THE OBJECTIVE
Ricardo Cayuela Gally

Israel en Eurovisión o el desvarío de las élites

«Parece que el europeo común sí entiende algo que no logran captar sus líderes: que Israel es el país agredido, y que la lucha que libra contra el islamismo radical es en nuestro nombre»

Opinión
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Israel en Eurovisión o el desvarío de las élites

Eden Golan, la representante de Israel, durante el festival de Eurovisión. | Ilustración de Alejandra Svriz

Los cantantes de Eurovisión son elegidos, casi todos y en los últimos años, mediante votación popular en sus respectivos países, producto de la telerrealidad y los concursos virtuales de talento. Son perfectos hijos idiotas de nuestro tiempo. Y por ello son significativos, más allá de sus gorgoritos desafinados, el refinado mal gusto de sus coreografías o los ripios de sus letras. En España, a veces estas votaciones han sido una broma colectiva, como la del Chikilicuatre, otras son una liberación del sentido común, como la de Chanel, y otras son solo una nebulosa impostura.  

Sé, por Collingwood y su Idea de la historia, que entender la red de creencias, ideas y valores que definen a una sociedad es imposible desde el presente. Ninguna época ha sido justa al juzgarse a sí misma. No sólo porque la simultaneidad hace muy difícil valorar lo que va a perdurar y obviar lo que sólo es transitorio y efímero. También porque el observador está condicionado por el sesgo de su tiempo. Sujeto y objeto tienen las mismas taras, prejuicios y clichés. Aun así, podemos arriesgarnos a sacar algunas conclusiones. 

La primera es que cuando la transgresión se vuelve rutina, ya no es transgresión. Es la nueva ortodoxia, con sus censores lingüísticos e inquisidores morales. Estoy seguro que desmaquillados los participantes, devueltas al almacén las plumas rojas, los estoperoles chatos, la satánica purpurina y los semióticos oropeles, queda un grupo normal de europeos, dividido en dos géneros biológicos diferenciados por sus cromosomas y sus hormonas, con las inclinaciones sexuales de toda la vida: heterosexuales, bisexuales y homosexuales. La segunda es que mañana será un grupo de personas anónimas. Si te los encuentras de regreso a casa en las atestadas salas de espera de los aeropuertos y trenes europeos y logras reconocerlos de jeans y zapatillas deportivas, verás reflejada en sus móviles —ellos sí inteligentes— cómo les sube o les baja el azoro en la cara al vaivén de sus seguidores en redes. La fama es un malentendido efímero. La tercera es que las canciones en inglés, lengua franca de los europeos pese al laberinto del Brexit, se parecen mucho entre sí, pero menos que las canciones folclóricas, independientemente de su lengua nativa. En sentido contrario a lo que creen los nacionalistas, el folclor no diferencia, sino que unifica.

«Existe un creciente divorcio entre las élites mediáticas y artísticas, representadas por el jurado ‘profesional’, y el resto de la población»

En Eurovisión el resultado es producto de la suma de la votación de un jurado «profesional» de cada país y la votación abierta del público. Gracias a la cláusula que impide votar a la gente por los representantes de sus respetivos países, lo que elimina el voto-bandera, es posible hacer una lectura sociológica de los resultados, sin olvidar, además, a reservas de Collingwood, que estamos ante un programa de telebasura paneuropeo cuya lógica no es extrapolable del todo. Pese a todo, los resultados nos llevan a la cuarta conclusión: existe un creciente divorcio entre las elites mediáticas y artísticas, representadas por el jurado «profesional», y el resto de la población.

Desde hace tres años, la población europea sabe que está en guerra y que si gana Rusia nadie estará a salvo, de los países bálticos al mar Negro. Y por ello lleva tres ediciones en fila votando masivamente por los representantes de Ucrania. Mi sorpresa es que el impulso moral se ha extendido este año a Israel, que quedó en un emocionante segundo lugar de la votación popular. Parece que el europeo común y corriente sí entiende algo que no logran captar sus líderes mediáticos, universitarios y políticos: que Israel es el país agredido, y que la lucha que libra contra el islamismo radical también es en nuestro nombre y en defensa de nuestras libertades. ¿O cuánto creen que duraría un suizo no binario de falda con sus falsetes de contratenor a lo castrati en un hipotético escenario de Gaza?

Eden Golan, la representante de Israel, con escasos 20 años, sufrió durante el concurso y sus diversas fases todo tipo de desplantes, abucheos y presiones. Preguntas impertinentes de los periodistas, amenazas de linchamiento, gritos ofensivos en su hotel, e incluso el bochorno de ver cómo el representante finlandés, Teemu Keisteri, desnudo de cuerpo y alma, se disculpaba con su público por haber sido captado bailando fuera de cámara con la joven judía. Perdón por haberla confundido con un ser humano y una colega de profesión, no volverá a pasar.

Las manifestaciones «propalestinas» en Malmö, sede del evento, fueron encabezadas por la joven Greta Thunberg, que hace muchas primaveras extravió el termómetro moral. En la transmisión de Televisión Española, los locutores, Julia Varela y Tony Aguilar, callaron ignominiosamente cuando les tocaba hablar de la joven israelí, el representante de Francia interrumpió la actuación previa a la gala para pedir paz y varios voceros de los jurados profesionales renunciaron de última hora como protesta por la presencia de Israel. En respuesta, la actuación de Eden Golan, judía de origen ruso, tuvo el frío temple de quien se sabe odiado por generaciones y, sin embargo, permanece. Fue un huracán impávido.

La representante de Irlanda, Bambie Thug, amenazó con dejar el concurso porque los periodistas de la televisión Kan de Israel la presentaron antes de su actuación en la semifinal de esta manera: «Habrá muchos hechizos, magia negra y ropa oscura, símbolos satánicos y muñecos vudú, como si estuviéramos en Cats Square en Jerusalén a mediados de los años 90», descripción a la que no le sobra una palabra. Y yo me pregunto: ¿dónde estaban los escrúpulos de la satánica Bambie el pasado 7 de octubre, cuando las milicias de Hamás asaltaron un festival de música alternativa masacrando a sus asistentes?  

La dinámica de presión de grupo y superioridad moral que sólo otorgan las certezas simples y equivocadas afloraron en Malmö, transformando el pozo podrido del viejo antisemitismo europeo en agitación y pacifismo de conveniencia. Por eso la votación masiva del público por Israel es tan reveladora e importante. Israel fue el país preferido en los principales países de Europa (Alemania, Italia, Francia, Portugal, los Países Bajos, Italia, Inglaterra, Portugal…). También lo fue por la población de Suecia, desacreditando a sus adustos manifestantes. Más revelador aún, por España, pese a la presión ambiente, las posturas extremas de Sumar y el oportunismo político de Sánchez. 

Mi amigo Braulio Vázquez Campos ha recordado oportunamente las palabras de Vasili Grossman, corresponsal de guerra dentro del Ejército Rojo para el periódico Estrella Roja y testigo de la liberación del campo de exterminio de Treblinka, recogidas en Vida y destino, quizá la mejor novela del siglo XX: «El antisemitismo nunca es un fin, siempre es un medio […] El antisemitismo es un espejo donde se reflejan los defectos de los individuos […] Dime de qué acusas a un judío y te diré de qué eres culpable».

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