THE OBJECTIVE
Antonio Elorza

La hora de Sánchez

«Si se impone en las europeas, no deberá temer las elecciones generales, y a partir de ellas prescindir de las ataduras que comprometen hoy su continuidad»

Opinión
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La hora de Sánchez

Pedro Sánchez y Carles Puigdemont | Ilustración de Alejandra Svriz

Uno de los episodios más grotescos de la historia española fue la guerra de las Naranjas, apenas inaugurado el siglo XIX. El favorito de los Reyes, Manuel Godoy, tomó el mando del ejército contra Portugal sin la menor idea del asunto. En su proclama a los soldados, les avisaba del astuto comportamiento de los portugueses, que al parecer se fingían muertos en masa cuando les disparaban, para luego resucitar y atacar al incauto enemigo por la espalda. Merecedoras del record guinness de la estupidez militar, tales palabras solo fueron comparables con su valoración en 1805 del desastre de Trafalgar como «un feliz combate». Sin embargo, apenas llegado el ejército a la frontera, la plaza de Olivença le abrió sus puertas, convirtiéndose en el símbolo eterno de su victoria. Las naranjas para la Reina procedían de los alrededores de la vecina Elvas, ante cuyos muros el fracaso fue completo. No importó: había ganado la guerra y confirmado un poder personal que durante tres años había estado en entredicho.

Pedro Sánchez es comparable a Manuel Godoy en cuanto a ansia de poder y sentido de la maniobra para conservarlo, si bien para fortuna suya y de todos nosotros no comparte le propensión del valido extremeño a incurrir en el absurdo político. En sentido contrario, a la vista del reciente éxito logrado en Cataluña, tampoco debe serle atribuida la clarividencia en el ejercicio de lucha japonesa que ha llevado a transformar el empuje de ERC y Junts en prueba de que no existe apoyo suficiente en la sociedad catalana de hoy para ganar un referéndum de autodeterminación y ni siquiera para exigirlo.

«Acertó en esgrimir en todo momento, y contra cualquier desafío, el valor del diálogo»

La prioridad de Sánchez ha sido siempre conservar a toda costa la presidencia del Gobierno, tal como vino a probar el acto final de las concesiones a Puigdemont, aunque el precio a pagar por ello a medio y a largo plazo fuera muy alto. Acertó sin embargo en esgrimir en todo momento, y contra cualquier desafío, el valor del diálogo, de la distensión, contando además con la ayuda decisiva en Cataluña del talante de Salvador Illa (y al parecer también del recuperado Iván Redondo). Y vistas las cosas con mayor atención, dosificó, con una mezcla de inteligencia y perversidad, el tránsito en la condición de interlocutor privilegiado, de Aragonès a Puigdemont.

El peligro para Sánchez residía en que ERC capitalizase en el plano simbólico todo lo que había logrado en la negociación. De nuevo el momento decisivo fue el voto negativo de Junts a la ley de Amnistía acordada por el Gobierno con los republicanos. Con el no de Waterloo casi asegurado, enfocar a Junqueras en primer plano equivalía a oponer la imagen de su fracaso a la del éxito que se reservaba para Puigdemont. Es difícil adivinar si esa transferencia, tan rentable para el PSC, fue o no preparada de antemano. Los resultados están a la vista.

Como lo está que el voto catalán ha acabado con el procés independentista, tal y como el mismo ha ido desarrollándose. La entrada en vigor del artículo 155 truncó la vía de la independencia unilateral, pero dejó en pie un objetivo político de secesión que encontró respaldo en la victoria independentista en las elecciones al Parlament hasta 2021, así como en la actitud de negociación y concesiones en cascada por parte del Gobierno de Madrid. La autodeterminación aparecía como necesidad y como exigencia en el horizonte. Ahora el castillo de naipes se ha derrumbado, aunque queda libre en términos jurídicos y penales el camino para un futuro ensayo de separación. No es poco, y la historia de procesos nacionalistas similares en el último medio siglo prueba que nada queda definitivamente enterrado por solo unas elecciones.

«Prevalecen las apuestas favorables a un gobierno en minoría, presidido por Illa, asentado sobre alianzas variables»

En pleno marasmo de ERC, Puigdemont tiene que intentar su última baza, formar gobierno catalanista contando con la abstención obligada del PSC ordenada por Sánchez. Misión imposible, dada la situación de ERC. Tampoco la base social y económica de Junts tiene intereses coincidentes con los personales del expresident. Una vez que sea notorio el fracaso en su ensayo de acceso sanchista al poder, no van a jugar a ciegas la baza de un perdedor, atado además por su compromiso de dimitir si tal cosa sucede. De ahí que prevalezcan las apuestas favorables a un gobierno en minoría, presidido por Illa, asentado sobre alianzas variables. No será un camino de rosas, porque los dos partidos catalanes estarán obligados a ejercer un continuo pressing, para obtener privilegios económicos y para mantener la inconstitucionalidad de la política educativa. Y sobre todo, por mucho que se hable de plena autonomía del PSC, Sánchez tiene bien claro quién debe mandar para las cuestiones de Estado en Cataluña y en España, con su permanencia al frente del Gobierno como primer objetivo.

Es el mismo de antes y ahora más que nunca. Antes que por el fondo, por las formas, el anatema lanzado de inmediato contra Francisco Javier Lambán, al inhibirse en el voto senatorial de la ley de Amnistía, viene a probar que está dispuesto a imponer con mano de hierro un prietas las filas, sobre su partido y sobre el aparato de Estado. De nada ha servido que el senador dirija el PSOE en Aragón y que su declaración sea un modelo de sinceridad y de respeto a su partido. El cauteloso comentario de García Page es signo de que todos han aprendido la lección.

La captura del CGPJ será el primer asalto. Luego vendrá la ley contra los «bulos», apoyándose en los buenos datos económicos a corto plazo para abordar las elecciones europeas a modo de venturosa isla roja en el inminente mar de la derecha y la ultraderecha. También aquí las circunstancias le favorecen. Si como es previsible, se impone en las europeas, no deberá temer a unas elecciones generales, a partir de las cuales pueda prescindir de las ataduras que comprometen hoy su continuidad.

«Oponerse es explicar. Sin ello, el triunfo electoral de Sánchez, real esta vez, está asegurado»

La victoria catalana de Sánchez, vía Illa, viene a complicar el panorama político de la oposición, en lo que concierne al Partido Popular. (Vox está en su papel). No existe razón alguna para que decaiga su oposición a la ley de Amnistía, ni para que cese su resistencia a la ocupación total del Estado por Pedro Sánchez, pero está obligado a renunciar a todo catastrofismo, así como a mantener en el mismo tono y con los mismos argumentos las precedentes condenas.

La ley de Amnistía sigue siendo inaceptable, pero no porque haga posible la independencia catalana a corto plazo, sino porque innecesariamente destruye las defensas del orden constitucional. Es preciso pasar de las generalizaciones al tratamiento puntual en las críticas de la gestión económica, de los temas educativos y culturales -ahí está en el fondo del cajón la reivindicación de los amigos colombianos sobre el Museo de América-, sin olvidar cuestiones incómodas, tales como las reivindicaciones justas contra las expropiaciones del franquismo, que nada tienen que ver con la infausta ley de Memoria Democrática. Oponerse es explicar. Sin ello, el triunfo electoral de Sánchez, real esta vez, está asegurado.

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