THE OBJECTIVE
Juan Francisco Martín Seco

La Plaza de Oriente

«Aclamaban a Sánchez como salvador de España y de la democracia cuando es precisamente él quien lleva cinco años poniendo en peligro ambas cosas»

Opinión
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La Plaza de Oriente

Ilustración de Alejandra Svriz.

A los que tenemos ya cierta edad nos ha resultado imposible contemplar la manifestación llorosa de Ferraz y no acordarnos de la Plaza de Oriente, y de las múltiples ocasiones en las que el dictador convocaba a sus fieles, con autocares y bocadillos incluidos, a aplaudir para demostrar al extranjero cómo la sociedad española estaba con él: ¡Franco, Franco, Franco! (¡Pedro, Pedro, Pedro!). Franco hablaba de la conspiración judeomasónica y Pedro y sus seguidores de la jauría de la derecha y la ultraderecha, de los periodistas y de los jueces, en la que engloba a todos los que no están con él. La diferencia, entre otras, parece estribar en el número de asistentes, la Plaza de Oriente gana por goleada…

Después de las manifestaciones para vitorear a aquel caudillo invicto no ha habido hasta ahora otra de iguales características. Se han convocado contra el terrorismo, contra el golpe de Estado, a favor de las pensiones, para oponerse a las reformas laborales, para pedir la paz y condenar la guerra, contra los indultos, contra la amnistía, incluso para reclamar la marcha de algún gobernante, pero ninguna para elevar a los altares a otro autócrata.

Lo más parecido fue la concentración en 1984 en la plaza de Sant Jaume en la que Jordi Pujol se envolvió en la señera e hizo pasar lo que era una querella contra él, a causa de una más que probable estafa en Banca Catalana, por un ataque de Madrid al pueblo soberano de Cataluña. La de Ferraz pretende hacer pasar las responsabilidades penales como lawfare, ataques de la horda de derecha y ultraderecha confabulada con periodistas y jueces. La similitud resulta bastante evidente.

Y buscando semejanzas, Sánchez en sus principios ya protagonizó un conato de manifestación en Ferraz para que, según decía, le defendieran las bases. Ocurrió en octubre de 2016 en aquel Comité Federal tan conflictivo cuando se le obligó a dimitir de secretario general debido a su pretensión de formar ya entonces una alianza Frankenstein. Teóricamente eran militantes del PSOE, aunque en las fotos publicadas por la prensa aparecía sorprendentemente aclamando a Pedro Sánchez una persona tan socialista como Quim Torra, supremacista reconocido, que más tarde sería designado por Puigdemont presidente de la Generalitat. Prueba evidente de que ya se estaba cocinando el Frankenstein.

Lo recientemente acaecido en estos cinco días de ejercicios espirituales que se ha tomado Sánchez tiene difícil parangón y resulta totalmente incomprensible en un país de la vieja Europa. Solo comparable con lo que ocurre en algunas repúblicas de América Latina en las que se ha impuesto la irracionalidad y se ha conducido a los países a la ruina económica y política.

«Hace todo lo que puede para retorcer el Estado de derecho, y en cuanto a España, camino va de romperla»

El espectáculo fue tan bochornoso que es difícil no sentir vergüenza de pertenecer a una sociedad en la que se pueden dar exhibiciones tan infantiloides e inmaduras, pletóricas de sectarismo e ignorancia. Los manifestantes repetían las consignas sin detenerse en su significado. Aclamaban a Sánchez como salvador de España y de la democracia cuando es precisamente él quien lleva cinco años poniendo en peligro ambas cosas. Hace todo lo que puede para retorcer el Estado de derecho, y en cuanto a España, camino va de romperla.

Los manifestantes repetían que el gobierno se gana en las urnas. Cosa que Sánchez no ha hecho nunca. Siempre lo ha comprado y continúa comprándolo a aquellos que se declaran enemigos del Estado (golpistas, secesionistas y herederos de ETA) y ha pagado con el patrimonio político y económico de todos los españoles. Sus resultados electorales son los peores obtenidos por cualquier líder socialista. Con tan solo 85 diputados ganó una moción de censura a base de pactar con aquellas formaciones que se movían fuera de la Constitución.

