THE OBJECTIVE
Cristina Casabón

De la cursilería política

«Las revoluciones cursis ya no agonizan como tiranías, sino que se formalizan como religión mistérica»

Opinión
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De la cursilería política

Pedro Sánchez. | Alejandra Svriz

Esta semana hemos sido testigos de un documento paupérrimo, que es como son estos documentos cursis, como esos libros primerizos que nunca tuvimos que publicar, que siempre parecen más sucios que las galas del fracaso. Hay que ser muy cursi para elogiar la carta del presidente y más aún para no escandalizarse de ella, y todavía más para esperar que no se escandalicen los otros. Pedro Sánchez tiene razón, dicen dipucuquis y cineastas que hacen política de la otra. Una cosa hay que reconocerle, que es astutísimo comprando voluntades, como también lo fue ZP, quien trabajaba «con la tenacidad del aficionado al bricolaje que llega con el destornillador a todas partes», según elogiaba un tal Juan José Millás

Esencialmente la carta del señor Sánchez es una imitación de las cursiladas de Millás. La cursilada en política la legitimó Millás, así como el caudillaje de los buenos sentimientos. Porque, aparte de las votaciones cada cuatro años, el caudillaje es la nueva vocación de las democracias progresistas. Todos debemos aceptar que la avanzada edad de la tiranía marca una nueva era en el calendario, la de la tiranía cuqui. Aunque quizás no es nuevo.  Salvador Dalí, que se valía del sueño reinterpretado, excedido y potenciado como una deformidad ascendente y superior, escribió que Hitler fue un líder afeminado, y en sus sueños se le aparecía como una mujer de carne blanca.

«Porque, aparte de las votaciones cada cuatro años, el caudillaje es la nueva vocación de las democracias progresistas»

Y cuando habíamos llegado al siglo XXI, a la madurez democrática, al paraíso sin culpables reconocidos, ocurrió que ZP se puso a hablar del Aleph de Borges y a comparar los poemas del escritor con las cantatas de Bach. La fiesta fue todo un guateque gauchista con los gauchos de la izquierda más divina de la capital, como bien documentó Julio Tovar. Y desde entonces hemos sido testigos de la cursilería que puede alcanzar la mundanería voluptuosa de las esferas socialistas. Ambiciones arropadas en nobleza, cálculos y tejemanejes, halagos, complicidades e intrigas han dado paso a lamentos y lloros, loas y lametones, bultos en los bolsillos vaqueros junto a las llaves de casa.

Las ideologías, los sistemas y las utopías socialistas han sido volatilizadas por una fiebre primaveral que invade los platós, las columnas, los pasillos del CongresoEs la fiebre del enamorado que salta como un tigre desgarrando a la oposición con uñas de oro y ojos llameantes de fuego. ¡Que me quedo sin comer! Las revoluciones cursis ya no agonizan como tiranías, sino que se formalizan como religión mistérica. El género epistolar es el último recurso del amado líder, que últimamente nos sale carísimo. Sale tan caro como el ramo de flores que te venden en la milla de oro de Juan Bravo, como la rosa sentimental que ondeaban en Ferraz. Y he aquí, que luego estos ciegos de amor, respetando de lejos y aún dolorosamente amando nos dan lecciones de sentimentalismo tóxico, de la deconstrucción de la masculinidad. En esta paradoja radica nuestro futuro aplazado.

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