo odio, odio infinito. Este fue el terrorismo que caracterizó a ETA.
En aquellos años el País Vasco fue una comunidad autónoma sin democracia,al menos sin democracia plena. El clima de miedo que sembraba el terrorismo de ETA impedía a los vascos ejercer las libertades democráticas que les otorgaba la Constitución. Y a este miedo se llegaba mediante el terror: quien no obedecía lo pagaba, hasta con la vida. Seguramente, la mejor expresión literaria de este clima de terror fue la novela Patria, de Fernando Aramburu. Allí puede entenderse lo que sucedió en la sociedad vasca durante aquellos trágicos años.
Pues bien, EH BIldu, al menos Sortu, su fracción dominante, no está dispuesto a condenar los instrumentos que utilizó ETA para alcanzar sus fines. Podría distinguir entre unos y otros: ETA pretendía fines legales pero utilizó instrumentos ilegales, antidemocráticos y criminales. Utilizó el miedo y nosotros condenamos estas actividades y nos avergonzamos de que todo ello sucediera. Ahí se les podría empezar a respetar y decir: han cambiado, se arrepienten de su pasado criminal. Pero no, mantienen los mismos fines y no condenan los medios.
EH Bildu, mientras no condene a ETA, es un partido manchado por la sangre, el crimen y la violencia, es un partido sospechosamente antidemocrático y totalitario, un partido de cobardes callados o de cómplices de la dictadura y del miedo terrorista. No es un partido de demócratas y así deben ser tratados. Sin embargo, se les trata como aliados, se pacta con ellos cuando conviene. Tampoco quien así se comporta merece ser considerado un demócrata.