La verdad es que lo sucedido estos días es de sainete. Provoca sonrojo ver y oír las reacciones de todos los que han tomado postura a favor de Sánchez, rogándole por favor que no dimitiese, que no les dejase abandonados, qué iba a ser de España si él se iba… Les faltó decir que necesitaban la lucecita de la Moncloa, tal como otros miraban hacia la lucecita del Pardo. Muchos de los que se manifestaron en Ferraz, o firmaron manifiestos, es muy posible que dentro de unos años se abochornen de haber participado en este aquelarre, lo mismo que fueron muchos los que con el tiempo se avergonzaron de haber acudido a la Plaza de Oriente.

La comedia comenzó con una carta de Sánchez dirigida a la ciudadanía, en la que manifestaba su propósito de retirarse a deshojar la margarita, me quedo o no me quedo. La dimisión se presenta o no, pero no se anuncia con anterioridad y mucho menos se declara que se va a pensar qué camino seguir. González, tras la huelga del 14 de diciembre de 1988, dudó de si debía dimitir y dejar la presidencia de Gobierno a Narcís Serra, pero nadie se enteró de sus vacilaciones, se supo mucho tiempo después. Rubalcaba, Almunia y González dimitieron del cargo de secretario general del partido sin que ninguno pregonase que iba a enclaustrarse a pensarlo.

«Ha tomado el pelo a mucha gente. Se ha servido del victimismo para acentuar la polarización»

Retrospectivamente es difícil negar que todo se ha reducido a un espectáculo, a una representación, al retablo de la antigua farsa. La verdad es que, con anterioridad, algunos estábamos seguros de ello. Ha perseguido, como es habitual en él, la construcción de una realidad paralela a la verdadera, aquella que está de acuerdo con sus intereses.

En esta ocasión ha tomado el pelo a mucha gente. Se ha servido del victimismo para acentuar la polarización. Desde el primer momento de su vida pública ha utilizado la división de la sociedad en dos mitades totalmente opuestas como el instrumento que le ha permitido primero ganar las primarias y después conseguir el gobierno y mantenerlo. Por una parte, están los buenos que son los suyos, muchos o pocos, y por otra parte los malos, todos los que no están con él, provengan de donde provengan. Anatematiza a estos últimos predicando de ellos todo tipo de defectos, de faltas y de vicios.

Ha bastado que la publicación de los hechos de corrupción tocase a su partido, a él, o a su esposa, para que se pretendiese ensuciar todo y se hablase de bulos, de falsedades, de insidias, de odio, etcétera. Todo ello predicado de los contrarios. Sánchez ha dejado caer que no se puede permitir que las mentiras más groseras sustituyan al debate respetuoso y racional basado en las evidencias. Y todo esto lo dice quien ha basado su gobierno en la mentira y en todos estos vicios que ahora denuncia.

Todo este affaire (con fiesta sindical incluida como en el antiguo régimen) ha sido solo un truco para pintar un panorama apocalíptico y un pretexto para comenzar una caza de brujas en las instituciones que Sánchez no controla totalmente y que se han atrevido a tocar al caudillo y a su entorno, aunque sea mínimamente: la judicatura y la prensa. Sánchez ha querido dejar claro que está dispuesto a realizar una ofensiva y de ahí lo del punto y aparte y lo de la regeneración democrática que repiten sus acólitos con devoción, como una consigna, al tiempo que se lanzan a la persecución de herejes. Lo peligroso es que Sánchez y sus fieles servidores han copiado el lenguaje de los golpistas y defienden ya sin ningún reparo ni escrúpulo la existencia del lawfare.

«Se ha visto claramente a qué grado de degeneración ha llegado el actual PSOE, en qué lo ha convertido Sánchez»

Sánchez en su declaración institucional dejó caer como el que no quiere la cosa una enorme mentira, afirmó que la mayoría social se había movilizado esos cinco días. Lo cierto es que ni mayoría ni minoría, ni siquiera los suyos, fueron muy pocos -a pesar de que el delegado del Gobierno hinchase la cifra- los que siguiendo la consigna del frívolo Zapatero se movilizaron. Quizás todos aquellos que temían perder su empleo o los beneficios que Sánchez les proporciona. Y tal vez también los muy sectarios o los ilusos que, pase lo que pase, son esclavos de las siglas.

El presidente del Gobierno con tal de evitar cualquier posibilidad de que la corrupción le salpicase no ha dudado en permitir que su partido enseñase sus vergüenzas e hiciese un enorme ridículo. El rey está desnudo. Se ha visto claramente a qué grado de endeblez y de degeneración ha llegado el actual PSOE, en qué lo ha convertido Sánchez.

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