Mujeres 'de'
«Los maridos (presidentes, alcaldes) y las esposas (ministras, consejeras) siguen colocando a los suyos. En Madrid y en la España plurinacional en que vivimos»
«Antes, las señoras bien tocaban el piano y tenías que escucharlas al acabar la cena. Ahora, pintan, exponen y hay que comprar cuadros horribles». La frase, por la que hoy sería empujado a las catacumbas machistas, era de Carles Ferrer Salat (empresario, fundador de la CEOE y presidente del Comité Olímpico Español). Se refería a Doris Malfeito, la mujer de Macià Alavedra, consejero de Economía de la Generalitat catalana. Doris, una mujer amable que luego se dedicó a la espiritualidad y a las auras de colores, vendía toda su obra el mismo día de la inauguración. Cualquier banco o caja catalana tiene originales en los almacenes. La señora del líder nacional, Marta Pujol Ferrusola, dirigía una firma de jardinería que abastecía de plantas, sí o sí, a las sedes empresariales. Hasta puso el césped del Barça.
Pero nunca, hasta hoy, se había visto a la esposa de un presidente español dedicada a la búsqueda de fondos, a las asesorías diversas o a la enseñanza sin licenciatura. La vistosa cátedra de Transformación Social Competitiva de Begoña Gómez no está avalada ni por la experiencia anterior ni por un título oficial. Qué llevó a la Universidad Complutense a conceder la cátedra es uno de esos misterios propios del clientelismo. Sólo la impunidad que da el poder puede explicar lo que está sucediendo.
He revisado la lista de esposas ilustres, desde la Transición. Ninguna actuó con el garbo y naturalidad de Begoña. Recuerdo a todas las que ocuparon antes, casi siempre en la sombra, ese difícil lugar. La mujer de Adolfo Suárez, Amparo Illana, era hija de coronel, madre de cinco hijos y católica devota. Falleció sin medrar ni figurar. Pilar Ibáñez, esposa de Leopoldo Calvo-Sotelo y madre de ocho vástagos, explicaba que nunca quiso ser «una consorte a la americana».
La primera socialista fue Carmen Romero, mujer de Felipe González. Culta, siempre sonriente, dio poco que hablar. Tras años separada del marido, el PSOE la puso en su lista europea. La última vez que la vi, comiendo unas croquetas en el Manolo, parecía contenta, relajada. Así, más o menos discretamente, fueron pasando: Ana Botella, abogada y alta funcionaria por oposiciones, llegó luego a alcaldesa de Madrid; de la callada mujer de Mariano Rajoy casi nadie recuerda su nombre (seguramente ella celebra que así sea). Sonsoles Espinosa (de Zapatero) es cantante en coros de ópera y profesora de música.
Y entonces llegó Begoña, joven y moderna. Creyó, quizás inocentemente o llevada por el alegre entusiasmo del nuevo feminismo empoderado, que las mujeres de los presidentes de España -como el resto de españolas de a pie- tenían derecho a buscarse la vida en la universidad, entre las empresas que necesitan capital (léase Air-Europa) o viajando por el mundo para ofrecer asesoramiento e ideas a fundaciones varias.
«En España, el viejo enchufe ha sido sustituido por el clientelismo partidista o el lobby, que suena mejor, más internacional»
Poco antes de que la prensa independiente (la del lodazal, según Patxi López; la machista, según Yolanda Díaz) empezara a publicar noticias sobre las actividades extraoficiales de la señora Gómez, vi uno de sus vídeos en Youtube. Era sobre la mercadotecnia y sus valores. La joven consorte aseguraba que el «márketing de 360% es multicanalidad y exige una inversión alta». Avisaba que, en los prolijos mundos del negocio, «el cliente está empoderado». Pasó, luego, a hablar de «neuromárketing» y tuve que apagar, porque me estaba mareando. Llámenme «antifeminista», como ha calificado la vicepresidenta a todas/todos los que osan comentar, incluso pensar, que el empoderamiento monclovita debería acabar.
En España, al contrario que en la mayoría de países, las mujeres conservamos nuestros apellidos, aunque algunas, y no solo durante el franquismo, han utilizado el «señora de» para presentarse en sociedad. Pocas, sin embargo, iban en Falcon de vacaciones. Los apellidos ilustres o con mando en plaza, como todos sabemos, abren puertas. En esta España nuestra, el viejo enchufe ha sido sustituido por el clientelismo partidista o el lobby, que suena mejor, más internacional.
Siguen los maridos (presidentes, alcaldes, empresarios) y las esposas (ministras, consejeras, jefas diversas) colocando a los suyos. En Madrid y en toda la España plurinacional en que vivimos. Marcela Topor, cónyuge de Carles Puigdemont, por poner un ejemplo actual, lleva años haciendo un programa semanal de entrevistas (en inglés) para la televisión de la Diputación de Barcelona (sí, también tienen una tele). Aunque nadie la ve, cobra 6.000 euros mensuales.
Hace unos días, en una cena de amigos, me comentaron que sus hijos creen que apuntarse a un partido «abre puertas». Lamentablemente, tienen razón. El contrato a dedo, apoyado por los socios de unos y otros, sigue siendo una de las grandes lacras de la vida nacional. Según las estadísticas, más del 70% de las vacantes laborales «se cubren con conocidos», o sea con ofertas de empleo que nunca se hacen públicas. El propio CIS ha señalado que, en España, más de la mitad de las personas que consiguen volver a encontrar un empleo lo hacen a través de su «red de contactos». Y los contactos, hoy, pasan por los partidos que gobiernan o, mejor aún, por las mujeres de.